miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA GENTE SE ESTÁ CANSANDO....

La resistencia frente a la ideología totalitaria se organiza en Grecia. Docenas de ciudadanos arrojaron huevos a centenares de violentos musulmanes inmigrantes cuando se reunieron en una céntrica plaza por el Eid al Adha rodeados de un cordón protector de policías antidisturbios.

Grecia, que se ha convertido en la principal puerta de entrada de inmigrantes a la Unión Europea, tiene una creciente comunidad musulmana y las tensiones entre los habitantes locales y los inmigrantes han ido a más en algunas áreas de Atenas como la plaza Attiki, el escenario del incidente del martes.

La comunidad musulmana de Atenas realiza sus reuniones habitualmente en centros culturales o salones comunitarios o apartamentos privados por toda la ciudad. La comunidad musulmana en Grecia se estima en un millón de personas, en un país donde la mayoría de la población es cristiana ortodoxa griega.

Mientras los musulmanes estaban reunidos, algunas personas gritaron desde sus balcones mientras ondeaban banderas griegas. Folletos con cerdos pintados – un animal que los musulmanes consideran sucio – estaban esparcidos por toda la plaza.

Margarita Vassilatou, de 56 años, que ha vivido en la plaza durante más de 35 años dijo que quería marcharse por culpa de los inmigrantes:

“Esto no es vida… Les tenemos miedo. Muchos de ellos son criminales, llevan cuchillos y comercian con drogas”.

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POLÍTICOS IRRESPONSABLES.



Con la excusa de lo políticamente correcto y con la amenaza de acusar de racista y xenófobo al que se mueva, mucha gente no se ha atrevido a protestar. Pero la gente se está cansando de los políticos (de la mayoría) que cargan todo el peso de las molestias (incluso las injustificadas) a los nacionales. Como ejemplo está Dinamarca. El 4'5%, aproximadamente, de musulmanes gasta, aproximadamente, el 40% del gasto social. No es extraño que en este país se hayan producido reacciones gubernamentales frente a los abusos de la inmigración musulmana. Algo parecido pasa en Holanda. Es el principio.



La cobardía y la irresponsabilidad de los políticos ha permitido que crezca esta peligrosa bola de nieve. Ellos son los principales responsables. Para empezar, no se han atrevido a decir, públicamente, que los inmigrantes deben respetar (al menos) los valores democráticos que fundamentan nuestra vida social y pública. El que no los acepte (en la vida práctica) hay que expulsarlo del país. No se pueden tener enemigos, subvencionados, en casa.

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Enemigo a las puertas

Después de dos panfletos incendiarios como La rabia y el orgullo y La fuerza de la razón, Oriana Fallaci vuelve a brindarnos un nuevo libro. Como de costumbre, la autora de Insallah despierta nuestras dormidas conciencias ante el hecho de que Europa es ya Eurabia.

En Eurabia, el Islam campa a sus anchas. En los medios de comunicación, los yihadistas pasan por ser herejes del Islam y no musulmanes consecuentes. Los eurócratas procuran en todo momento salvar la cara a una religión cuya consigna es acabar con Occidente. Más claro no se puede decir: "La izquierda se mancha definiendo a los terroristas como combatientes o como resistentes. Favoreciéndolos al minimizar o ignorar sus matanzas. Ayudándolos sin condenar como se merece a sus extremistas". Mientras tanto, los inmigrantes musulmanes se multiplican a una velocidad tal que dentro de poco, probablemente en 2100, en la UE las mujeres tengan que llevar burka y la poligamia sea legal.

En una muestra más del grado de degradación a que ha llegado Occidente, a quienes levantan su voz contra esta perversa legitimación del enemigo, desgraciadamente no a las puertas de Europa sino ya en sus entrañas, se les tacha de fascistas. Fallaci ya está acostumbrada a que la vejen y la insulten. Sin embargo, ella no acepta componendas porque la verdad nunca puede ser objeto de consenso.

Como señala agudamente, Europa padece un virus letal. Ahora es Eurabia, "un instrumento para introducir cada vez más invasores en nuestro territorio y consentirles después que circulen sin tropiezos por nuestra casa". Prediciendo el futuro cual Casandra, Fallaci ha anticipado el vandalismo de los desagradecidos hijos de los inmigrantes en Francia. La religión pesa, y su odio a Occidente es tal que, a pesar de que se les trata con respeto y se les tiene por individuos con derechos, su propósito es quebrar el Estado de Derecho e imponer su teocracia.

Pero no sólo en Europa tenemos la culpa de semejante estado de cosas, sino que buena parte de esta responsabilidad compete al organismo que nuestra izquierda considera como guardián de la legalidad internacional: Naciones Unidas. Fallaci se pregunta qué legitimidad puede tener una organización compuesta en su mayoría por dictaduras, con países que no suscriben la carta de Derechos Humanos y en la que China tiene derecho de veto. Por poner un ejemplo, como recuerda la autora, mientras en Sudán se perpetraba un cruento genocidio, la ONU miraba para otro lado. Los janjaweed, en nombre de Alá, asesinaron a casi 100.000 cristianos en el campo de refugiados de Kalma. En Ruanda, por poner otro ejemplo que no menciona la Fallaci, el general Romeo Dallaire avisó a Annan de lo que estaba pasando y le pidió autorización para atacar los arsenales hutus. Kakofi se lo prohibió y, aún más, le ordenó bajar la guardia. Los muertos ascendieron a 800.000.

Más aún, las revelaciones sobre la catadura moral del actual secretario de la ONU y de las acciones de esta institución durante el último medio siglo invitan al desánimo. Escribe Oriana: "La ONU nunca se ha pronunciado de una forma clara y rotunda contra los secuestros y los asesinatos realizados por los terroristas islámicos. Nunca. Y el señor Kofi Annan, ídem. Nunca indujo a los países del Tercer Mundo a votar contra las matanzas que los kamikazes de Hamas efectúan en Israel. Nunca. Incluso deja que los países del Tercer mundo voten a favor de Nasser Al-Kidwa, el observador palestino. Y eso sin contar los trece funcionarios de la ONU que en los últimos cuatro años, es decir, durante la nueva Intifada fueron detenidos por las autoridades israelíes como cómplices de Hamas".

Con semejante panorama, el pesimismo cala cada página del libro, aunque se atisba un cierto optimismo cuando se hace mención de Bush y Blair, ya que son los únicos que se baten por Occidente. No obstante, Fallaci se muestra crítica con la guerra de Irak porque, aunque se alegra del fin de la tiranía baazista, es consciente de la dificultad de establecer una democracia allá donde el Islam es la religión mayoritaria.

La conclusión a que llega Fallaci en esta pequeña obra pasa por la advertencia de que si no defendemos con uñas y dientes nuestra libertad, la sociedad en la que vivimos será pasto de la intolerancia islámica.

Aunque duela decirlo, Oriana cuenta lo que casi nadie parece escuchar. Su éxito, al menos, anima a pensar que hay muchos que creen que tiene razón. Pero ¿qué pasará cuando el cáncer que le castiga se la lleve del mundo de los vivos? Eso deprime más que todo lo que cuenta en una obra que sin duda se está convirtiendo en un clásico.

Oriana Fallaci, Oriana Fallaci se entrevista a sí misma / El Apocalipsis, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005. 303 páginas.

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