miércoles, 20 de enero de 2021

EDUCAR PARA LA MEDIOCRIDAD

 

Educar para la mediocridad

G. Tortella y C. Eugenia Núñez escribieron un artículo, ‘Educación para la mediocridad’, en el que, entre otras cosas, criticaban el empujón de mediocridad que la ley Celaá comporta. Y dicen que no se creerán que este gobierno se toma en serio la educación de los jóvenes si no crea una comisión para estudiar el sistema educativo de Corea del Sur. Que, obviamente, ha tenido un gran éxito educativo. No solamente educativo, sino que, además, ha tenido una fuerte repercusión económica. Ya nos supera en renta por habitante. Y tiene tres universidades entre las cien mejores del mundo. Y España, ninguna.

La educación para la mediocridad implica, entre otras cosas, otorgar títulos con el mínimo esfuerzo, pasar curso con suspensos, eliminar el español como lengua vehicular, prohibir la apertura de nuevos centros concertados o aumentar las plazas existentes, educación sexual a los niños de seis años…

 

Sin embargo, la ley Celaá no tiene, como objetivo explícito, la mediocridad. ¿En qué quedamos?

 

Antes de seguir con la educación, vayamos a la eutanasia. Dice Cristina Losada, en ‘Eutanasia: todo lo que no se quiere saber’: "La práctica, sin embargo, de esa experiencia sobre la que nada han querido saber, indica que una vez legalizada la eutanasia no es posible mantenerla bajo control". Esta parece ser la experiencia de los pocos países (seis en todo el mundo) que han adoptado la legislación sobre la eutanasia que acaba de aprobar el gobierno social comunista. Sin haber consensuado nada de nada con los partidos de la oposición. Así entiende la democracia este gobierno frente populista.

 

¿Qué significa que ‘no es posible mantenerla bajo control’? Que se producen efectos que van más allá de lo inicialmente supuesto, o deseado. Los famosos ‘efectos colaterales’. Todos hemos leído que, en un determinado bombardeo, se produjeron bajas supuestamente no deseadas. Habitualmente civiles.

 

Volvamos a la educación. ¿Quieren decir los autores del artículo comentado que el gobierno social comunista quiere que la educación sea una educación para la mediocridad? No. Ningún dirigente político socialista dice tal cosa. Ni siquiera los podemitas. Sin embargo, esto no significa que no se consiga- con esta ley Celaá- una mayor mediocridad educativa. Tan es así que el Nobel Vargas Llosa la califica de ‘disparate absoluto’.

 

Volvamos a la eutanasia. C. Losada escribe: "No quieren que se sepa que allí (se refiere a los seis países en los que hay una legislación como la española, recientemente aprobada) la eutanasia ha ido dejando de ser el último recurso para los que padecen sufrimientos intolerables y se ha vuelto vía de salida para situaciones de fragilidad, vulnerabilidad y soledad".

 

Resulta que los cuidados paliativos son más caros que la eutanasia. Que, en principio, se aplicaría solamente a casos de enfermos terminales e incurables, pero, en realidad, se termina aplicando a personas en situación de vulnerabilidad y soledad. Ya sólo falta que les digan que molestan y que causan muchos gastos. Una invitación a que pidan la eutanasia sin demora. Efectos no esperados. ¿No esperados? ¿Cree que el gobierno social comunista ignora estos efectos infames?

 

Si este gobierno social comunista no quiere- supongamos- la mediocridad educativa ¿a qué viene la ley Celaá? Tenemos dos opciones. O creemos lo que dice el gobierno social comunista, o creemos lo que dicen los autores del artículo mencionado. Personas que han dedicado su vida a la educación.

 

Dado que no creo en la educación ‘fácil y diver’, apoyo los planteamientos y razones de los citados autores. En resumen, incluso suponiendo que los socialistas quieran el bien para las jóvenes generaciones de estudiantes, están equivocados. Tomaré un ejemplo del destacado economista T. Sowell referido al salario mínimo, tan querido por la izquierda, para mostrar que, incluso, una buena voluntad puede provocar negativos resultados.

 

"En 1948, cuando la inflación hizo que careciera de sentido el salario mínimo establecido una década antes, la tasa de desempleo entre los hombres negros de dieciséis-diecisiete años estaba por debajo del 10%. Pero después de que se subiera repetidamente el salario mínimo para ajustarlo a la inflación, la tasa de desempleo, entre los hombres negros de esta edad no descendió del 30% durante más de veinte años consecutivos, desde 1971 hasta 1994".

 

Los progresistas lo hicieron con la mejor intención- supongamos-, pero el resultado perjudicó a los que pretendían favorecer. Casi no me atrevo a repetir lo que dice la economista D. N. McCloskey: "El salario mínimo se diseñó para perjudicar a la gente pobre y a las mujeres".

 

¿Es que los socialistas son tontos? Es decir, elaboran leyes educativas que conducen a la mediocridad, perjudicando a los que- supuestamente- quieren favorecer. Algo parecido a lo que pasa con el salario mínimo. Otra obsesión de la izquierda ‘buenista’, que produce- habitualmente- malos resultados.

 

No hay duda de que hay socialistas tontos, pero creo que este no es el problema. Pienso que el problema es que su ideología puede más que otras consideraciones. Esto ya sucede en el caso del salario mínimo, antes comentado. Se tragan los efectos adversos, o los disimulan, o los niegan. Lo más importante es que queda ‘progresista’ subir el salario mínimo. Y también sucede con la cuestión educativa. ¿En qué sentido?

 

Una de las más importantes obsesiones ideológicas de la izquierda- proclamada a los cuatro vientos- es la igualdad. No es el momento de desarrollar el tema de la igualdad, pero la izquierda prefiere la igualdad de resultados más que la igualdad de oportunidades. Otro disparate progresista.

 

¿Por qué la izquierda, habitualmente, ve con malos ojos- al menos- la excelencia educativa, en particular, y la excelencia, en general? Porque la excelencia rompe la igualdad. Algo parecido sucede con los ricos. Los ricos son odiados por la izquierda porque ‘tienen más que los demás’. Hemos visto las groserías y rebuznos de todas las tonalidades progresistas contra el millonario Amancio Ortega. Incluso cuando regaló aparatos médicos carísimos para curar el cáncer, fue insultado por la izquierda.

 

Con la educación pasa algo parecido. No a la excelencia. Humilla a los demás. Todos igualmente semianalfabetos. Resumiendo, educados para la mediocridad y siguiendo a La Sexta. ¿A quién votarán estas lumbreras?

 

¡Despierten, gestores!



(MallorcaDiario/20/1/2021.)

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