LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
Hablar del islam: la conciencia europea
Por Horacio Vázquez-Rial
Cuando uno lleva muchos años observando el avance del islam y las actitudes tomadas al respecto por los dirigentes occidentales, está preparado para advertir el menor cambio en ese terreno. Pero entre los últimos días de agosto y los primeros de setiembre no ha habido ligeras modificaciones en el panorama, sino cambios sustanciales. |
Poco antes de las vacaciones, José María Aznar y Marcello Pera lanzaron la Friends of Israel Initiative. Dos grandes dirigentes occidentales asumían, así, la defensa de Israel, haciéndose cargo de algo obvio pero a menudo no expresado: si Israel cae, caemos todos. ¿Ante quién? Ante el islam expansionista, que avanza tanto en el frente terrorista como en el demográfico. Hace ya unos cuantos años que la escritora judía nacida en Egipto y de nacionalidad británica Giselle Littman, que firma sus obras con el nombre de Bat Ye'or –obras que aún esperan su versión española, cosa a la que se podría dedicar FAES con sus escasos recursos–, acuñó el término Eurabia, que difundiría en sus últimos libros Oriana Fallaci. No me resisto a incluir aquí una cita de la Wikipedia, modelo de falsa objetividad:
La más controvertida de las ideas de Bat Ye'or es la afirmación de que Occidente está siendo islamizado. Para expresar esta afirmación, ella ha acuñado el término Eurabia. Ye'or ve este proceso como el resultado de una política exterior europea conciliadora con los países árabes dirigida por Francia y concebida para incrementar el poder europeo frente a los Estados Unidos. Según esta teoría, el cambio cultural en Europa habría comenzado a fraguarse tras la crisis del petróleo de los años 1970, que habría obligado a los dirigentes europeos a hacer concesiones a los países productores árabes. Para Ye'or, la principal consecuencia de esta política es la hostilidad europea con Israel.
El pasado día 1, José María Aznar pronunció un discurso en la reunión del Congreso Mundial Judío que tuvo lugar en Jerusalem. Probablemente sea el más importante discurso pronunciado por un líder europeo en lo que va de siglo. Pone en su sitio a todo el mundo, empezando por Obama: es la primera vez que un dirigente de este lado del Atlántico critica a un presidente americano por sus escasas convicciones occidentales. Desde De Gaulle hasta aquí, cada vez que un europeo encumbrado ha hecho un comentario sobre los Estados Unidos ha sido para criticar sus políticas generales, y lo ha hecho desde posiciones de izquierda (De Gaulle incluido). Pero ha dicho Aznar:
(...) en Occidente, estamos atravesando una de las crisis económicas más graves, por no decir la peor, de nuestra historia reciente. Y a pesar de que la crisis es global y afecta a todo el planeta, algunos están mejor preparados que otros para manejar sus consecuencias. Si la crisis dura demasiado, será inevitable que se produzca una nueva distribución del poder. Habrá ganadores y perdedores. No hay duda de ello. Además, grandes sectores occidentales están sufriendo una especie de crisis de identidad. Europa es un buen ejemplo. Con una población menguante, un aumento de la inmigración musulmana –muchos de [sus integrantes están] expuestos a ideas radicales–, el multiculturalismo se ha impuesto como la forma política correcta de manejar el desafío de la convivencia entre las diferentes culturas, incluso si algunas de ellas no desean integrarse o no respetan a las demás. Me refiero a que los valores judeocristianos son desafiados cada día y la generación del 68 que domina nuestros liderazgos actuales no hace nada por defenderlos. La Europa pacifista ha luchado contra Occidente durante mucho tiempo, y por ello ha sido tan hipercrítica de Israel. Estados Unidos era otra historia. Por lo menos hasta hace poco tiempo. El presidente Obama ha puesto en movimiento fuerzas que, si no son corregidas, podrían redefinir la nación y su lugar en el mundo de tal forma que, en mi opinión, podría causarnos a todos grandes problemas. Desde su investidura ha buscado una nueva relación con el mundo musulmán incluso a riesgo de socavar al mejor aliado de Estados Unidos en la región, como ha hecho con Europa al perseguir una nueva relación con Moscú. Parece haber dedicado más tiempo y energía a organizar la reunión de hoy y a conseguir un nuevo plan de paz que a tratar de evitar que el régimen iraní construya su bomba. Ha proyectado la imagen de alguien que desea escapar de los problemas del mundo, desde Irak a Afganistán, abrazando a muchos enemigos de Estados Unidos al tiempo que castiga a sus aliados tradicionales. No creo que los crecientes ataques para deslegitimar a Israel no estén relacionados con la crisis de Occidente, y más concretamente con la crisis de confianza que emana de la Casa Blanca en la actualidad. Cuando se percibe que el caballo fuerte ha dejado de serlo, se tiende a actuar de formas impensables en el pasado. Nuestra debilidad, percibida o real, es la fortaleza de nuestros enemigos. Podemos quejarnos y aceptar nuestro declive sin hacer nada, como muchos parecen preferir, o podemos reaccionar, defendernos y fortalecer nuestros valores. Yo he escogido la segunda opción. Porque creo en Occidente, en lo que hemos sido, en lo que somos y en lo que podemos ser.
Más claro, imposible. Ahora bien: los discursos, por grandes que sean, no surgen de la nada. Sin duda, nacen de la intuición intelectual particular, pero sólo se desarrollan y prosperan y encuentran públicos amplios cuando hay un estado general de opinión que les es favorable. Y eso se ha hecho evidente en los últimos días.
Tony Blair ha sido tan claro como Aznar en la entrevista que ha concedido a la BBC por la publicación de sus memorias. Dijo el ex primer ministro británico que el islam radical es "la mayor amenaza que enfrenta el mundo de hoy". Y explicó, en clara referencia a Obama, que el objetivo de Al Qaeda en Irak no es la retirada de las tropas americanas, "sino la desestabilización de un gobierno elegido por el pueblo iraquí".
No obstante, tanto Blair como Aznar son líderes sin poder institucional. No es el caso del primer ministro francés, François Fillon, que dijo la semana pasada:
Los inmigrantes no franceses deben adaptarse (...) estoy cansado de que esta nación se preocupe por saber si ofendemos a determinados individuos o a su cultura. Nuestra cultura se ha desarrollo en luchas convertidas en victorias por millones de hombres y mujeres en busca de la libertad. Nuestra lengua oficial es el francés (...) En consecuencia, si ustedes desean formar parte de nuestra sociedad, ¡aprendan la lengua! La mayoría de los franceses cree en Dios. No se trata de una obligación cristiana, de la influencia de la derecha ni de presión política, pero es un hecho, porque hombres y mujeres fundaron esta nación sobre principios cristianos, y esto se enseña oficialmente. Es perfectamente adecuado difundirlo en los muros de nuestras escuelas... Si Dios les ofende, les sugiero que consideren otra parte del mundo como país de acogida, porque Dios forma parte de nuestra cultura. Nosotros aceptamos sus creencias sin cuestionarlas. Lo único que les pedimos es que acepten las nuestras y que vivan en pacífica armonía con nosotros. Éste es nuestro país, nuestra tierra y nuestro estilo de vida. Y les ofrecemos la oportunidad de aprovechar todo ello. Pero si están cansados de nuestra bandera, de nuestro compromiso, de nuestras creencias cristianas o de nuestro estilo de vida, les recomiendo calurosamente que aprovechen otra gran libertad francesa: el derecho a marcharse. Si no son felices aquí, que se marchen. No les hemos obligado a venir. Han pedido estar aquí. Acepten, pues, el país que han elegido.
Hasta aquí, Fillon.
Veamos, al hilo de todo esto, el caso de Thilo Sarrazin –su curioso apellido alsaciano significa sarraceno–, que se ha atrevido a expresar cosas que sin duda comparte uno de cada cuatro alemanes.
Sarrazin no es un dirigente del nivel de Fillon, pero no es un ignorado: fue consejero de Finanzas y forma parte del Consejo del Bundesbank, el banco nacional alemán, tan ligado a la crisis que nos afecta a todos los europeos. Pertenece, además, al Partido Socialdemócrata. Ha publicado un libro, titulado Alemania se descompone, del que se han vendido 250.000 ejemplares en una semana y en el que anuncia la islamización de ese país en pocas décadas. Después dijo un montón de burradas, de las que ponen los pelos de punta a muchos alemanes, como que los judíos tienen "un gen particular, como los vascos", lo que le ganó que el Consejo Central de los Judíos de Alemania le definiera como nazi.
Sus compañeros del Bundesbank han pedido al presidente germano, Christian Wulff, que le destituya; pero no por sus absurdas declaraciones sobre judíos y vascos, sino por su duro diagnóstico respecto del islam. Wulff recibirá a Sarrazin, quien está convencido de poder ampararse en la libertad de expresión y que afirma: "La opinión de los constitucionalistas en la cuestión sobre mi posible cese está de mi parte". Además, advierte –en unas declaraciones adelantadas hoy por el semanario Focus–: "El presidente federal se pensará muy bien si quiere concluir un proceso político que posteriormente será anulado por los tribunales".
El Bild, el periódico alemán más amarillo y reaccionario, pero también el más popular –su tirada diaria es de tres millones de ejemplares–, apoya a Sarrazin. Ha titulado: "Cosas así se podrán decir"; y a continuación ha reproducido nueve frases del consejero, entre las que se cuentan éstas: "En los patios de colegio se debe hablar alemán", "Los musulmanes cuestan a la sociedad más de lo que aportan", "No quiero disculparme por ser alemán", "No debemos adaptarnos a los extranjeros, sino ellos a nosotros".
Naturalmente, la dirección y muchos miembros del SPD se han lanzado al cuello de Sarrazin, sobre el que ahora pesa un procedimiento de expulsión del partido. Da la casualidad de que el presidente de la Comunidad Turca en Alemania, Kenan Kolat, es miembro del SPD; y dice que Sarrazin abandonará el partido "o le harán marcharse".
La tesis central del libro de Sarrazin es que Alemania es uno de los países europeos en que la tasa de natalidad no alcanza el nivel de la sustitución; constituye la excepción esa capa inmigrante no integrable que, sostiene el autor, "no hace nada por el bienestar de sus hijos y produce en masa muchachitas con el pañuelo islámico". Él prevé para su país un futuro que no quiere para sus nietos. "Un país mayoritariamente musulmán, en el que se hable árabe y turco predominantemente, en el que las mujeres lleven el pañuelo islámico y en el que la vida cotidiana esté marcada por la voz del muecín".
Merkel ha criticado acerbamente a Sarrazin, y éste ha recomendado a la canciller que antes de hablar lea el libro. Por su parte, la responsable de Integración del Gobierno federal, María Bohmer, ha declarado que está preocupada por el "abismo" que se ha abierto "entre la población y la política", y que la reacción pública a las palabras de Sarrazin demuestra que hay que hablar "de manera más agresiva sobre los éxitos y fracasos de la política de integración".
Sarrazin no es un modelo, pero expresa a un número muy importante de sus compatriotas en lo atinente al islam. Y si los partidos tradicionales quieren sobrevivir electoralmente, tanto el SPD —un "cadáver putrefacto", según Rosa Luxemburgo en 1917, que, aún en proceso de momificación, sigue oliendo a ratos– como la gobernante CDU tendrán que asumir, al menos en parte, estos argumentos.
Lo que me decide a incluir el caso Sarrazin en este artículo, referido en principio a los dirigentes y ex dirigentes europeos que han reconocido públicamente el problema islámico, es la posibilidad de que los partidos políticos se alejen definitivamente de la historia, de los electores y del porvenir; pero, entonces, antes de fenecer harán un daño irreparable a Occidente.
Hay quienes marcan el camino, pero la extendida mediocridad y la sempiterna cobardía de la clase política les ponen las cosas muy difíciles.
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