lunes, 28 de diciembre de 2009

¿SERVIRÁ PARA ALGO?





A la atención de Pere, comentarista de este blog, y los que piensan como él.


DERECHO A DECIDIR ¿PARA QUÉ?

Fracaso: El referéndum alegal por la independencia de Cataluña ha permitido visualizar la diferencia entre la Cataluña virtual de los nacionalistas en el poder y la Cataluña real. Mientras la Cataluña virtual creó una atmósfera próxima al éxtasis independentista, la Cataluña Real le daba la espalda al montaje en silencio. Sólo votaron el 27,54 % de un total de 700.000 ciudadanos inscritos en 166 municipios especialmente nacionalistas. Y además, el derecho a voto llevaba trampa. ¿Cómo se puede hacer un recuento de la participación si no disponían de censo? Y en el caso de tenerlo, ¿cómo pretenden colar la participación dada, si los menores de 18 años e inmigrantes sin derecho a voto inflacionaban artificialmente la relación entre número de votantes y censo de la población con derecho a voto legal? Más datos, si el 3,21% de voto negativo deja el sí en un 24,33 % favorables a la independencia, si excluimos los votantes de 16 y 17 años, además de los inmigrantes que pudieron llegar al 8 o 10 % del total –según sus propios datos–, nos encontramos sólo con un 14,33 % a un 16,33% de voto afirmativo por la independencia. O sea, lo que sabemos desde hace años. Menos aún de lo que la última encuesta del CEO daba como posibles partidarios del sí (un 21,6%). Démoslo por bueno. Pero de ahí a que nos pretendan colar que Cataluña es independentista, va un trecho. El eterno chantaje a las instituciones gubernamentales y a los órganos judiciales. Siempre tienen algo por reivindicar. Ahora es el Estatuto.

Éxito: Hasta aquí un mínimo análisis del fracaso independentista. Ahora bien, también han cosechado triunfos. Han logrado una colosal campaña publicitaria secesionista sin coste económico alguno y han conseguido centrar el debate político de las próximas dos décadas en el espacio independentista. ERC puede estar contento. CiU no tanto y el PSC aún debe estar ideando mecanismos de defensa para salir airoso del atolladero. Al fin y al cabo, éste último es uno de sus máximos responsables por su sumisión a la realidad virtual a la que no ha sabido o querido enfrentarse.

Derecho a decidir... ¿para qué?: Pero más allá de los triunfos y fracasos de una iniciativa alegal, debería preocuparnos la tramposa propuesta con la que nos venden los secesionistas sus ideas más reaccionarias: "El derecho a decidir". Como siempre, maestros de sofismas, los nacionalistas nos cuelan ofendidos una proclama reaccionaria, por revolucionaria. Es fácil confundir, ¿quién se opondría a qué podamos decidir sobre nuestras vidas, sin arriesgarse a ser tratado de carca? Ahí está la trampa, vender como derecho inalienable a la libertad lo que es un atentado contra la esencia de la democracia: los límites de la ley. Sin normas no hay democracia. Por eso, en una democracia no se puede decidir todo a capricho ni en cualquier momento. Hasta el derecho a decidir está regulado por las leyes. Sólo faltaría que un pueblo entero culpara de imperialista a la Constitución por que no permitiera a sus ciudadanos el "Derecho a Decidir" en referéndum popular el cambiar las normas de circulación cómo y cuándo le diera la gana como si tales cuestiones dependieran de parte y no del todo.

Hay algo todavía más inquietante, la naturaleza sectaria del "Dret a decidir". ¿Derecho a decidir, para qué? Joan Laporta, el presidente del Barça, ha dicho "Derecho a decidir para gestionar nuestra identidad y nuestra lengua". Efectivamente, "Derecho a decidir" para imponer el catalán como única lengua oficial de Cataluña; o si quieren, para excluir de los derechos lingüísticos castellanohablantes a más de la mitad de los ciudadanos de Cataluña y levantar un muro lingüístico contra el resto de españoles. Derecho a decidir para imponer una identidad cultural única emanada del sectarismo nacional catalanista; o si prefieren, derecho para avergonzar a cualquier manifestación artística de raíz española. Derecho a decidir los sentimientos nacionales que debemos sentir, derecho a decidir en régimen de monopolio el destino de los impuestos recaudados a 7,5 millones de españoles como si fueran patrimonio de Cataluña y no de la soberanía de todos los españoles. Derecho a decidir armarse hasta los dientes para lograr la reunificación de "Els païssos catalans". Derecho a decidir la reducción de la liga española a la catalana con la inevitable reducción de duelos hoy tan atractivos como el Barça/Madrid, por el Barça/Girona. Derecho a decidir que la última instancia de los Tribunales de justicia acaben en el TSJC, el sueño dorado de Millets y Prenafetas. Derecho a decidir... sigan ustedes y verán a donde irían a parar los derechos constitucionales de los españoles que vivimos hoy en Cataluña. Pero ese es otro artículo, el que deberían empezar a escribir los partidos no nacionalistas de Cataluña, incluido el PSC y los dos grandes partidos nacionales.

Es preciso arrancarle la piel de cordero a este impresentable "Derecho a decidir" y aguantar las náuseas ante las vísceras racistas que quedarían al descubierto.

P.D: Si no lo tienen claro, reparen en el cinismo de la reivindicación. Mientras reclaman el "Derecho a decidir" como un derecho democrático básico, no reconocen el derecho de los padres a poder elegir el idioma oficial en que desean que estudien sus hijos a través de una casilla que se niegan a poner en la preinscripción de principios de curso. Incluso contra la ley. Así lo ha establecido en sentencia firme El Tribunal Supremo, el 12 de diciembre del 2008. El Gobierno de la Generalitat de Cataluña sigue incumpliéndola. Derecho a decidir... ¡tiene guasa! (Antonio Robles).

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NACIONALISMOS Y SUS CÓMPLICES.

El Servicio de Normalización Lingüística de la Universidad de La Coruña, en colaboración con el Ayuntamiento de la misma ciudad y la Diputación, aprovechó el 25 de Noviembre de 2008, día de la no violencia contra las mujeres, para denunciar públicamente otra forma de violencia que debe ser eliminada para recuperar la propia dignidad y construirnos, se dice, individual y colectivamente. Como pueden imaginar, se trata de no hablar en castellano o español (la lengua de Franco) y sí hablar en gallego, lengua de la libertad. Esto último es mío, pero seguro que a ellos no les parece una bobada.

Lo primero de todo y antes de entrar en harina, ¿cómo es posible tanta estupidez? Creo que estas exhibiciones, con la cara bien alta y sin sonrojo, son más probables y habituales en contextos cerrados y faltos de libertad. No es casual que los nacionalismos se hayan convertido en los totalitarismos de nuestro tiempo. Por eso, las mismas características (con pequeñas diferencias) pueden aplicarse a nuestros desleales nacionalistas, sean del Imperio oprimido que sean. Veamos lo que decía un famoso catalanista, que se supone lleno de seny, como nos recuerda Juan Ramón Lodares:

‘Si se tiene en cuenta el mito babélico, se entienden afirmaciones como las de Jordi Pujol cuando decía: Cataluña es una Nación pero España no lo es. Tal expresión nos presenta a una Cataluña imaginada, homogénea, pura, que idealmente tiene una sola lengua propia, el catalán, circunscrita a un territorio y separada de sus vecinos. La lengua es, como se ha dicho, el índice de pureza racial’.

Dejemos aparte la cuestión de la lengua propia. Esta tontería, es triste decirlo, no es exclusiva de los nacionalistas periféricos. Por motivos que comentaré, la enfermedad se ha extendido a otros ámbitos. He oído a políticos destacados del Partido Popular hablar, con plena normalidad, de lengua propia. Lo mismo sucede con la gran mayoría de los políticos de izquierda. ¿Cómo se han alcanzado tan altos niveles de estulticia política? En el Partido Popular (aunque no todos son tan acomplejados, afortunadamente), porque hace tiempo renunciaron al debate de ideas y se han centrado en la gestión y el precio de la leche. En la izquierda, por motivos aún más penosos, que luego comentaré.

Esta obsesión enfermiza, y fuera de la realidad, por la pureza identitaria, pureza lingüística, pureza costumbrista, etcétera, es propia de mentes profundamente conservadoras y excluyentes. Recordemos que la conocida obsesión por la identidad en general, y la identidad lingüística en particular, tiene que mucho que ver con la consecución de beneficios materiales. Dicho en Román paladino, más cargos políticos y funcionariales, más subvenciones, más capacidad de decisión. O sea, más poder y dinero para nosotros, los del terruño. Los de ‘pata negra’.

Si los nativos de ‘pata negra’ han de tener ventajas porque son una prolongación natural del terruño, los ‘forasteros’ (charnegos, maketos y otras gentes de mal vivir) no podrán acceder a tan copiosos y merecidos beneficios. Claro, no son de aquí. Y si, por un casual, un charnego reconvertido accede a un importante cargo público, como sucede con el bachiller Montilla, tendrá que haber renunciado (de hecho, al menos) a sus orígenes y exhibir sin tapujos su orgullosa y preferente catalanidad. Es cierto, conviene ir de romería al pueblo natal y hacerse unas cuantas fotos.

Ya tenemos la mezcla adecuada de ‘pureza patria’ y ventajas económicas, sociales y políticas. El que comulga con la tribu será bien visto y debidamente recompensado. O bien, no molestado. El que esté alejado de la tribu, o se atreva a criticarla, que cargue con las consecuencias. Vean a Boadella. ¡Que aprendan todos!

¿Y qué pasa con la izquierda? Salvo algunos, que se atreven a criticar el maridaje nacionalismo/izquierdismo como, por ejemplo, J. Leguina, convenientemente marginado, los demás callan, o hacen el tonto. No les resulta difícil. Además, el pesebre es el pesebre. Pero las palabras del político madrileño se quedan cortas: ‘Todo este embrollo, esa sensación de engaño o de traición que tantos hemos sentido ha sido el resultado de un gran malentendido: aquel que nos hizo pensar que la izquierda catalana era una izquierda homologable con la del resto de España’.

El error, el trágico error es que la izquierda española, en general, se parece, de cada vez más, a la catalana. Incluido el Presidente Zapatero. Recordemos su famosa reflexión: ‘El concepto de nación es discutido y discutible’. El de nación española, por supuesto. No se atrevería a decir lo mismo de las grandes naciones catalana, vasca y gallega. Esta es la izquierda, digamos, española. Este es su lamentable viaje. Al simple mantenimiento del poder.

Se ha dicho, repetidamente, que no se puede prescindir de ningún elemento de un sistema cerrado, porque se desmorona. Si esto es cierto, los nacionalismos periféricos están condenados, como sistemas cerrados que son, a seguir con más discriminaciones y mentiras y no abrir la mano. Si entra el aire fresco de la libertad, podría resquebrajarse el edificio. Ya saben, el rey estaba desnudo y los súbditos lo veían vestido, como él quería que lo vieran. Es el miedo a la libertad, la fidelidad a la mentira. Son los jugadores de cartas que siguen jugando al mus cuando asesinan a su compañero Ignacio Uría en el País Vasco. Pues sí, los nacionalismos han traído coacción, mezquindad y miedo.

Cuanto más tratemos de regresar a la heroica edad del tribalismo, tanto mayor será la seguridad de arribar a la Inquisición, la Policía Secreta y el gangsterismo idealizado... Pero si queremos seguir siendo humanos, entonces sólo habrá un camino, el de la sociedad abierta’. (Popper)

Así pues, seguirán las discriminaciones y desprecios frente a los que no se plieguen a sus consignas etnicistas y liberticidas. Seguirán los públicos alardes y ostentación de lealtades tribales. La adoración al animal metafísico: La Nación. Y mentiras, subvencionadas y voluntarias, para ocultar el verdadero rostro del nacionalismo. Y el silencio cómplice. En este viaje, carente de ética y de estética, le acompaña la izquierda. Casi toda.

Sebastián Urbina.

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NACIONALISMOS. NO SOMOS IGUALES.
Decía Miguel de Unamuno: ‘Soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio». Así expresó Miguel de Unamuno su amor y pasión por España, de lo que dejó constancia en algunos de sus textos. Es el caso del artículo País, paisaje y paisanaje, publicado el 22 de agosto de 1933 en el periódico Ahora, e incluido, posteriormente, en el libro Paisajes del alma.

Pero no todos los sentimientos son iguales.

Si el patriotismo español fuese, por ejemplo, como el de los nacionalismos periféricos, el sistema público de enseñanza, en toda España, sería exclusivamente en lengua española. Es lo que hacen los nacionalismos. Los padres castellanohablantes no pueden escolarizar a sus hijos en español. En Cataluña, solamente lo pueden hacer en catalán. Afortunadamente, ha habido cambios, recientemente, en Galicia y el País Vasco. De ahí que los nacionalismos periféricos sean, y así lo han demostrado repetidamente, excluyentes e intolerantes. Aunque nieguen los hechos. Por eso la mentira es una de sus especialidades. Pero ya es tarde. Mucha gente se ha enterado, aunque algunos no se atrevan a decirlo en público, por si acaso.

Saben lo que les pasa a los disidentes, como el famoso Albert Boadella, (y tantos otros) que tuvo que marcharse de Cataluña. Es la libertad del Oasis, y de los nacionalismos periféricos, en general.

En cambio, el patriotismo español, no sólo ha permitido sino que ha reconocido legalmente el uso del catalán, euskera, gallego. Con una profunda y amplia descentralización política, deslealmente utilizada por los nacionalistas. O sea, el patriotismo español es incluyente, no excluyente.

De esto se han aprovechado los nacionalismos periféricos para excluir el castellano, o español, de las instituciones. Este es su verdadero rostro, el desprecio por la libertad ajena. Con la patética colaboración de los socialistas y la acobardada genuflexión de los populares. Con las honrosas excepciones de rigor.

El ser humano, aunque haya contadísimas excepciones, no sólo tiene sentimientos hacia otros seres humanos o, incluso, animales no humanos. También tiene sentimientos hacia entes colectivos. Es inevitable tener emociones y sentimientos hacia la ‘patria’. Por ejemplo, yo no tengo ni puedo tener los mismos sentimientos hacia Madagascar (con todos mis respetos) que hacia Mallorca y hacia España. El problema no es éste.

El problema es si tales sentimientos, que son prácticamente inevitables, se sacralizan, junto a sentimientos de superioridad frente al ‘forastero’, el maketo, o el charnego. Es normal tener sentimientos positivos hacia la patria, pero es despreciable que en nombre de la misma se rechacen o minusvaloren las personas que no tienen los mismos sentimientos, o los mismos orígenes.

En resumen, los supuestos intereses del ente colectivo, la patria, no pueden estar por encima de los intereses de las personas de carne y hueso, si hubiere conflicto. Y esta barbaridad, la primacía de los supuestos intereses de la nación sacralizada, sucede con el fanatismo nacionalista. Del que catalanes, vascos y gallegos han dado lecciones, seminarios y masters. Por no hablar de la quema de banderas españolas, silbidos al himno nacional, quema de fotos del Rey y otras muchas ofensas que, en parte, se han exhibido en las televisiones periféricas, pagadas con los impuestos de todos los españoles.

Por cierto, las televisiones nacionales no han hecho lo mismo que ellos, lo que muestra, una vez más, las diferencias entre el patriotismo español y los nacionalismos periféricos. A tal efecto,recordemos el conocido, ‘me cago en la puta España’, en la TV3 catalana, vomitado por Rubianes y jocosamente comentado por el presentador, entre las risas periféricas del auditorio. No hubo excusas, por supuesto. Es más, la Ministra de la Guerra, la señora Carmen Chacón, se puso un suéter, en una manifestación ‘progresista’, que decía: ‘Todos somos Rubianes’. Todos los que son como ella,naturalmente.

Por no hablar de la absurda e injusta ley electoral que privilegia a los nacionalistas. Recordemos que en las pasadas elecciones, 300.000 votos le valieron al PNV para conseguir seis diputados. Pero 303.000 votos le valieron a UPyD para conseguir un solo diputado. ¿Cómo pagan estos privilegios feudales? Con chantajes, ofensas y victimismo.

A mí no me interesa que alguien tenga sentimientos positivos exclusivos hacia Cataluña, País Vasco o Galicia, y negativos hacia España. Es su problema. Lo que critico, y muestra la decadencia y corrupción de nuestra clase política y de nuestra democracia, es que tales sentimientos puedan conducir a privilegios y ventajas económicaso políticas, o ambas. Y que en nombre de estos sentimientos, se impida que los padres castellanohablantes (o los que quieran) puedan escolarizar a sus hijos en castellano o español. La lengua oficial del Estado.

Aunque no puedo evitar que me lean nacionalistas periféricos, no escribo para ellos. Escribo para los convencidos y para los dubitativos, para los que, todavía, no han aclarado si los nacionalistas periféricos tienen cuentas pendientes a su favor, que el resto de españoles debamos pagar. También escribo para los que se han creído la acusación nacional-periférica, de que ‘todos los nacionalismos son iguales’.

Este es el intento de blindar sus creencias nacionalistas. Si todos los nacionalismos son iguales, ningún españolista (supuestamente nacionalista) podría, legítimamente, criticar a un nacionalista periférico. Pero no somos iguales. Cree que ladrón que todos son de su condición. La mayoría de los españoles de hoy, somos patriotas. Si fuésemos nacionalistas, como ellos, ya se habrían enterado. Y lo pasarían mal. (Sebastián Urbina)

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PARTICIPACIÓN Y HOMBRE-MASA.



Ha pasado ya el tiempo en que estuvo de moda la conciencia monológica. Es decir, una conciencia moral solitaria que se hace a sí misma. En resumen, la llamada conciencia cartesiana. Nuestro tiempo es el de la conciencia dialógica, directamente vinculada a la obra de los filósofos alemanes, Habermas y Apel. En su ética discursiva, se abre la conciencia a las formas sociales de interacción entre las personas.

Es decir, ya no se trata de un yo autónomo que crea su propia conciencia moral y sus normas morales. Al contrario, solamente los acuerdos razonados de las personas que participan de un sistema normativo (por ejemplo, una moral) pueden validar este sistema. Y para ello se necesitan formas de comunicación entre los participantes. Que no pueden ser formas manipuladoras o estratégicas. Veámoslo más de cerca.
Hablaré, muy resumidamente, de la teoría procedimental del discurso racional (Habermas y Alexy) porque nos mostrará qué exigencias tiene la comunicación racional entre las personas (participantes) para validar, por ejemplo, un sistema moral o tener un diálogo racional. La primera exigencia es que el que participa en la discusión sea coherente. Es decir, no ser contradictorio. En segundo lugar, las palabras (o expresiones) de los hablantes han de significar lo mismo. En otro caso, el acuerdo sería imposible. En tercer lugar, se exige que los participantes sean sinceros. No vale mentir.

En cuarto lugar, el que participa no puede invocar un juicio de valor que no esté dispuesto a generalizar. Por ejemplo, si en una discusión, yo digo que Pepe (adulto mayor de edad) tiene la obligación moral (X) en la circunstancia (Y), debo aceptar que todos los adultos mayores de edad, similares a Pepe, tienen la obligación (X), en la circunstancia (Y). Por último, todo lo que digan los participantes tiene que ser justificado. Yo puedo decir que las personas con (X) renta deberían pagar el nivel (Y) de impuestos. Pero debo justificarlo. No basta hacer afirmaciones, hay que justificarlas. Hay que dar razones.

Cuando alguien se aleja de estas exigencias del diálogo racional, entra en el falso diálogo, infectado por la manipulación, el insulto o la coacción. O la pérdida de tiempo.

Y de ahí pasamos al hombre-masa de Ortega. No se trata, como algunas lecturas superficiales dicen, de una distinción entre ‘ricos’ y ‘pobres’ o entre ‘clases altas’ y ‘clases bajas’. No es esto. El hombre-masa puede encontrarse en cualquier escalón de la pirámide social. Porque cuando hablamos del hombre-masa nos referimos a una dimensión moral. Más aún, uno de los prototipos destacados del hombre-masa es el especialista. El que desprecia todo aquello que cae fuera de su estrecha perspectiva.


Dice Ortega: ‘Masa es todo aquél que no se valora a sí mismo- en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente ‘’como todo el mundo’’ y, sin embargo, no se angustia, se siente a salvo al saberse idéntico a los demás’.

Otra forma de decirlo podría ser el ‘hombre-oveja’. El que forma parte de un rebaño.

Pero el hombre no es solamente vida biológica, no esta ‘hecho’ como lo está, por ejemplo, un caracol. Por el contrario, es un proyecto. Es decir, tiene que hacerse. Pero esta tarea se hará, inevitablemente, dentro de los límites de mi yo y de mi circunstancia. Esta necesidad de ‘hacerse’ exige tomar decisiones. Y las decisiones exigen libertad. Una decisión sin libertad no es una verdadera decisión. De ahí que el hombre-masa no use la libertad, o la use en escasa medida. Porque cree que le basta lo que sabe. No tiene el sentido de la propia exigencia, de saber más. Su proyecto vital es pobre.

Y, por supuesto, no reconoce instancias superiores a él. Hay gentes que sin haber leído un libro, creen que su opinión vale tanto como la de Kant o Hume. Confunden la igualdad ante la ley con la igualdad en el saber. Hay alumnos que pretenden saber más que sus maestros. Actitud de moda y de conocidos efectos. El último informe Pisa nos sitúa en la cola de Europa en calidad educativa.

Por último, el hombre-masa tiende a exigir a los demás, en vez de exigirse a si mismo. Es, orgullosamente, un miembro del rebaño. No cree que necesite aprender más. ¿Para qué, si todo vale igual? Y exige derechos pero rechaza asumir obligaciones. Como el ‘niño perpetuo’. ¿Qué proyecto vital puede tener persona tan poco autoexigente?

Como dice Pascal Bruckner: ‘Si el imbécil agresivo tuviera que reinar algún día en exclusiva en nuestra sociedad, sería entonces el ser culto el que pasaría por idiota, extraño espécimen de esa tribu en vías de extinción que todavía reverencia los libros, el rigor y la reflexión’. (Sebastián Urbina)

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Nada de lo que aquí se ha escrito tiene la intención de insultar a nadie ,sino la de elevar, aunque sea un poco, el nivel de exigencia discursiva. O dicho de manera más sencilla, subir, un poco, el nivel. Espero que así se entienda.

Sebastián Urbina.


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