viernes, 18 de abril de 2008

LA DERECHONA SIGUE CON LA CRISPACIÓN


17/4/2008.



LA DERECHONA SIGUE CON LA CRISPACIÓN.



Mientras la izquierdona hace política prudente, respetuosa y moderada, la derechona venga a insultar.

Ahí van algunos ejemplos.


Juan Luis Cebrián, del grupo PRISA, ha dicho de Federico Jiménez Losantos:


'Charlatán de mierda', 'talibán'.



Para no quedarse atrás, en este esfuerzo de concordia, el director de la cadena SER, Daniel Anido, ha dicho de Jiménez Losantos, Antonio Burgos, C. Schlichting, A. Ussía y Ansón:


'Pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros'.


Y es que la derechona no tiene remedio. Mientras la izquierda busca la paz y la concordia, como en la II República, la derechona busca el insulto y la confrontación.


Sebastián Urbina.


Más crispación de la derechona.




Escribe La Razón, a toda plana: “El viaje más peligroso del Museo del Prado. Arturo Colorado publica Éxodo y exilio, donde recuerda el increíble salvamento de la pinacoteca durante la Guerra Civil (…) Franco intensificó los bombardeos sobre la ruta que se escogió para evacuar el Prado (…) El Museo del Prado regresó a Madrid después de la Guerra Civil. Lo había salvado la República y un Comité internacional constituido por la Nacional Gallery, la Tate o el Metropolitan Museum, de Nueva York (…) España, por eso, aún tiene pendiente esta deuda de agradecimiento”. O sea, que estos señores entregaron a Franco aquello que Franco había intentado destruir, según ellos. A veces, no siempre, se pilla antes al mentiroso que al cojo. En Años de hierro y en Los mitos de la guerra civil he tratado bastante estos turbios asuntos. Desde luego ni el Frente Popular ni las galerías extranjeras salvaron nada, y el Frente Popular, muy al contrario, puso en gravísimo peligro la pinacoteca, como explica muy bien Azaña (aparte de destruir otras muchísimas obras de arte). Fue el franquismo quien salvó los cuadros evitando bombardear los depósitos, pues los conocía por su servicio secreto. Y quien los recuperó para España. Así fue, qué le vamos a hacer. De nuevo “la estupidez y la canallería” en pleno triunfo, como decía Marañón, o el “Himalaya de mentiras”, en palabras de Besteiro. De La Razón fui excluido como articulista por presiones desde Barcelona, donde radica el grupo Planeta, propietario del periódico (y del separatista Avui). Que, por cierto, evita a sus lectores enterarse de mis trabajos o conferencias. A cada cual sus opciones.(Pío Moa).

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Zapatero impidió en varias ocasiones la venta de agua del Ebro a Murcia y Valencia

M. BUITRAGO
MURCIA. El Gobierno de Rodríguez Zapatero rechazó en varias ocasiones la posibilidad de que se realizaran intercambios de derechos de agua entre usuarios del Ebro y de las cuencas del Júcar y del Segura, aplicando la misma fórmula que se ha acordado ahora para llevar caudales a Barcelona mediante la compra de concesiones a regantes de la zona. Los presidentes de Murcia y de la Comunidad Valenciana, Ramón Luis Valcárcel y Francisco Camps, solicitaron en la anterior legislatura, tanto a la entonces ministra Cristina Narbona como al propio Zapatero, que se pusiera en marcha esta modalidad de bancos de agua para comprar caudales del Ebro, lo cual implicaba la construcción del acueducto para su transporte.
El Gobierno de la nación no admitió esta fórmula de intercambio de derechos de agua con el Ebro, ya que eso suponía construir el canal, que estaban dispuestos a costear los dos gobiernos autónomos. Esta posibilidad la puso Ramón Luis Valcárcel sobre la mesa de Cristina Narbona a partir del año 2005, antes incluso de las medidas excepcionales que aprobó el Ejecutivo central para facilitar la compra de agua a los regantes del Tajo y compensar así la falta de excedentes para trasvasar al Segura y atender los abastecimientos y los regadíos de Murcia, Alicante y Almería.
Veto a las regiones del sur
La ministra de Medio Ambiente, Elena Espinosa, se ha remitido nuevamente a esta fórmula aplicada en el Tajo para justificar el envío de caudales del Ebro a Barcelona, y para sostener que Murcia y la Comunidad Valenciana se habían beneficiado de la misma en años anteriores.
La compra de agua del Ebro, sin embargo, siempre ha sido vetada a las regiones del sur. No faltaban ofertas, ya que los regantes del delta dedicados al cultivo del arroz habían expresado en ocasiones que podían vender parte del agua que les sobraba de sus voluminosas concesiones. De esta forma, no se detraía más caudal del Ebro, que es el mismo argumento que emplea el Gobierno central y la Generalitat para justificar la transferencia a Barcelona.
En los dos últimos años, los regantes del Segura han cerrado dos operaciones de compra de agua a Estremera (Madrid), que suman 63 hectómetros cúbicos y representa un desembolso de 12 millones de euros. El segundo intercambio está paralizado debido al bajo volumen de agua almacenado en la cabecera del Tajo. La Mancomunidad de Canale del Taibilla, por su parte, ha adqurido otros 70 hectómetros a los regantes del canal de la Aves de Aranjuez, para crear una reserva estratégica para la población. Los precios son altos y oscilan entre los 18 y 26 céntimos el metro cúbico. Estos volúmenes se han transportado a través del acueducto Tajo-Segura.Los gobiernos autonómicos de Castilla-La Mancha y Madrid se han opuesto siempre a estos intercambios.
Turbia explicación
El Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, no ha aclarado quién cede el agua que se enviará a Barcelona. La ministra Elena Espinosa señaló que irá a cuenta de las concesiones de los regantes de Tarragona que no usan ese agua; mientras que otros medios de comunicación señalaron que los caudales procederán de las pérdidas de las acequias del Ebro. Tampoco precisaron el precio del intercambio.


HABLANDO DE CRISPACIONES.





Dice Santos Juliá, antiguo cura (siempre se le olvida) y pésimo historiador: "No hay persecución religiosa en la primera etapa de la República. Hay unas quemas de conventos en mayo, pero eso entraba dentro de la tradición”. Cierto, como entraban en la tradición jacobina e izquierdista los ataques a la procesiones, incluso con bombas, o las matanzas de frailes, que recomenzaron en 1934. Nada de mayor importancia, nada de persecución, solo tradición:
“Desde Madrid, los incendios cundieron los días siguientes por Andalucía y Levante, dejando un balance final de unos cien edificios destruidos, incluyendo iglesias, varias de gran valor histórico y artístico, centros de enseñanza como la escuela de Artes y Oficios de la calle Areneros, donde se habían formado profesionalmente miles de trabajadores; escuelas salesianas, laboratorios, etc. Ardieron bibliotecas como la de la calle de la Flor, una de las más importantes de España, con 80.000 volúmenes, entre ellos incunables, ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón, colecciones únicas de revistas, etcétera; o la del Instituto Católico de Artes e Industrias, con 20.000 volúmenes y obras únicas en España, más el irrecuperable archivo del paleógrafo García Villada, producto de una vida de investigación. Quedaron reducidos a cenizas cuadros y esculturas de Zurbarán, Valdés Leal, Pacheco, Van Dyck, Coello, Mena, Montañés, Alonso Cano, etcétera, así como artesonados, sillerías de coro, portadas y fachadas de gran antigüedad y belleza… Un desastre casi inconcebible, perpetrado por los ilustrados republicanos amantes de la “cultura”.
Pero lo más revelador fue la reacción del Gobierno y de las izquierdas. Azaña paralizó en seco cualquier intento de frenar los disturbios, arguyendo: "Todos los conventos de Madrid no valen la vida de un republicano". Alcalá-Zamora, jefe del Gobierno provisional, escribe con amargura en sus memorias: "La furiosa actitud de Azaña planteó, con el motín y el crimen ya en la calle, la más inicua y vergonzosa crisis de que haya memoria". Pero omite su propia actitud contemporizante y amedrentada, reseñada en cambio por Maura. A los pocos días, en una reacción final muy desmesurada cuando el mal estaba hecho, el Gobierno declaró el estado de excepción y movilizó al Ejército, cesando instantáneamente los desmanes. Unas pocas compañías de la Guardia Civil habrían bastado para impedirlos.
Las izquierdas en general justificaron las tropelías atribuyéndolas "al pueblo", y culpando a las derechas por haber "provocado a los trabajadores". El Socialista amenazaba: "Si de algo han pecado los representantes de la revolución victoriosa es de excesivas contemplaciones con los vencidos" (no habían vencido a nadie, los monárquicos les habían regalado el poder).Viejo talante, que identificaba al pueblo con unas turbas de delincuentes y, lógicamente, a las mismas izquierdas con semejante "pueblo". Aún más grave que los incendios resultó esta clara inclinación de las izquierdas a vulnerar la ley y amparar las violencias so pretexto de un pretendido carácter popular. No se trataba de delincuentes, sino del "pueblo soberano", es decir, de las mismas izquierdas.
La Iglesia y los católicos protestaron, pero sin violencia. Ello no aplacaría a las izquierdas, que lo interpretaron como signo de flojera y mantuvieron su agresividad. Contra toda evidencia, siguieron acusándolos de violentos e intolerantes, manifestando al mismo tiempo burla y desprecio hacia ellos y sosteniendo, con sorna contradictoria, que la misma Iglesia había provocado adrede los disturbios con el fin de desprestigiar a la República.
Pero la casi increíble mansedumbre de la reacción derechista, debida en parte a su desorganización, no impidió que en aquel momento se abriese una grieta profunda en la opinión pública. Quienes desconfiaban del nuevo régimen vieron confirmados sus temores, y muchos que lo habían recibido con tranquilidad, incluso con alborozo, mostraron su preocupación. Entre ellos Ortega. Empezaron también las conspiraciones monárquicas en el Ejército, aunque tan irrelevantes como las republicanas anteriores.
No cabe exagerar las consecuencias políticas, bien descritas, tardíamente, por Alcalá-Zamora: los incendios crearon a la República "enemigos que no tenía; quebrantaron la solidez compacta de su asiento; mancharon un crédito hasta entonces diáfano; motivaron reclamaciones de países tan laicos como Francia o violentas censuras de Holanda. Se envenenó la relación entre los partidos". Alcalá-Zamora calla otro efecto, oculto pero no menos trascendental: su pusilánime gestión de la crisis al frente del Gobierno le hizo perder el liderazgo moral y político de la derecha, y esa frustración le llevaría a sabotear a los nuevos líderes de Acción Popular, con efectos finalmente trágicos.
En cuanto a Maura, ministro de Gobernación, había intentado atajar a tiempo los desmanes, sin conseguirlo, por la oposición de Azaña y las izquierdas y la indecisión de Alcalá-Zamora. A partir de entonces, "dejé prácticamente de ser ministro de un Gobierno para pasar a ser cabo de vara o loquero mayor de un manicomio suelto y desbordado", empeñado en "la lucha a brazo partido con las bandas de insensatos que estaban hiriendo de muerte a un régimen recién nacido, régimen que les había devuelto las libertades y derechos".
Es preciso recordar a Pérez de Ayala: "Cuanto se diga de los desalmados mentecatos que engendraron y luego nutrieron a sus pechos nuestra gran tragedia, todo me parecerá poco. Nunca pude concebir que hubieran sido capaces de tanto crimen, cobardía y bajeza". O a Marañón: “Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de estos cretinos criminales, y aún no habremos acabado”. Etc.

O al mismo Azaña, según fue conociendo a sus cofrades:
“Veo muchas torpezas y mucha mezquindad, y ningunos hombres con capacidad y grandeza bastantes para poder confiar en ellos ¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta?”. “No saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable encarnación de la necedad” “¿Estoy obligado a acomodarme con la zafiedad, con la politiquería, con las ruines intenciones, con las gentes que conciben el presente y el porvenir de España según los dictan el interés personal y la preparación de caciques o la ambición de serlo?”

Así eran. Y, por lo visto, así siguen siendo, ¡la tradición no muere! Ahí tienen a Berzosa, rector de la Complutense:
"¡Viva la Educación, viva la cultura, vivan los libros, viva la República!"; a ese nivel degradan la universidad; o a la afusilaora Grandes, dedicados todos ellos, con fondos públicos, a falsificar triunfalmente la historia. Ahí está su cultura. Nada de qué preocuparse: la tradición, simplemente.(Pío Moa).




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se le olvida plasmar el exquisito respeto de la derecha:

"¿Les parece poco que una flamenquita llegue a ministra del Batallón de Modistillas de ZP?" (Antonio Burgos, en ABC).

Federico Jiménez Losantos, sobre Bibiana Aído: "Como no haya ganado algún torneo de peteneras"

Sobre Carme Chacón:

"Chacón es Carmen, la del bombo", a la vez que cuestiona su espíritu patriótico (David Gistau, El Mundo)

"La acepto como animal de compañía, de batallón, de regimiento, de brigada y de división" (Antonio Burgos, ABC)

"Una nacionalista catalana al frente de los escombros del Ejército español" (Losantos, COPE)

Francisco Camps (PP), en referencia a la nueva Ministra de la Igualdad: "le mola mucho ser ecopacifista, le mola" y que "va con una guitarra". (20minutos)

"El nuevo ministerio que dirige Bibiana Aído representa esa manera de hacer política basada en la preferencia por los prejuicios ideológicos frente a los intereses generales". (ABC)

"Zapatero no ha sido generoso ni respetuoso con los militares. No por haber nombrado ministra de Defensa a una mujer, que en los Ejércitos abundan y cumplen con sus deberes a la perfección. No ha sido respetuoso por haber encomendado la defensa de España a una determinada mujer, Carmen Chacón. Es inteligente, trabajadora, bastante nacionalista y está casada con la sombra preferida de Zapatero, Miguel Barroso, de quien espera un hijo; Carmen Chacón, no Zapatero." (Ussía, en La Razón).

Carmen la del Bombo... sí señor, la derecha tan respetuosa como siempre ¿verdad, señor Urbina?

Jock

Sebastián Urbina dijo...

Nadie ha dicho, yo no, que la derecha nunca descalifique a sus adversarios políticos. He dicho otra cosa.