UNA GUERRA SIN ESTRATEGIA.
Día 26/08/2010
EL asesinato de dos guardias civiles y un traductor iraní nacionalizado español demuestra que en Afganistán no es posible diferenciar la intervención militar de la misión humanitaria, y que empeñarse en hacerlo, tras el atentado ayer en la base de Qala-i-Naw, sólo es una forma de engañar a la opinión pública.
El atentado terrorista, ya asumido por los autores, fue perpetrado por un conductor local al servicio de un oficial de la Policía afgana acreditado para acceder a la base. Fue, en palabras del ministro del Interior, «un atentado premeditado». En efecto, lo fue porque el asesino llevaba varios meses infiltrado en la base sin levantar sospechas y porque, después de ser abatido por miembros del propio Ejército de ese país, decenas de civiles afganos se enfrentaron a ellos, como una segunda parte de la jornada criminal que habían preparado los talibanes.
Estas muertes testimonian que en la guerra —sí, guerra— de Afganistán no hay frentes definidos y que todas las tropas de la fuerza aliada están en misión de combate.
La extrema gravedad de la situación queda reflejada en esta novedosa hostilidad contra nuestras tropas, en una zona donde se decía oficialmente que su trabajo de reconstrucción y aseguramiento contaba con el respaldo de la población. Pese a la evidencia de la situación crítica que se vive en Afganistán, el Gobierno no asume su responsabilidad de informar a la opinión pública con sinceridad y transparencia sobre la gravedad de todo lo ocurrido.
En vez de este ejercicio de rigor democrático, que descarga en Rodríguez Zapatero, y sólo en él, el compromiso de dar cuenta a la sociedad en sede parlamentaria, el Gobierno se ha instalado además en una estrategia de subversión de sus ministros, entregando al de Fomento mensajes más propios de uno de Hacienda; y al Interior, credenciales que correspondían al de Exteriores (Melilla) o Defensa. Es comprensible en cualquier ciudadano la tendencia a huir de las malas noticias, pero no en el presidente del Gobierno.
El atentado terrorista, ya asumido por los autores, fue perpetrado por un conductor local al servicio de un oficial de la Policía afgana acreditado para acceder a la base. Fue, en palabras del ministro del Interior, «un atentado premeditado». En efecto, lo fue porque el asesino llevaba varios meses infiltrado en la base sin levantar sospechas y porque, después de ser abatido por miembros del propio Ejército de ese país, decenas de civiles afganos se enfrentaron a ellos, como una segunda parte de la jornada criminal que habían preparado los talibanes.
Estas muertes testimonian que en la guerra —sí, guerra— de Afganistán no hay frentes definidos y que todas las tropas de la fuerza aliada están en misión de combate.
La extrema gravedad de la situación queda reflejada en esta novedosa hostilidad contra nuestras tropas, en una zona donde se decía oficialmente que su trabajo de reconstrucción y aseguramiento contaba con el respaldo de la población. Pese a la evidencia de la situación crítica que se vive en Afganistán, el Gobierno no asume su responsabilidad de informar a la opinión pública con sinceridad y transparencia sobre la gravedad de todo lo ocurrido.
En vez de este ejercicio de rigor democrático, que descarga en Rodríguez Zapatero, y sólo en él, el compromiso de dar cuenta a la sociedad en sede parlamentaria, el Gobierno se ha instalado además en una estrategia de subversión de sus ministros, entregando al de Fomento mensajes más propios de uno de Hacienda; y al Interior, credenciales que correspondían al de Exteriores (Melilla) o Defensa. Es comprensible en cualquier ciudadano la tendencia a huir de las malas noticias, pero no en el presidente del Gobierno.
Además de información, para Afganistán hace falta una estrategia, que es lo que prometió el presidente Obama para ganar las elecciones, hace ahora un año y nueve meses, y que tanto entusiasmó a Zapatero, dispuesto a preguntarse en público qué podía hacer él por Obama y no al revés.
Pues bien, en Afganistán no se sabe cuál es la estrategia que se está aplicando y esta incógnita es la primera que hay que despejar no sólo para recabar apoyo político y social, sino para seguir allí. Porque lo que hace falta es una planificación auténticamente militar, y no más discursos ocurrentes sobre el carácter seráfico de nuestra presencia en un tierra hostil, donde el enemigo es implacable y ataca alevosamente. (ABC)
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
NO SON PACIFISTAS, SON COBARDES.
No solamente el gobierno socialista, que también. La izquierda zapateril (y la farándula del progreso sin regreso) está instalada en el 'buenismo', una ideología idiota y entreguista. Consiste en creer que 'todo el mundo es bueno', y que 'hablando se entiende la gente'.
Solamente un idiota puede creer esto. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que millones de personas sean idiotas? Máxime cuando la mayoría de ellos, probablemente, son personas competentes en sus respectivas profesiones.
La respuesta me parece que es la siguiente. 'Los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos' (Julio César)
Pues bien, ¿quién quiere ir a la guerra? ¿quién desea ir a pegar tiros allá por Afganistán? Hay que estar loco para disfrutar con estas cosas. Por tanto, ante una situación como la de Afganistán (o Irak, o Darfur, u otras) se puede reaccionar, básicamente, de dos maneras.
Por una parte, activar el discurso 'buenista' antes mencionado. O sea, en el fondo todo el mundo es bueno. Sólo hay que dar la oportunidad adecuada. Salvando las distancias que haya que salvar, recordemos que Chamberlain y Daladier fueron a visitar a Hitler, con el intento de evitar las hostilidades. Europa estaba llena de manifestaciones pidiendo la paz. ¿Quién no quiere la paz? Hay que estar loco para no quererla. El problema no es éste.
Y con esto, pasamos a la otra manera de afrontar el problema. Las personas que se sitúan en esta segunda opción también desean la paz. No disfrutan pegando tiros. Lo que sucede es que no creen que 'todo el mundo es bueno' porque tratan de fijarse en los hechos. O sea, tratan de no confundir deseos y realidad.
Además, suelen tener sentido del deber. Para la cultureta progre actual esto es muy fuerte. Poco flexible. Los 'buenistas' prefieren (al menos en teoría) pactarlo todo. Desde la dignidad a los calcetines, desde el sentido de la responsabilidad a la rendición. La ilusión es alejar el mal de sus narices. Al menos de momento. Como pagar rescate a los asesinos. De momento solucionamos el problema. Luego ya veremos.
Pero la realidad es tozuda. a pesar de que el gobierno socialista se aprovecha de la debilidad de una sociedad relativista y hedonista. Una sociedad que quiere oir que no hay guerra, que no hay problemas, que podemos solucionarlo todo con talante. El miedo y la cobardía hacen el resto. O sea, autoengaño.
En estas circunstancias, el que proponga una línea de firmeza frente al terror, será acusado de defender el 'terrorismo de Estado', o de 'provocar más violencia con actitudes intransigentes'.
Tenemos que reconocerlo. Hay momentos, en la vida de las personas, o en la vida de las sociedades, que la altura moral está por los suelos. Que el alimento espiritual es el botellón, la televisión basura y pasarlo bien que son dos días. Los valores del mérito, el esfuerzo, o el trabajo bien hecho no están de moda. Pero esto tiene un precio. Y no estar dispuesto a defender la propia libertad, la libertad que está en la base de nuestras sociedades, tiene otro precio. Y será muy caro. Ya lo está siendo aunque muchos no quieran verlo.
Y la libertad se defiende, a veces, lejos de nuestras casas. A veces con la palabra. Per, a veces, no basta. Hay que pegar tiros. Claro que no hay peor sordo que el que no quiere oir.
En fin, tenemos lo que nos merecemos. Es una lástima, pero la cosa apesta. ¡Cobardes de mierda!
Sebastián Urbina.
Pues bien, en Afganistán no se sabe cuál es la estrategia que se está aplicando y esta incógnita es la primera que hay que despejar no sólo para recabar apoyo político y social, sino para seguir allí. Porque lo que hace falta es una planificación auténticamente militar, y no más discursos ocurrentes sobre el carácter seráfico de nuestra presencia en un tierra hostil, donde el enemigo es implacable y ataca alevosamente. (ABC)
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NO SON PACIFISTAS, SON COBARDES.
No solamente el gobierno socialista, que también. La izquierda zapateril (y la farándula del progreso sin regreso) está instalada en el 'buenismo', una ideología idiota y entreguista. Consiste en creer que 'todo el mundo es bueno', y que 'hablando se entiende la gente'.
Solamente un idiota puede creer esto. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es posible que millones de personas sean idiotas? Máxime cuando la mayoría de ellos, probablemente, son personas competentes en sus respectivas profesiones.
La respuesta me parece que es la siguiente. 'Los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos' (Julio César)
Pues bien, ¿quién quiere ir a la guerra? ¿quién desea ir a pegar tiros allá por Afganistán? Hay que estar loco para disfrutar con estas cosas. Por tanto, ante una situación como la de Afganistán (o Irak, o Darfur, u otras) se puede reaccionar, básicamente, de dos maneras.
Por una parte, activar el discurso 'buenista' antes mencionado. O sea, en el fondo todo el mundo es bueno. Sólo hay que dar la oportunidad adecuada. Salvando las distancias que haya que salvar, recordemos que Chamberlain y Daladier fueron a visitar a Hitler, con el intento de evitar las hostilidades. Europa estaba llena de manifestaciones pidiendo la paz. ¿Quién no quiere la paz? Hay que estar loco para no quererla. El problema no es éste.
Y con esto, pasamos a la otra manera de afrontar el problema. Las personas que se sitúan en esta segunda opción también desean la paz. No disfrutan pegando tiros. Lo que sucede es que no creen que 'todo el mundo es bueno' porque tratan de fijarse en los hechos. O sea, tratan de no confundir deseos y realidad.
Además, suelen tener sentido del deber. Para la cultureta progre actual esto es muy fuerte. Poco flexible. Los 'buenistas' prefieren (al menos en teoría) pactarlo todo. Desde la dignidad a los calcetines, desde el sentido de la responsabilidad a la rendición. La ilusión es alejar el mal de sus narices. Al menos de momento. Como pagar rescate a los asesinos. De momento solucionamos el problema. Luego ya veremos.
Pero la realidad es tozuda. a pesar de que el gobierno socialista se aprovecha de la debilidad de una sociedad relativista y hedonista. Una sociedad que quiere oir que no hay guerra, que no hay problemas, que podemos solucionarlo todo con talante. El miedo y la cobardía hacen el resto. O sea, autoengaño.
En estas circunstancias, el que proponga una línea de firmeza frente al terror, será acusado de defender el 'terrorismo de Estado', o de 'provocar más violencia con actitudes intransigentes'.
Tenemos que reconocerlo. Hay momentos, en la vida de las personas, o en la vida de las sociedades, que la altura moral está por los suelos. Que el alimento espiritual es el botellón, la televisión basura y pasarlo bien que son dos días. Los valores del mérito, el esfuerzo, o el trabajo bien hecho no están de moda. Pero esto tiene un precio. Y no estar dispuesto a defender la propia libertad, la libertad que está en la base de nuestras sociedades, tiene otro precio. Y será muy caro. Ya lo está siendo aunque muchos no quieran verlo.
Y la libertad se defiende, a veces, lejos de nuestras casas. A veces con la palabra. Per, a veces, no basta. Hay que pegar tiros. Claro que no hay peor sordo que el que no quiere oir.
En fin, tenemos lo que nos merecemos. Es una lástima, pero la cosa apesta. ¡Cobardes de mierda!
Sebastián Urbina.
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