13/11/2007.
IDENTIDAD Y LIBERTAD.
En un reciente libro, ‘Identidad y violencia’, Amartya Sen (Premio Nobel de Economía en 1998 y profesor en Harvard), nos advierte de los peligros de identificar a las personas sobre la base de su religión y su cultura, olvidando otras formas de identificación o de identidad. Por ejemplo, la profesión, el género, la moral, la política, etcétera. Pero hay algo de particular importancia que quiero destacar.
‘Si se estimula debidamente, la promoción de un sentido de identidad con un grupo de personas puede convertirse en una poderosa arma para tratar brutalmente a otro grupo... el arte de crear odio se manifiesta invocando el poder mágico de una identidad supuestamente predominante que sofoca toda otra filiación... El resultado puede ser una rudimentaria violencia a nivel local o una violencia y un terrorismo globalmente arteros’.
Si pasamos de esta formulación general, con la que estoy de acuerdo, a situaciones concretas, no puedo evitar pensar en los nacionalismos periféricos. En los llamados ‘territorios comanches’.
Albert Boadella nos sirve para ejemplificar estas acertadas y preocupantes ideas de Sen. Resulta que este destacado autor teatral (aunque tal vez prefiera que le llamen ‘bufón’, como podría indicar uno de sus libros, ‘Memorias de un bufón’), ha sufrido ataques por todos lados. Sufrió la censura y la persecución del régimen franquista, en una época en la que la falta de libertades democráticas iba de la mano de un nacionalismo excluyente.
La llegada de la democracia auguraba la desaparición de tales vergonzosas conductas. Pero no. A partir de los años ochenta, el nacionalismo catalanista excluyente se encargó de recoger el testigo y procedió, con la tranquilidad de conciencia que da el ser oficialmente demócratas, a censurar y ningunear a Boadella.
La miseria moral de los nacional-catalanistas parecía centrarse, exclusivamente, en los políticos y en las mesnadas mediáticas, debidamente subvencionadas. Pero tampoco era así. La propaganda nacional-catalanista había calado (por lo visto, profundamente) en amplios sectores de la ciudadanía. El día del estreno de ‘En un lugar de Manhattan’, el Teatre Lliure (¡qué sarcasmo!) estaba medio lleno, o medio vacío. ¿Qué pasó?
Que 28 años de propaganda nacional-catalanista (el estreno fue en 2006) habían sido interiorizados por buena parte de los catalanes. Ya no era necesario decir: ‘¡No se puede ir a los estrenos de Boadella! El miedo y la mediocridad ya estaban interiorizados. Innumerables ovejas, vestidas de ciudadanos respetables, sabían el comportamiento propio de un ‘buen catalán’. ¡No sea cosa que me confundan con un españolista! ¡No sea cosa que me confundan con uno del PP!
Los pasos, mezquinos, siempre son los mismos. Aislar al ‘enfermo’ para que no ‘contagie’ a los buenos nativos. Y si el proceso es el mismo, el resultado también lo es. Discriminación y mentira. Discriminación, porque se aísla o se expulsa a los que no comulgan con las ruedas de molino nacionalistas. Véase la feria del Libro de Frankfurt, excluyendo a los autores catalanes que escriben en castellano, entre muchos ejemplos de vergonzosa discriminación. Y luego la mentira. Hay que negar la evidencia. Y el que diga que ‘el Rey está desnudo’ será tratado como un traidor a la patria, como un mal catalán. El ‘Adiós Cataluña’ de Boadella es un claro y triste ejemplo. O sea, aldeanismo de la peor especie.
¿Hay problema catalán? En mi opinión, hay un problema gracias al nacionalismo catalanista excluyente, a una ley electoral nefasta, y a un Presidente dispuesto a pagar cualquier precio para mantenerse en el poder. Sin olvidar que las transferencias educativas han servido para alimentar el distanciamiento con el resto de España, en el mejor de los casos, y el odio y el desprecio, en el peor. Hasta tal punto, que muchos catalanes ya no tienen que hacer ningún esfuerzo para hablar mal de España. Creen que es un sentimiento ‘natural’. La lluvia fina y sistemática de los últimos treinta años, en aras de la construcción nacional, ha lavado bastantes cerebros.
Nota esperanzadora.
El Círculo de Economía catalán ha criticado la costumbre de buscar culpables en los poderes públicos, en un documento titulado, ‘La responsabilidad del empresariado catalán’. ¡Al fin! Por algo se empieza. Por abandonar el victimismo, por ejemplo.
Sebastián Urbina.
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