Como todos los totalitarismos que en el mundo han sido, la aspiración primordial de la ideología de género es completar una ingeniería social; esto es, disolver los vínculos naturales que forman el tejido social para, una vez convertido ese tejido en una suerte de papilla informe, sustituir tales vínculos por creaciones artificiosas que conviertan a las personas en lacayos del poder establecido.
En su proceso de deconstrucción social, la ideología de género propugna que no existen ni el sexo ni la diferencia sexual como realidades innatas al ser humano; y que sólo existen «géneros», es decir, roles adquiridos, producto de una determinada práctica social.
Para cambiar tales roles, la ideología de género ha declarado batalla sin cuartel a la institución familiar, que considera el último bastión de resistencia en su programa de ingeniería social. Y, aplicando el esquema de la lucha de clases marxista a las relaciones familiares, las presenta como relaciones conflictivas: así, el amor entre los esposos se convierte en relación de dominio, en la que florecen todo tipo de violencias y alienaciones; y, una vez convertida la vida de pareja en campo de Agramante, se pueden desarrollar «políticas de igualdad» que finjan poner coto a las violencias en el ámbito familiar (cuando lo que en realidad pretenden es engendrar dichas violencias), a la vez que «salvan» a los hijos, otorgando al Estado un falso título de legitimidad para encargarse de su educación. Así, la ideología de género se asegura el adoctrinamiento de la sociedad desde la propia infancia.
En su proceso de deconstrucción social, la ideología de género propugna que no existen ni el sexo ni la diferencia sexual como realidades innatas al ser humano; y que sólo existen «géneros», es decir, roles adquiridos, producto de una determinada práctica social.
Para cambiar tales roles, la ideología de género ha declarado batalla sin cuartel a la institución familiar, que considera el último bastión de resistencia en su programa de ingeniería social. Y, aplicando el esquema de la lucha de clases marxista a las relaciones familiares, las presenta como relaciones conflictivas: así, el amor entre los esposos se convierte en relación de dominio, en la que florecen todo tipo de violencias y alienaciones; y, una vez convertida la vida de pareja en campo de Agramante, se pueden desarrollar «políticas de igualdad» que finjan poner coto a las violencias en el ámbito familiar (cuando lo que en realidad pretenden es engendrar dichas violencias), a la vez que «salvan» a los hijos, otorgando al Estado un falso título de legitimidad para encargarse de su educación. Así, la ideología de género se asegura el adoctrinamiento de la sociedad desde la propia infancia.
La obsesión de la ideología de género por la sexualidad de los niños es comprensible. Puesto que la diferencia sexual se considera una «alienación» impuesta desde instancias sociales represoras, el objetivo primordial debe ser combatir todo lo que perpetúa tal «alienación».
Para acabar con la diferencia sexual entre hombres y mujeres, es preciso que el sexo de conciba no como algo determinado por el nacimiento, sino como una suerte de «asignatura de libre configuración», que cada quisque elige, según la «orientación sexual» que en cada momento de su vida le pete. Así, convirtiendo la práctica sexual en una actividad meramente lúdica, se construye una nueva utopía de hedonismo que preconiza la consecución de la felicidad a través de la exaltación del deseo sexual, sin límite moral, legal o corporal alguno.
Chesterton la vislumbró hace casi un siglo, cuando auguró que no tardaría en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exaltase la lujuria, prohibiese la fecundidad.
Tal religión ya ha sido instaurada; y toda la panoplia legal desplegada en los últimos tiempos —reconfiguración de la institución matrimonial, consagración del llamado «derecho a la salud reproductiva y sexual», educación para la ciudadanía y demás flores pútridas de la ideología de género— no tiene otro afán sino otorgar cobertura jurídica a una revolución ideológica que trata de cambiar radicalmente la sociedad, moldeando la esfera interior de las personas.
Para acabar con la diferencia sexual entre hombres y mujeres, es preciso que el sexo de conciba no como algo determinado por el nacimiento, sino como una suerte de «asignatura de libre configuración», que cada quisque elige, según la «orientación sexual» que en cada momento de su vida le pete. Así, convirtiendo la práctica sexual en una actividad meramente lúdica, se construye una nueva utopía de hedonismo que preconiza la consecución de la felicidad a través de la exaltación del deseo sexual, sin límite moral, legal o corporal alguno.
Chesterton la vislumbró hace casi un siglo, cuando auguró que no tardaría en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exaltase la lujuria, prohibiese la fecundidad.
Tal religión ya ha sido instaurada; y toda la panoplia legal desplegada en los últimos tiempos —reconfiguración de la institución matrimonial, consagración del llamado «derecho a la salud reproductiva y sexual», educación para la ciudadanía y demás flores pútridas de la ideología de género— no tiene otro afán sino otorgar cobertura jurídica a una revolución ideológica que trata de cambiar radicalmente la sociedad, moldeando la esfera interior de las personas.
En esta estrategia revolucionaria debe enmarcarse esta nueva pretensión de controlar el recreo de los niños en las escuelas, mediante el establecimiento de centinelas de género que vigilen los «protocolos de juego» y transmitan «los valores y principios adecuados».
Pura y dura ingeniería social que podemos despachar con cuatro risas y cuatro bromas chuscas; pero algún día, no tardando mucho, la risa se nos congelará en la boca, en un rictus de horror. Para entonces, ya será demasiado tarde. (Juan Manuel de Prada/ABC)
Pura y dura ingeniería social que podemos despachar con cuatro risas y cuatro bromas chuscas; pero algún día, no tardando mucho, la risa se nos congelará en la boca, en un rictus de horror. Para entonces, ya será demasiado tarde. (Juan Manuel de Prada/ABC)
3 comentarios:
Sebastián,
Muy bien traído el artículo. Diré además, que al menos en estos tiempos, sólo desde una mente católica, como la de Juan Manuel de Prada, puede partir un análisis tan exacto y agudo de la realidad. Es así: la única gran escuela de pensamiento que queda para combatir la superchería progre rampante es la escuela católica. Quizá ni siquiera otras confesiones cristianas tienen tan claro el por qué de los últimos acontecimientos de nuestro mundo. Un gustazo leer a Juan Manuel de Prada, escarnio de la secta progre.
Saludos
Gracias. Estoy de acuerdo con el comentario excepto en el 'sólo'. Afortunadamente, hay gentes que (aún no siendo católicas, ni anticatólicas) entienden tanto la importancia de la Iglesia Católica, como el peligro totalitario de los comisarios del pensamiento 'políticamente correcto'.
Sebastián,
La verdad es que me imaginé que ese sólo podría ser injusto: tus palabras me lo confirman; pero la idea va más bien en el sentido de que sólo la ICAR y su pensamiento son los que como organizaciones, combaten la cosa progre.
Por favor, Sebastián, toda mi admiración hacia a ti y hacia los que como tú trabajais por el bien de España, quizá desde una perspectiva distinta a la católica.
Saludos
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