NUEVA EDICIÓN DEL CLÁSICO DE VÁZQUEZ-RIAL
'La izquierda reaccionaria'
Por Esteban Lijalad
Vázquez-Rial, además de escribir un libro importantísimo, tuvo la genialidad de crear el término izquierda reaccionaria, de extraordinaria fuerza: desmonta –con solo dos palabras– la mitología que iguala Izquierda a Progreso. La Izquierda no es el Progreso, nos dice, sino la reacción más consistente y feroz al proyecto liberal democrático. |
Lo más llamativo de este libro es el punto de vista. Si algún pensador conservador hubiera escrito una crítica a la Izquierda, a nadie le llamaría la atención. Casi diríamos que estaría en su naturaleza. Pero cuando alguien proveniente de la Izquierda asume el desgarro que significa quebrar los mitos de juventud y exponer, al fin, las dudas y certezas que lo traspasan, el producto tiene un valor complementario. Sobre todo para los miles de personas que han vivido el mismo proceso.
Venía, como tantos otros, preocupándome por la situación de lo que hasta aquí se ha venido llamando izquierda, por la identidad de día en día más borrosa de ese sector del pensamiento, o del no-pensamiento, con el cual me identifiqué durante largos años, probablemente a falta de algo mejor. Intuía, más que veía, la miseria en la que había caído y seguía cayendo, como en un pozo de fondo remoto, pero no alcanzaba a precisar lo que la violencia de Al Qaeda reveló aquel día y los que le siguieron: que el pozo no tenía fondo y que la decadencia de las nociones que habían alimentado las visiones del mundo en general tenidas por progresistas ya no se iba a detener.
Vázquez-Rial, ya digo, no es el único que ha hecho ese tránsito. Somos miles, ya digo, los que hemos vivido el mismo proceso, aunque quizás de un modo discreto, sin la audacia y la brillantez de Horacio. De algún modo, él mostró el camino.
El punto de ruptura final fue, para él y para tantos, el brutal atentado del 11 de septiembre del 2001. Las sonrisas cómplices, las condenas meramente formales, la idea de que EEUU se lo había buscado, todo eso fue el detonante que muchos necesitamos para decir adiós, definitivamente, a los sueños de la Izquierda.
Lo que siguió al 11 de Setiembre fue un estallido. Una confesión pública de identificación con la barbarie, de repudio a la civilización y al pensamiento como tal, de repugnancia ante lo político, de tolerancia ante el terrorismo, y de cólera frente a la legalidad y la legitimidad de los Estados como marco de garantía de los derechos humanos.
Todo eso, y mucho más, quedó claro el 11 de Septiembre. La sustancia de La izquierda reaccionaria es el relato pormenorizado de ese estallido de irracionalidad: de cómo una hija de Occidente –la izquierda que nació en las jornadas revolucionarias del siglo XVIII– termina matando a su propio padre y se abraza a lo peor: el fundamentalismo religioso, el nacionalismo, la reacción. Es Roger Garaudy convirtiéndose al islamismo; es Carlos, el guerrillero internacional, aplaudiendo a Osama bin Laden. A eso ha llegado la jibarización de la izquierda: del anuncio de un futuro de libertad y justicia a la justificación de la matanza de inocentes.
Las claves de esta decadencia son analizadas por Vázquez-Rial con la sapiencia del arqueólogo, que analiza fragmentos dispersos para rearmar una realidad cultural.
– El reduccionismo de la autodefinición de la Izquierda: vendría a ser todo lo que se oponga la Derecha, un mosaico que abarcaría desde Churchill a Hitler, de Vargas Llosa a Trujillo.
– El abandono de la política democrática, en el sentido de lucha leal por el poder mediante la persuasión del electorado: atajos, golpes de estado, conspiraciones, guerras prolongadas.
– La asunción del nacionalismo como bandera propia, contra la tradición internacionalista de los fundadores.
– Cuba como el gran mito sobreviviente tras la Caída del Muro: "Las gentes de las izquierdas, las que hace cuarenta y dos años depositamos nuestras esperanzas de transformación en la revolución cubana –asumo mi parte–, debieran ser las más críticas, las más interesadas en que esa pesadilla no se prolongue. Si es necesario, reclamando el fin del bloqueo, pero con conciencia de que el final del bloqueo es el final del régimen, el más deseable, el menos sangriento de los finales. Cuba, su Mito, su bandera, es aun levantada por los restos de la izquierda, es una pesadilla (...) solo un cínico redomado puede decir que hay un principio que defender en Cuba, sea que se llame socialismo, sea que se llame igualdad".
– La pérdida de la noción de proceso, esa dinámica de la Historia que lo único que predica es que no hay un fin de la historia, que la Historia no se detuvo en la URSS o en China o en Cuba. La cristalización, el congelamiento de la Historia es una de las claves del fracaso de la Izquierda para comprender la dinámica de lo real.
La pérdida de potencia de fuego político e ideológico tras la desaparición de la URSS se compensa con el apoyo –explícito o soterrado– a la barbarie fanática representada por Bin Laden y su terrorífico atentado contra las Torres. Por interpósita persona, la izquierda (antiamericana, fanáticamente antiamericana, podría decirse) encuentra su nuevo guía. El que sea un líder fundamentalista islámico se considera un detalle menor. Como recoge Horacio, cierta dirigencia izquierdista argentina, a la vanguardia de la alianza Marx-Mahoma, planteó el carácter revolucionario de Osama.
Vicente Zito Lema sostuvo que Osama bin Laden era "un revolucionario", cuya lucha "es parte de la lucha de clases" de "los oprimidos de la humanidad contra el imperio". Lo comparó con José de San Martín, Manuel Belgrano, José G. Artigas [líderes independentistas de Argentina y Uruguay en el siglo XIX], Ernesto Guevara y "mis compañeros caídos en combate".
El Mito ya estaba construido. Y la izquierda es muy eficaz construyendo mitos. Es lo que mejor sabe hacer.
El estupendo capítulo sobre la multiculturalidad trae una síntesis brillante de las similitudes y diferencias de dos tradiciones que han influido en la modernidad: la iluminista (universalista, igualitaria, racional) y la romántica (irracional, particularista, exaltadora de las diferencias nacionales). De un modo muy claro, Vázquez-Rial demuestra que el romanticismo está en la base del antisemitismo:
¿De qué modo la noción de relativismo cultural, o de multiculturalismo, como se ha elegido llamarlo últimamente, está asociada al antisemitismo en particular, por la historia del Romanticismo alemán, y al racismo en general? La negación de la noción de humanidad, y su sustitución por la de un conglomerado de culturas, abre la brecha de la diferencia. Y el racismo no se construye sobre la superioridad o la inferioridad de una determinada raza: eso viene después, en segundo término: lo primero es la diferencia de esa raza respecto de otras. Para aceptar la idea de que los arios son superiores, o la de que los judíos son inferiores, tengo que aceptar primero que son diferentes. Es tan racista afirmar que todos los judíos son malos como afirmar que todos los judíos son buenos. O los árabes, o los chinos, o los sioux, lo mismo da. Al diferenciarlos, los separo de la idea de humanidad.
La izquierda nació bajo el espíritu del iluminismo, pero ha virado hacia el romanticismo: la multiculturalidad, el desprecio de la cultura occidental, la aceptación entusiasta de la diversidad cultural, incluyendo la ablación, el asesinato de adúlteras, la explotación de la mujer, la negativa de los inmigrantes islámicos a aceptar la legalidad democrática europea... Todo en nombre del "respeto por la diversidad cultural".
Nos dice el autor:
Las izquierdas han dejado de ser un proyecto porque ni tienen un modelo de sociedad socialista dignamente defendible, ni se han comprometido con la defensa del único sistema, el occidental, en el que les está permitido vivir.
El abandono de Occidente, de las libertades, de los ideales democráticos –con el pretexto de se habían difuminado merced al imperialismo y el capitalismo salvaje– no hizo más que acercar a la Izquierda a su supuesto antagonista:
Todavía hace falta más distancia, todavía hay adherencias en nuestro espíritu de una sentimentalidad bolchevique, que nos impide a quienes nos formamos en las izquierdas asumir la esencial identidad del comunismo y el fascismo como respuestas revolucionarias paralelas, con un origen común, con una parafernalia común, con una coreografía común, con un lenguaje común, con unos discursos comunes.
Identificar el comunismo y el nazifascismo como las dos caras de una misma moneda antiliberal, para alguien que proviene de la Izquierda, alguien aun adherido a la "sentimentalidad bolchevique", es una "audacia". Sabe que sus amigos lo tildarán de "facho", de irresponsable: buena parte del Mito Soviético se construyó con la "victoria sobre el nazifascismo". Y no es cuestión de derruir mitos.
Vázquez-Rial pone también bajo su lupa la política familiar de la Izquierda actual –muy distinta del puritarismo de los viejos anarquistas del siglo XIX–, la cuestión de la soberanía –ambiguo tema en el que la Izquierda duda entre su inicial internacionalismo y el particularismo de aldea–, la ecología como nuevo mito anticapitalista. Etcétera.
Culmina Horacio afirmando, a modo de síntesis:
La izquierda actual es un síndrome y una mitología. Los síntomas son el antiamericanismo como única filosofía central, la renuncia a las nociones de proceso, de soberanía y de Estado, entre otras, el multiculturalismo –que lleva al proislamismo acrítico y, en consecuencia, a servidumbres políticas e intelectuales perversas–, el antisemitismo, el nacionalismo, la manipulación de la memoria y de la historia, el desconocimiento de la realidad moral de ciertas prácticas, tanto positivas como negativas –la familia o el cultivo de opio–, las consignas que se repiten sin que tengan ya ningún vínculo con la realidad.
No hace falta acordar con todas las afirmaciones de Vázquez-Rial. Eso sería lo contrario de un pensamiento libre e independiente. Algunas tesis que sostiene mueven a la discusión, lo cual es bueno y sano. Solo los fundamentalistas creen en cada palabra del Libro. Los liberales, afortunadamente, tenemos muchas coincidencias y algunas disidencias, porque el liberalismo vive del intercambio, la discusión y el consenso.
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