—¿Ha fracasado la Europa social de la socialdemocracia a la luz de esta Europa de la austeridad?
A esta pregunta A.G. responde que el capitalismo ha fracasado. No entiendo esta respuesta. ¿Quiere decir que ya no vamos a utilizar la economia de mercado? ¿Quiere decir que tenemos un modo de producción mejor? Nada de esto. La economía de mercado, con sus fallos- que también los tiene el Estado, tan querido por los socialdemócratas- es, hoy por hoy, el único sistema económico viable. Como alternativa solamente queda la utopía. Bueno, si uno quiere vivir encaramado en ella, es su responsabilidad.
Luego añade que son 'los fundamentalistas del mercado' los que han perdido la discusión. Esto ya me parece una estupidez, dado que no se trata de cualquier persona sino de un sociólogo famoso. La derecha- por simplificar- no es fundamentalista de mercado. Basta ver a Mariano Rajoy y su política fiscal. Gasto público y subir los impuestos. Típico de la izquierda. ¿Qué tontería es esta de 'fundamentalistas del mercado'?
Los políticos de la derecha mantienen presupuestos parecidos a los de la izquierda. Los Estados europeos suelen controlar más del 45% del PIB, sean de derechas o de izquierdas. Y el gasto social es parecido. Hay que acudir a algún teórico, como Robert Nozick, para encontrarnos a un defensor del 'Estado mínimo'.
—Pero tienen su propia narrativa, y los demás no...
Se refiere a la inmigración. Dice que Londres va mejor que el resto del Reino Unido porque tiene más inmigración, y desea que esto suceda en toda Europa.
Ahora bien ¿qué es 'más inmigración'? ¿Qué tanto por ciento debemos aceptar para todo vaya mejor? Esta cuestión es crucial. Luego está el tipo de inmigración. Leyendo a Giovanni Sartori ('La sociedad multiétnica') uno se da cuenta de que no es lo mismo la inmigración islámica que las otras. Y en 2010 ya teníamos más de 27 millones de musulmanes en Europa. ¿Cuántos millones más de musulmanes debemos acoger para que las cosas vayan tan bien como espera A.G.?
Es decepcionante que no diga nada al respecto.
Pues parece que los populistas han copado el escenario...
Aquí se refiere al peligro de que los euroescépticos y los populistas- incluyendo a la extrema derecha- copen el parlamento europeo.
Por lo que a mí respecta, el problema no es solamente si hay que construir Europa, o no. Yo estoy a favor. El problema es cómo. No estoy de acuerdo en la construcción de Europa 'desde arriba'. Miles de políticos y burócratas tratan de diseñar Europa desde las instituciones europeas y cobrando excelentes sueldos.
Me parece más sólido que Europa se vaya contruyendo 'desde abajo'. Facilitando e intensificando la comunicación de personas y mercancías. Facilitando e intensificando las relaciones culturales, comerciales, y de todo tipo entre las naciones europeas. De este modo se irá contruyendo un edificio más sólido. Si Europa tiene que construirse, se hará sobre la base de las naciones que han creado lo que hay, y la intensificación de las relaciones entre europeos. Europa se irá construyendo paso a paso, casi sin darse cuenta. Más que por el diseño de políticos y burócratas que inundan Europa de miles de reglamentos y directivas.
PD. El lector interesado puede leer- en este blog- mi artículo 'La casta política europea', que trata el problema de los radicalismos euroescépticos.
ENTREVISTA A ANTHONY GIDDENS.
Asediada por la crisis, atacada por los populistas, espiada
por sus aliados e insegura de sí misma, Europa mira con auténtica
aprensión a las elecciones al Parlamento europeo de mayo del año que
viene. Una sensación de emergencia que comparte Lord Anthony Giddens, el
gran sociólogo británico que concibió la «tercera vía» detrás de las
victorias de Tony Blair
y que repensó la idea de modernidad en la era de la globalización.
Anclado en el centro radical que apadrinó siempre, una especie de
liberalismo socialdemócrata ilustrado, el intelectual londinense suma, a
sus 75 años y con 34 libros a sus espaldas, la calma de la madurez a la
lucidez y frescura analítica que tuvo siempre.
«En los próximos seis meses se juega la batalla por el
futuro de Europa», advierte, en referencia al empuje de los populismos y
del euroescepticismo. En su intervención esta semana en un foro sobre
la UE en la sede británica del European Council on Foreign Relations, un
centro de análisis europeísta, exigía a los pro-europeos –y a los
funcionarios de Bruselas presentes- hablar de Europa con mayor pasión.
Como europeísta convencido, «algo muy raro en un británico», quiere
lanzar en estos meses el Proyecto Europa, una red de «think-tanks» a
modo de coalición intelectual para afrontar la batalla que vaticina.
—¿Cuál es el argumento definitivo sobre la necesidad de más Europa?
—Yo soy proeuropeo porque Europa unificó a un continente en
guerra, y ese proyecto no ha perdido su relevancia. Hace no tanto
tiempo hubo un nivel brutal de destrucción en el centro del continente, y
tenemos todavía el reto de integrar a los Balcanes. Esta legitimidad
pública es para mi un factor muy importante. En segundo lugar, está la
prosperidad económica. En este momento decirlo parece algo perverso,
pero el mercado único aporta un 2,2% de PIB adicional a los Estados
miembros con un reparto bastante equitativo, incluso durante la crisis.
—Son los viejos argumentos de la misión histórica y el mercado común...
—Vivimos en un mundo dirigido por las narrativas de los
poderosos. Deberíamos olvidarnos de todo ese discurso sobre el poder
blando de Europa. Europa no puede ser solo un poder blando. No podemos
contentarnos con afirmar que Europa está a la vanguardia de una
incipiente forma de gobernanza global, porque no existe. Europa debe
aspirar a asumir poder en materia medioambiental, en materia
empresarial. La pregunta sobre Europa es si puede desarrollar nuevos
mecanismos de integración para ser una potencia significativa en la
arena mundial. Europa es un proyecto inacabado. Que la UE se estanque, o
que se desintegre, es para mi una posibilidad. Y yo quiero crear lo
primero. Europa debe participar en el diálogo global con una poderosa
sola voz...
—Pero, ¿para decir qué? ¿Cuál es la narrativa europea?
—Participar en la construcción de un mundo mejor en muchos
aspectos. Que Europa hablara con una sola voz en la cumbre de Copenhague
sobre cambio climático fue muy importante, aunque luego fue excluida.
Sin esa voz, quedaríamos marginados y a la deriva en un mundo de cambios
espectaculares. Muy poca gente es consciente de cómo esos cambios
transforman nuestras vidas.
—En
este mundo en el que usar iPhone o Android nos determina más que muchas
otras consideraciones, ¿tiene sentido hablar de izquierda y de derecha?
—Sí, las ideologías todavía importan. Y lo ideal sería ver
reflejadas en el sistema político europeo las divisiones entre izquierda
y derecha que encontramos en el ámbito nacional. No tienen la
importancia de antes porque ya no hay utopías a la vuelta de la esquina,
y porque hay muchos asuntos que no son cuestión de izquierda-derecha.
Pero las ideologías siguen siendo un principio axial de la política. Y
sería mejor si hubiera partidos políticos europeos significativos.
—¿Ha fracasado la Europa social de la socialdemocracia a la luz de esta Europa de la austeridad?
—Bueno, habría que empezar diciendo que el capitalismo ha
fracasado, porque ha sido el capitalismo a escala global el que ha
provocado esta crisis principalmente. Detrás de ella está la emergencia
de una nueva forma de capitalismo financiero global, y no se puede
culpar a la socialdemocracia de ello. No es solo la socialdemocracia la
que intenta acomodarse a unos niveles de interdependencia sin
precedentes. Sigue habiendo diferencias fundamentales entre los valores
de los fundamentalistas del mercado en la derecha y los
socialdemócratas. Y son los fundamentalistas del mercado los que han
perdido la discusión.
—Dice
que en los próximos seis meses se jugará una «batalla por el futuro de
Europa», ¿veremos el ascenso de los populismos y la derrota de las
ideologías tradicionales?
—En los próximos seis meses hasta las elecciones europeas
debe producirse el debate necesario, porque si no los populistas y los
euroescépticos dominarán la conversación. Son más atractivos para los
medios, tienen representantes más pintorescos, y apelan a las emociones
de muchas personas ante el estado de este mundo. Necesitamos un mayor
activismo de la parte de los europeístas de todas las tendencias para
forzar a los euroescépticos a decir lo que defienden y no solo lo que
critican, a definir el tipo de mundo que quieren. Si quieren una Europa
de estados-nación deben decirlo para que podamos discutir sus
implicaciones.
—¿Saldrá el Reino Unido de la UE?
—El Reino Unido corre un serio peligro de salirse de la UE.
Sería un ejemplo clásico de «ten cuidado con las cosas que deseas».
Creo que la mayoría de los británicos no entienden el ajuste que
implica, supondría un replanteamiento total de la identidad del país.
Para ser viable económicamente fuera de la UE Gran Bretaña tendría que
ser como Canadá o Taiwán, países muy activistas en el mundo y orientados
al exterior. Y no es el caso de la Gran Bretaña actual, que está
atrapada en una especia de nostalgia post-imperial. Los británicos y los
franceses son incapaces de desprenderse de su molde imperial. No
queremos ver que un país como Israel podría derrotar a toda Europa si no
fuera por la OTAN. Los británicos deben tomar una decisión de tal
magnitud con toda la información, y no solo con el mensaje a medias.
Existe el riesgo de que Gran Bretaña se aleje de la UE sin que la
opinión pública comprenda lo que está en juego.
—Pues parece que los populistas han copado el escenario...
—Sí, no entiendo por qué los únicos que hablan con pasión
sobre Europa son los que no creen en ella. Que los euroescépticos y los
populistas lleguen a dominar el Parlamento europeo o, al menos, a
paralizarlo, sería una tragedia para Europa. Los pro-europeos deben
llevar su mensaje a los europeos de forma apasionada.
—En
relación a la inmigración, uno de los ingredientes del discurso del
miedo de los populistas, no veo que los partidos pro-europeos estén
transmitiendo un mensaje propio...
—Aquí entra en juego de nuevo la dinámica entre izquierda y
derecha, porque no veo a la derecha extrema interesada en el
cosmopolitanismo. Están en contra de lo cosmopolita.
—Pero tienen su propia narrativa, y los demás no...
—Sí, pero no tienen una narrativa positiva, sino un mensaje
muy negativo. Y si pensamos en cómo gestionar una sociedad
hiper-diversa, la respuesta hay que encontrarla en corrientes más
liberales y más progresistas, creo. El multiculturalismo es un término
caduco propio de un tiempo en que la inmigración era solo física, ahora
la diversidad es física y tecnológica. Vivimos en un mundo de
hiper-diversidad. Una ciudad como Londres es un espacio muy diverso que
funciona con éxito, con muy pocas zonas prohibidas como las que
encuentras en París o en Chicago. Londres va mejor que el resto de Gran
Bretaña precisamente gracias a la mayor presencia de inmigrantes. ¿Por
qué no puede el resto de Europa ser así? Uno de los motivos del
estancamiento de Japón durante dos décadas es que es una sociedad
demasiado monolítica, no les gustan los extranjeros.
—¿Girará la nueva gobernanza global en torno a un G-2 compuesto por EE.UU. y China?
—No lo creo. No sabemos aún cuál será la trayectoria de
estos dos países en los próximos diez años, pero creo que la hipótesis
de que el siglo XXI vaya a ser el siglo asiático está por ver. China ha
logrado avances impresionantes pero tienen muy serios problemas de deuda
o de estructura demográfica. Deberíamos evitar la idea de que solo la
UE tiene problemas estructurales. En los próximos años veremos una
cooperación intensificada entre las grandes regiones y los grandes
países, en el G-8 y el G-20 pero también en otras organizaciones. En
materias como el cambio climático, por ejemplo, no basta con una
solución en ese G-2.
—Cree
que las negociaciones comerciales en curso entre la UE y EE.UU. pueden
ser una «reconstitución parcial de Occidente», ¿está en riesgo ahora por
el escándalo de la NSA?
—No, no va a ponerse en riesgo por eso. Las dudas están en
si los dos bloques serán capaces de alcanzar acuerdos en los asuntos que
les separan, como las patentes, o algunas políticas europeas como el
principio de precaución que la UE aplica a los cultivos genéticamente
modificados, o la «excepción cultural» francesa. Además, requerirá la
aprobación del Congreso de EE.UU., que podría ser también un obstáculo.
Pero si ocurre, y yo lo defiendo, sería la mayor transformación en la
economía mundial, y una reconstitución de Occidente no en un sentido
elevado, sino en el hecho de que añadiría una porción sustancial de PIB a
ambas economías.
—¿Qué impacto tiene la era digital en todo esto?
—Internet supone la mayor transformación secular de los
últimos cien años, y no tenemos ni idea del alcance que tendrá el
cambio. Estamos en terreno desconocido en muchas áreas. La crisis
financiera no ha sido como la de los años 30, ha sido algo mucho más
global. Los riesgos y las oportunidades se combinan de una forma mucho
más problemática que en cualquier civilización anterior. Todos los
países luchan en estos momentos por redefinir su identidad.
(ABC)
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