LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
La Academia de la Historia y su diccionario
Por Horacio Vázquez-Rial
Hace muchos años, allá por 1976, las cosas de la vida me llevaron a trabajar en La Gaya Ciencia, una pequeña editorial que dirigía Rosa Regàs cuando aún no era la Rosa Regàs que todo el mundo conoce hoy. Mi cometido allí era la corrección y el armado de los originales de unos libritos que se hicieron muy populares y se vendían a miles en los kioskos de prensa. Constituían la BDP o Biblioteca de Divulgación Política. |
Pues bien, ese criterio, el de "Diga usted lo suyo para que la gente se entere", es el que, en un alarde de desprecio por las aspiraciones de la Historia a constituirse en ciencia, ha empleado la Academia de la Historia para elaborar su Diccionario Biográfico Español. Por lo cual encargó la biografía de Felipe González a Juan Luis Cebrián y la de Francisco Franco a Luis Suárez, y así el resto. El resultado es un montón de tomos de Memoria, que no de Historia, que ha irritado a todo el mundo en la España guerracivilista, como era de esperar, y que, al igual que la vieja BDP, puede servir de fuente a futuros historiadores científicos, que se asombrarán de que una institución supuestamente seria haya hecho algo así en pleno siglo XXI.
Para colmo, el presidente de la academia, don Gonzalo Anes, declara no haber leído la entrada correspondiente a Franco, y en un comunicado institucional se dice que cabe la revisión y la rectificación. En el artículo de El País en que se le entrevista se explica también que la biografía de Rita Barberá fue encargada a uno de sus asesores, y la del general Armada, a su yerno. Ni el asesor de la valenciana, ni el yerno de Armada ni Juan Luis Cebrián son historiadores: ésa es la primera tara que ha de corregir esta gente, que dice que Pío Moa, por ejemplo, no es historiador, y que jamás lo aceptará entre sus huestes.
Pero ¿qué significa que una academia de supuesto perfil científico revise y rectifique, asustada ante lo que ha suscitado su producción? El pasado viernes 3 de junio, El Mundo publicaba en la portada de su edición en papel la fotografía de una algarada minoritaria que tuvo lugar a las puertas de la Academia. En ella aparecen unos cuantos señores (como en los países árabes, no se ven mujeres), muy mayores de edad, desplegando unos carteles en los que se lee: "La historia la escriben los vencedores" (éstos sostenidos cabeza abajo) y "Franco ¿Autoritario?
¿Totalitario? Dictador Fascista Cobarde". Por un lado, es como si los vencedores fuesen los que son: Cebrián o el yerno de Armada. Por otro, es como si un grupo de viejos sans-culottes del Terror se concentraran ante la casa de Pasteur para negar los microbios (y para colmo Pasteur, representado por el señor Anes, prometiera volver al microscopio a mirar bien para rectificar).
Hace rato que sabemos, y lo ha ratificado José Javier Esparza en su Juicio a Franco, que Franco era muchas cosas, pero no fascista, porque no cabe en las definiciones de género, y tampoco cobarde. Y para los ignorantes de los carteles –el saber tiene límites– ni autoritario ni totalitario son atributos de un dictador. Y yo digo desde aquí, ahora, que tampoco es técnicamente posible decir que el franquismo fuera totalitario, entre otras cosas, porque carecía de medios técnicos y de personal para ello: los servicios de información y la policía eran patéticamente ineptos, y los serenos no eran Sitel. (Todo lo que los serenos sabían de uno, ahora lo ponemos en Facebook). En cualquier caso, el encargar a Luis Suárez, que sí es un historiador de verdad, la biografía de Franco es tan adefesio como encargar la de González a Cebrián: ambos están invalidados por la cercanía al personaje. Hubiese sido bastante más sensato pedir la labor a Esparza, a Jesús Palacios o a Pío Moa, personas que saben historia y no hacen ejercicios de memoria.
El diccionario es, pues, tal como está, un resultado de la política histórica del PSOE, que no remediaron los ocho años de Aznar ni remediarán los que Mariano Rajoy pase al frente del ejecutivo, porque la derecha española carece de una política histórica alternativa. Ninguna ley de cuantas aprobó el zapaterismo es más siniestra ni ha sido menos respondida desde el PP que la de memoria histórica, que impuso por la fuerza el agit-prop socialista y una versión del pasado, al estilo soviético.
Los comunistas rusos tenían una academia dedicada a la revisión y reescritura del pasado según los cánones leninistas (la tarea la había iniciado el propio Lenin en El desarrollo del capitalismo en Rusia). Desfacer el entuerto legado por los académicos marxistas llevará décadas, si no siglos, porque, además de reformar el pasado, procedieron a la destrucción de documentos irreemplazables, que es lo que se quiere hacer aquí y ahora, por poner sólo un ejemplo, con el Valle de los Caídos (Stalin ya lo hubiera volado, estos cretinos están obligados a hacerlo poco a poco).
No serán muchos los suscriptores de los cincuenta considerables volúmenes del señor Anes, pero a no tardar mucho estarán on line. Uno recomendaría modestamente no consultar las entradas correspondientes al siglo XX. Por el momento, porque no tengo idea de qué dirán los colaboradores sobre los Reyes Católicos: igual encargaron las biografías a un descendiente de Muza o de Tarik.
1 comentario:
Un historiador es alguien que investiga, reflexiona y escribe sobre acontecimientos pretéritos, haya sido formado como médico (Marañón), teólogo (Aldea-Vaquero), militar, o cualquier otra actividad o rama del saber. Sin embargo, un licenciado en Historia solo lo será si acredita lo anterior, porque el título puede facultarle para opositar como documentalista o archivero en instituciones estatales o comunitarias, aparte de otras alternativas profesionales, como las museísticas, no implicadas necesariamente con la investigación histórica. Yo jamás pisé una facultad de Filosofía y Letras, donde se cursaban las disciplinas históricas en mi época estudiantil, a pesar de que me interesó la Historia desde la infancia. Sin embargo, colaboré en la redacción del Diccionario biográfico español; escribí tres libros en lengua inglesa que se publicaron en EE.UU.; en Francia se tradujo parcialmente otro a dicha lengua, y he publicado más de medio centenar de artículos históricos en España, Inglaterra, EE. UU. y Alemania. En una monografía de un autor checo, escrita en alemán, ya en este siglo, aparezco como el autor más citado en su densa bibliografía, a pesar de que el tema de su estudio no guardaba relación con el hecho histórico que me abrió el pequeño nicho historiográfico que quedará tras 25 años de dedicación rastreable; es decir, la que deja algún eco en publicaciones.
El Diccionario biográfico español gozará de la misma salud editorial que sus precursores en EE. UU, Inglaterra, Alemania, etc. Al de Italia, que lleva unos 20 años en curso de publicación, aun le falta la cuarta parte. Serán sus receptores típicos la miríada de bibliotecas y otros apéndices del mundo del conocimiento que, por fortuna, pueblan la faz de la tierra, incluso en países donde no se escribe con caracteres latinos. Para la Academia ha supuesto un esfuerzo y una inversión económica gigantesca, que solo compensarán con los ingresos de ventas. Carece de sentido la esperanza de verlo colgado en internet, donde tampoco está ninguno de sus congéneres a pesar de que alguno —como el americano, dos de los tres alemanes o el primero de Inglaterra— sean ya casi centenarios.
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