(¿Qué hay de nuevo en Cataluña?)
El fin de una era
El
catalanismo político ha muerto. La gran manifestación independentista
del pasado 11 de septiembre fue su acta de defunción. Nada parecido al
anhelo de liderar España, sentido último de aquella corriente, sobrevive
en el nacionalismo. Tal ambición la hemos heredado (que nadie vea
paradoja en ello) los catalanes que seguimos queriendo ser españoles y
que españoles nos moriremos.
Hemos resistido treinta años de
manipulación sentimental, hemos sido tratados como una anomalía, hemos
llegado a reivindicar la realidad -que ya es reivindicar- ante una
invasiva, onerosa e implacable empresa: la de materializar el sueño de
Jordi Pujol, que era, básicamente, un sueño de uniformidad.
El
heredero político perfecto en esa operación, que casi triunfa, era el
propio hijo del gran hacedor, Oriol Pujol, actual secretario general del
partido fundado por don Jordi. Qué menos para un proyecto donde la
política es inseparable de la fe, la fe de la familia, la familia del
negocio y el negocio de la política. Pero razones de edad exigían un
líder puente, y el círculo privado de Pujol (que era a la vez cúspide
fáctica del circo público catalán) dispuso que ese papel lo jugara Artur
Mas, un hombre convincente, de buena presencia y de buena familia, de
apariencia sensata, con buen verbo en varios idiomas… y completamente
ajeno a la política durante los años finales del franquismo y el
principio de la democracia, cuando era casi imposible que en Barcelona
un universitario se sustrajera a aquel terremoto.
La
alianza de los socialistas catalanes con los independentistas de la
Esquerra privó a Mas del poder durante dos legislaturas, a pesar de
ganar las elecciones a Maragall y a Montilla. De hecho, CiU siempre ha
ganado las elecciones catalanas desde 1980. El destino ha querido que su
acceso a la presidencia de la Generalitat llegara en plena crisis. En
la carencia de recursos, en la estricta dependencia del Gobierno central
para pagar incluso las nóminas de los funcionarios, en las graves
dificultades para sostener el entramado clientelar propio de Cataluña
-pero también propio de muchas otras comunidades autónomas- reside la
causa de un gravísimo error de cálculo: decidió enseñarle a España los
dientes de la secesión para obtener holgura financiera, poder real.
Artur
Mas es la última encarnación de una figura que se viene repitiendo en
la historia, la del gobernante que desata fuerzas incontrolables por
tacticismo, la del aprendiz de brujo, la del frívolo que parecía un
hombre serio, la del casi líder, la del presidente cuyo entorno
inmediato refuerza sus errores, la del insensato que no reconoce las
complejidades del entramado social. Muchos antes que él han creído que
podían movilizar a las muchedumbres, sin mayores consecuencias, para
acoquinar al adversario legítimo; muchos antes que él han comprobado
demasiado tarde que es imposible devolver su contenido a la caja de
Pandora una vez abierta.
¿Quién recuerda el pacto fiscal?
Para
su desgracia y para la de su partido, es ese paso en falso de Mas, y no
su «transición nacional», el que no tiene vuelta atrás. Se ha pasado de
frenada. Madrid tardará más o menos en leer adecuadamente el momento
catalán, pero en Barcelona las percepciones se han transformado
radicalmente. El pacto fiscal, leitmotiv de CiU hasta anteayer y
verdadero objetivo de su demostración de fuerza en la Diada, ya no está
en la agenda, mal que le pese al «president».
Su jugada ha precipitado
la historia, estableciendo una línea divisoria que ya no podrá borrar.
Quien no se defina al respecto de la secesión no contará en la nueva era
catalana. Sí o no. Con España o sin España. Seguir juntos o separarse.
Se acabó el cuento, se acabó la rentabilísima ambigüedad que Jordi Pujol
elevó a arte. Desde la mañana del día 12, una pinza constriñe el cuerpo
nacionalista, convergente en su mayor parte. Las dos tenazas están en
su sitio y no van a soltar a la presa: la una es el independentismo
transparente de quienes se presentan a las elecciones con la secesión en
el programa; la otra rechaza tal horizonte y defiende a las claras que
Cataluña es España.
Por
extraño que a algunos les pueda parecer, esta es una gran oportunidad
para el Partido Popular de Cataluña y para Ciudadanos, puesto que ambas
formaciones, a diferencia del PSC (y, claro, de CiU), tienen
perfectamente dibujada de origen su posición en el único debate que
importa llegados a este punto, y en torno al cual todos se van a tener
que definir. Agradézcanselo a Mas las instituciones financieras
catalanas, los grandes magnates multimedia y todos esos empresarios que
urgían a la aprobación de un Estatuto inconstitucional mientras
consolidaban su mercado en España. Todos los que asistían a la pedagogía
del odio calladitos, sonrientes, cómplices, los que nunca han fruncido
el ceño ante la hiriente propaganda del «expolio» y el «¡España nos
roba!» para no molestar a los injuriadores. Se acabó lo que se daba.
Agradézcanle, sí, a Mas el fin del silencio. Y a mojarse: ¿con España,
sin España, contra España?
Jaque
¿Qué
hay de nuevo en Cataluña? Todo. En primer lugar, se ha roto una regla
sagrada y no escrita: el poder político ha dividido a la sociedad
catalana en torno a un lema y una simbología separatistas que el PSC no
puede asumir. Ha puesto a un lado a CiU, ERC, Solidaritat per la
Independència e Iniciativa, y al otro lado ha dejado al PSC, PPC y
Ciudadanos. Ni el propio Carod-Rovira se atrevió a tanto: la
justificación de los tripartitos -esto es, de su preferencia por la
alianza con los socialistas antes que con los nacionalistas de CiU- fue
la de «evitar la quiebra de la cohesión social en Cataluña». En plata:
el cinturón industrial enfrentado a las comarcas.
Conviene
no olvidar que Carme Chacón, detestada por los nacionalistas de fuera y
de dentro de su partido, obtuvo el 46’7 % del voto de la
circunscripción de Barcelona en las elecciones generales de 2008. ¿Qué
creen que pasará con el grueso de aquellos votantes cuando les pregunten
si les apetece romper la unidad de España? Pues a esa enormidad (hoy
dormida, pero que despertará si le tocan la fibra) sumen a los votantes
del PPC y de Ciudadanos. Si prefieren guiarse por elecciones
autonómicas, piensen en los abstencionistas que ni siquiera consideran
que el Parlamento catalán les ataña. También habrá que sumar, capítulo
de lo más interesante, a los votantes de CiU que detestan las aventuras,
los experimentos y los riesgos innecesarios, que son muchos.
¿Qué
hay de nuevo en Cataluña? Que Alicia Sánchez Camacho y Albert Rivera
han entendido perfectamente lo que está sucediendo y le quieren ver el
farol a Artur Mas. Se lo están repitiendo a todas horas: convoque
elecciones anticipadas y preséntese con la secesión en su programa,
incluyendo fechas y procedimiento. ¿Para cuándo el referéndum ilegal? No
irá a decir ahora, después de tanto ruido, que es usted otro Ibarretxe y
que se la va a envainar en cuanto el Congreso le recuerde la
Constitución española, ¿verdad?
¿Qué
hay de nuevo en Cataluña? Que el nacionalismo ha gastado su último
cartucho, que Duran representa menos que nada, que el PSC será PSOE o no
será, que la defensa pública de España ha dejado de ser una provocación
o una excentricidad y se ha convertido en una exigencia procedimental:
no es posible plantear un escenario como el que Artur Mas ha puesto en
pie sin dar (¡sin garantizar, sin exigir!) presencia pública permanente y
en términos de igualdad a los partidarios y a los detractores, a los
del sí y a los del no, a la ruptura de España o a su afianzamiento.
Nunca como ahora se nos va a tener que escuchar. Ha metido la pata,
«president». Jaque.
(Juan Carlos Girauta/ABC).
1 comentario:
No se si tendrá razón en lo que comenta el sr. Girauta o no, espero que acierte. Pero, la verdad, es que estoy deseoso de ver esa supuesta "masa españolista" que cuando despierte arrasará con todo a su paso, empezando por el nazionalismo. Deseoso estoy de verlo,y aplaudirlo.
escéptico
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