martes, 6 de noviembre de 2007

VERDADES OFICIALES



6/10/2007.




VERDADES OFICIALES.




Mi amigo Joan Font (‘El tigre de Petra’) da buena cuenta de una serie de rancias verdades oficiales en un periódico de nuestra Comunidad. Pero no por rancias son menos lamentables. ¿Es que Joan no puede equivocarse? Claro que sí. Si no lo creyera se pondría a la altura de aquéllos a los que critica. Pero hay diferencias, y están a favor de Joan.

Cuando leí la obra de Stanley Payne y de Pío Moa, había leído varias Historias de España. Que yo recuerde, las de Ramos Oliveira, Tuñón de Lara, Vicens Vives (historia económica), Gerald Brenan, Pierre Vilar, Raymond Carr, F. García de Cortázar (su Breve Hia de España y Los mitos de la Hia de España) y, finalmente la de J.P. Fusi y J. Palafox, que va de 1808 a 1996. Al margen de libros relacionados con la Historia de España.

No era, ni soy, un experto pero tenía una cierta idea de la cuestión. Pues bien, la lectura de Payne y Moa me impresionó. No pretendo dar lecciones pero me parece que la capacidad de sorprenderse (por nuevos hechos y argumentos) y replantear viejas ideas, es una característica de las personas que, humildemente, buscan, buscamos, la verdad, aunque sea con minúsculas. Podríamos repetir el dicho: ‘el cura se cambia de sotana y el filósofo se replantea el objeto’. Lo que sucede es que los ‘curas’, son hoy los ‘comecuras’. El rojerío, mediático o no, que se cree portador de una evidente superioridad moral y de la auténtica e indiscutible verdad. Facha el que lo niegue.

Algunas de las diferencias entre los portadores de verdades oficiales y los que como Joan y muchos otros, han tenido que soportar la verdad oficial franquista y, ahora, la verdad oficial del rojerío, serían las siguientes.

  1. La facilidad para negar los hechos que no confirman sus verdades oficiales, es típica de la tradición de izquierdas. Para evitar un largo discurso sobre ‘los hechos’ me remito al conocido libro de J.F. Revel, ‘El conocimiento inútil’. Allí se describe magistralmente la sofisticada técnica progresista de negar los hechos que no les convienen. Esto no significa que ‘la derecha’, por utilizar una infantil pero usual distinción, no mienta. Por supuesto. Se trata de una diferencia de grado y de actitud.

  1. Otra característica distintiva es la de renunciar o rechazar el debate argumentativo, valga la redundancia. Pondré un ejemplo. Una vez pregunté a un catedrático de Universidad si había leído a Pío Moa, y me contestó: ¿Ese hijo de puta? Por desgracia esta no es una actitud aislada y excepcional. ¿A qué viene esta actitud? En mi opinión, a la íntima creencia en su superioridad moral, entreverada de sectarismo. En este sentido, tampoco es casualidad que Moa haya pedido, públicamente, debates por radio y televisión. Pero los historiadores oficiales, los portadores de las verdades oficiales, se han negado. Otro ‘cordón sanitario’ de los moralmente superiores. También lo hicieron los sectores más oscurantistas de la Iglesia (no los jesuitas, por ejemplo) con Galileo. Una de sus decisiones fue la de no mirar por el telescopio del heterodoxo. El motivo de tal actitud es que ya sabían la verdad. ¿Para qué mirar?

3.Incluso si fuera cierto que la Iglesia fue antirrepublicana (lo que es falso, globalmente hablando) no justificaría las torturas y asesinatos de monjas, frailes y curas. Encima, por el hecho de serlo. Es un escándalo que alguien hable a media voz y con ambigüedad calculada ante tamañas atrocidades.

4.La II República no terminó, como dice la versión oficial, porque un golpe de Estado fascista interrumpió la legalidad republicana. La legalidad ya estaba gravemente deteriorada, especialmente a partir de la revolución de 1934. Ésta se produjo durante el bienio radical-cedista contra este gobierno legítimo de la II República. Estuvo protagonizada por PSOE, ERC, UGT, PCE y CNT. En diversos grados e intensidades. Hubo unos mil quinientos muertos. Esta revolución, aunque fracasada, marcó la quiebra de la legalidad republicana.

‘Mi respeto y amor por la verdad me obligan a reconocer que la República española ha sido un fracaso trágico’.

Gregorio Marañón.

Sebastián Urbina.

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