LOS parlamentarios catalanes acaban de tener una muestra de lo que es la «democracia real»: acudir al Parlament en furgón policial o helicóptero, porque de intentar hacerlo a pie, son insultados, zarandeados o rociados de pintura.
Es decir, un estado de sitio de la democracia representativa. Y esto no pueden negarlo ninguno de los analistas que hacen malabarismos para diferenciar los «antisistemas» de los «indignados», la «violencia» de la «protesta pacífica». Una cosa lleva a la otra, derivando hacia el ataque a las instituciones, con ánimo de sustituirlas por otras de base más ancha, aún no establecidas. Y precisamente por no estar establecidas, es muy fácil que se apoderen del «movimiento» los más audaces, los más vociferantes, los más violentos.
No crean que es nuevo. Ocurrió en la comuna francesa de 1871, donde los consejos populares se apoderaron del poder frente a las autoridades propias y frente a las tropas alemanas que asediaban París. Ocurrió durante la revolución rusa, cuando los soviets (soviet, en ruso, significa eso, consejo) se alzaron contra el zar que perdía la guerra contra los alemanes, y ocurrió en la España republicana, a punto de sumergirse en el caos cuando el gobierno Negrín, aconsejado por los comunistas, aplastó a anarquistas y al POUM, contra las tropas de Franco.
Algo tienen en común todas esas intentonas: su marcado desdén por la «democracia burguesa» y su incapacidad de controlarse a sí mismas. Que suele surgir de una crisis nacional —guerra, hundimiento económico— y de la dejación de deberes por parte de la autoridad. Que se dan hoy en España. Lo ocurrido en Barcelona no empezó en el Parque de la Ciudadela, sino en la plaza de Cataluña, como en la del Sol, violándose no sé cuantas disposiciones municipales, interfiriendo en la jornada de reflexión y permitiéndose que unas pocas voces sonaran más que las de millones en las urnas. Hacia ese vacío de autoridad se precipitaron las fuerzas antisistema.
¿Por qué se permitió? La explicación más inocente es que esas autoridades no se dieron cuenta de que habían dejado salir el monstruo de la botella, creyendo que iría contra sus rivales políticos. Un fallo garrafal que las desautoriza para seguir en el cargo.
Pero hay otra explicación aún peor: que unas autoridades desbordadas por la crisis económica permitieron esa «democracia popular» como cobertura de su incapacidad y, caso de perder el poder en las próximas elecciones, como campo de aterrizaje para hostigar a quienes les sucedan. A fin de cuentas, la izquierda, convencida aún de su «superioridad moral», considera lícito sublevarse contra los elegidos en las urnas, como hizo el PSOE en 1934, alzándose contra la República. Pero los tiempos son otros, y lo que ha conseguido es lo contrario de lo que predica: que nos parezcamos cada vez más a Grecia. Tan listo como dicen no es Rubalcaba. (José Maria Carrascal/ABC)
1 comentario:
No veas carrascal como esta desde que pierde su Real Madrid es un indignado más solo que quizas su corbata desentona un poco con los nuevos indignados de Sol.
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