Fallece una niña de Treviño
Federico Jiménez Losantos comenta la grave noticia de la muerte de una niña de tres años a la que la sanidad vasca no envió una ambulancia.
"La muerte de una niña de tres años por una falta evidente de atención médica, por una continuada de atención médica, por una cruel falta de atención médica, ha levantado una ola de indignación en toda España, y no es metáfora, es realidad.Que una niña, que está muy enferma, a 20 kilómetros de Vitoria, le digan los del servicio vasco de salud, seres superiores sin duda con RH negativo, que los tienen que atender en Miranda de Ebro, que está a más de una hora, y que la niña muera, esto es la demostración de lo que es el nacionalismo y a dónde nos ha conducido el maldito Estado de las Autonomías.
Hoy ha dicho Olabarria, que pasa por ser como del PNV simpático, digamos civilizado, que claro, si el Condado de Treviño se hubiera unido al País Vasco la niña no habría muerto, o sea, que si eres de la tribu bien y si no, muérete. Esto es exactamente la esencia del nacionalismo. Dentro de la tribu todo, fuera de la tribu muérete.
Y luego hay quien se asombra de que algunos queramos acabar con el Estado de las Autonomías. Es que es llevar el nacionalismo a todas partes y con ella la crueldad y la muerte".
(ld)
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¿ES EL
NACIONALISMO UN PELIGRO?
En
cualquier doctrina hay malas y buenas personas. No se trata pues, de
preguntarse si los nacionalistas son un peligro. Es mejor afrontar el problema
desde las ideas que, supuestamente, están en la base de una doctrina. En este
caso el nacionalismo. Y analizar si constituyen, o no, un peligro. ¿De qué
peligro hablamos? Se trataría, en mi opinión, de la libertad. En España, la
libertad está más amenazada en las Comunidades dominadas por gobiernos de
tendencia nacionalista. Los llamados ‘territorios comanches’. Además, el
nacionalismo trata de minar, debilitar o destruir un Estado-nación, como el
español, con el consiguiente aumento de la tensión y la inestabilidad, de
imprevisibles consecuencias.
El punto de
partida es la nación. Pero la nación no es solamente un territorio, unas
personas y una organización jurídico política. Se trata de un ente mítico. ¿Por
qué? Porque se supone (por parte de los nacionalistas) que es una entidad que
se ha mantenido homogénea a lo largo de los siglos. Es decir, se trata de una
especie de animal metafísico. Este es un fenómeno que suele llamarse
‘reificación’. Supone que los hombres han olvidado que ellos son los que han
creado el mito, que ellos son los que han creado los significados. El resultado
es que este mundo mítico se autonomiza y adquiere un status ontológico
independiente, que termina imponiéndose a sus creadores. Esto suele hacerse a
través de universos simbólicos, elaborados por sacerdotes especializados en
legitimación.
Este mito,
la nación inalterada en lo sustancial (aunque no se sepa a ciencia cierta qué
es lo sustancial), se asienta en una comunidad, también mitificada y
distorsionada. ¿Por qué? Porque se supone que ha permanecido igual, en su
esencia, a lo largo del tiempo y porque se supone que sus miembros (a pesar de
que han ido muriendo y naciendo) forman un todo homogéneo. De ahí la fuerte
tendencia de los nacionalistas a hablar en términos colectivos. Por ejemplo: ‘nosotros,
los catalanes’; ‘nosotros, los vascos’. Es cierto que también se
dice, ‘nosotros, los extremeños’, pero no tiene el componente
nacionalista-esencialista que estoy comentando. Al menos por ahora.
Una
característica habitual, en los nacionalistas, es la de humanizar su
territorio. Esto se debe a que lo han convertido en una entidad mítica y
sacralizada. Por ejemplo, unas declaraciones del académico de la lengua,
Gregorio Salvador, diciendo que no se puede aprender español en las escuelas
catalanas, fueron contestadas por Artur Mas, en estos términos: ‘Parece
mentira que de vez en cuando salgan estos personajes de la España castiza que
insultan la lucha de todo un pueblo’. También contestó, Artur Mas, unas
declaraciones de Rodríguez Ibarra, exPresidente de Extremadura, sobre
financiación y el Estatut. ‘Que deje de insultar a Cataluña’.
Obviamente,
un territorio no puede ser insultado o sentirse ofendido. Solamente las
personas de carne y hueso pueden sentirse ofendidas, bien por lo que digan de
ellas, bien por lo que alguien diga de un territorio, o por otras razones. Pero
el propio territorio no se ofende. Es típico de los nacionalistas, hablar de
los catalanes como un todo. Por eso dijo Artur Mas, ‘La lucha de todo un
pueblo’. Como si los catalanes fuesen una especie de tribu indiferenciada.
Como si no hubiera autonomía individual y pluralismo. En cualquier caso, ya
tenemos los primeros mimbres. Una nación, cuyos orígenes se pierden en
la noche de los tiempos y que los historiadores (los fiables) contarán como sea
conveniente. Un territorio sacralizado y una comunidad mitificada.
La cohesión
del grupo tiene que ser, permanentemente, reforzada. ¿Por qué? Porque siempre
hay enemigos que intrigan contra la nación. En este sentido, las ofensas y
agravios son fundamentales. ¿Para qué quieren independizarse si no es por las
ofensas, abusos y humillaciones? Porque el dinero, aunque muy importante, no lo
es todo. Al menos para la mayoría de los que participan en esta sagrada cruzada
nacionalista.
Aquí juegan
un papel destacado los intelectuales orgánicos. Historiadores, o no. Son los
sacerdotes que ejercen el monopolio de la interpretación de los textos sagrados
del nacionalismo. O bien, los historiadores oficiales de la comunidad oprimida,
cuya historia debe ser aceptada por todos. El que no la acepte será sospechoso.
Será un ‘extranjero en su país’. Esto supone un importante paso en la
uniformización del colectivo, de la comunidad. También implica una más fácil
identificación de los ‘traidores’. Pasa algo parecido en los desfiles militares.
Cuando un soldado hace un movimiento ‘que no toca’, se le identifica
fácilmente. Como al ‘traidor’.
Cuantos más
agravios, más motivos para sentirse víctima. Más motivos para exigir más. Y
motivos para exigir la independencia y vivir, por fin, en auténtica libertad.
El fomento y la difusión de los agravios (reales, exagerados o inventados) van
de la mano de la ficción comunitaria. Existiría comunidad de ideas, intereses y
sentimientos. Si la realidad no se compadece con estas proclamas, se suelen
hacer dos cosas. O bien, negar la realidad que no gusta, o bien mostrar
que esta realidad ha sido impuesta desde fuera, por los ‘enemigos exteriores’.
O desde dentro, por los ‘enemigos interiores’. La conclusión es la misma: hay
que restablecer la histórica unidad y cohesión que la comunidad siempre tuvo,
en lo esencial, desde la noche de los tiempos.
Pero
adaptar la realidad a nuestros fines, supone forzar la realidad. Y forzar la
realidad quiere decir intervenir en la libertad de las personas. Esto es lo que
hace el nacionalismo. Interferir en la libertad de los ciudadanos para
construir la nación idealizada. Pero resulta que esta nación idealizada nunca
es plural, sino homogénea. Esto se ve con claridad, por ejemplo, en Cataluña.
La sociedad civil es plural, en sentido político, cultural y lingüístico. Pero
los planes de normalización tienen por objetivo interferir en este pluralismo. O
sea, hay que forzar la realidad.
Con otras
palabras, interferir en la libertad de las personas en aras del supuesto bien
superior de la nación oprimida. El último ejemplo de esta deriva totalitaria,
gozosamente aceptada por el Presidente Zapatero, es el de la imposición de
multas a las personas que rotulen su negocio en español. Este ejemplo muestra
la connivencia entre el nacionalismo periférico y la izquierda española. Esta
connivencia refuerza el común desprecio por la libertad. En la Comunidad Balear
tenemos otro reciente ejemplo. La Consejera de Educación y Cultura, Bárbara
Galmés, ha dicho: ‘No estoy a favor de que los padres puedan elegir la
lengua de educación de sus hijos’.
¡Y
no se le cayó la cara de vergüenza!
Recientemente,
el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung criticaba que los políticos
catalanes lleven a cabo una ’significativamente creciente... policía de la
limpieza lingüística... que una vez reprocharon a Franco y que ellos ahora
practican’.
Es
inevitable. La lucha por la recuperación del paraíso perdido, la reivindicación
de la comunidad idílica lleva, sin remedio, a la discriminación y a la
coacción. Es el moderno ‘lecho de Procusto’ utilizado por los nacionalistas (y
sus compañeros de viaje) para uniformizar a sus habitantes, miembros de una
comunidad espiritual que sacraliza, en este caso, la lengua. Pero podría ser la
etnia, u otros signos de diferenciación y de pureza ficticia y originaria.
Recordemos
que hasta el desprestigio de las teorías de la raza, vinculado a la derrota del
nazismo, el nacionalismo catalán sacralizaba, también, la raza catalana. Esto
puede verse en el libro del profesor Francisco Caja, ‘La raza catalana’.
Rechazar
este proceso que estoy comentando, supone situarse fuera de las esencias
patrias. Convertirse en ‘enemigo interior’. Albert Boadella es sólo un ejemplo
de lo que digo. Ha tenido que marcharse de Cataluña. A pesar de que es un hijo
ilustre. Pero con ideas equivocadas. Más de doce mil profesores se han tenido
que marchar de Cataluña en las últimas décadas. Más de doscientos mil vascos se
han marchado del País Vasco. No querían. Pero no eran miembros fiables de la
tribu. Son los ‘traidores’, los que no se han integrado en la comunidad, cuyos
supuestos intereses colectivos son superiores a los intereses de los individuos
que la componen.
Como nos
recuerda José Díez Herrera, en ‘Los mitos del nacionalismo vasco’, la historia
del nacionalismo vasco es una mentira permanente, desde Sabino Arana hasta hoy.
Y el PNV un partido totalitario y antiespañol, que no admite una sociedad
pluralista como la sociedad vasca. Además, y en virtud de la división social
del trabajo, unos ‘mueven el árbol’ y otros ‘recogen las nueces’. ¿Qué hacen
los ‘buenos’ nacionalistas, si los hay? Callan, o miran hacia otro lado. O se
marchan del ‘paraíso’.
Algo
parecido sucede con la historia del nacionalismo catalán. Javier Barraycoa, en
su libro ‘Historias ocultadas del nacionalismo catalán’, nos muestra las
interminables mentiras que fundamentan su edificio identitario.
¿Hay
remedio contra esta enfermedad? Los grandes partidos, PSOE y PP han permitido,
o ayudado (cada uno con su propia cuota de responsabilidad y salvando a los
héroes y heroínas) a esta enfermiza y peligrosa deriva. Sin olvidar a la prensa
amarilla. En estos momentos, la política con más sentido de Estado y con valor
suficiente para defender la unidad de España (algo que debería ser obvio,
además de ser constitucional), la protagonizan UPD, Ciudadanos y, a veces, el
PP. En el País Vasco, los políticos dignos han de llevar escolta. En Cataluña,
los políticos del PP, UPD y Ciutadans, son tratados por la prensa subvencionada
(o sea, casi toda) como ‘anticatalanes’ y sufren un ambiente hostil.
No confío
mucho en que los partidos políticos hagan algo. Algo sensato y decente quiero
decir. Creo que tendrá que ser la llamada sociedad civil. Sin descartar un
deterioro, aún mayor, de la situación. Anuncios ya los hay. El Estatuto de Cataluña,
el anunciado referéndum soberanista en el País Vasco este mismo año y el de
Cataluña para 2014. En fin, la deslealtad constitucional generalizada de los
nacionalistas, consentida por quienes han jurado, o prometido, cumplir y hacer
cumplir la Constitución.
No se puede
ser tolerante con los intolerantes. Es decir, los nacionalismos excluyentes y
liberticidas.
Sebastián
Urbina.
(Escrito en
2008)
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