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lunes, 22 de noviembre de 2010
MÁS MENTIRAS CATALANISTAS.
FASTUOSO Y GRANDIOSO ESPECTÁCULO.
EL ESPECTÁCULO que ha generado el anuncio -sabido, conocido, publicado
y reiterado- de que José Ramón Bauzá iba a cumplir sus compromisos
programáticos en materias lingüísticas y educativas aprobados por su
partido, ha sido, sencillamente, grandioso. Fastuoso. La cantidad de
tonterías que han dicho políticos y periodistas, manejando conceptos
que ignoran, confundiendo el culo con las témporas, atribuyendo a
demócratas impecables extremismos que ellos practican -medios,
periodistas y políticos-, recreando conceptos como «regionalismo»
sobre el cual son incapaces de definirlo siquiera en dos líneas -Jaume
Font, por ejemplo-; la apelación a pseudocientifismos legitimadores de
una gran superchería elaborada a base, primero, de crear los
«científicos» y, a continuación, expedir la bula de cientifismo por
parte de estos mismos «científicos»; la deliberada y torpe confusión
de la denominación de la lengua con otras realidades -tronco
lingüístico, por ejemplo-; la sacralización de la «unidad lingüística»
para legitimar un auténtico, puro y duro fascismo de la peor especie;
todo ello me recuerda los tiempos en que los comunistas, instalados en
el goulag ideológico y físico, otorgaban las bulas de «democracia» a
los demás o cuando los socialistas -que eran como los comunistas, pero
en tonto- denunciaban la Unión Europea -la de Schumann, Adenauer- como
paradigma del infecto capitalismo y de la «Europa de los mercaderes».
Que Última Hora y el Baleares escriban estupideces propias de los
indigentes intelectuales está en la naturaleza de estos medios y en la
naturaleza de sus propietarios. Lo que me inquieta -e indigna- es que
Diario de Mallorca traicione su historia y fundación y se apunte al
carro de Pedro Serra. Lo único que me consuela es que lo mejor de este
periódico -Matías Vallés, José Carlos Llop, Eduardo Jordá, Pepe Vidal
Valicourt...- no han escrito, guardando un prudente silencio, las
bobadas que han escrito, por ejemplo, Joan Riera o Llorenç Riera. Esté
donde esté, Andrés Ferret debe derramar lágrimas viendo la deriva de
su periódico: sus herederos intelectuales deberían dar un golpe de
timón restaurando la inteligencia editorial.
Tremendo el artículo que publicaba ayer en este periódico Carlos
Delgado, en legítima defensa personal, de su presidente y de su
partido. Va listo Jaume Font, el mismo que dice que «para cuestionar
la lengua tendría que pasarme encima un camión», una frase que revela
lo que se desprende del artículo de Delgado: el grado de
interiorización del discurso catalanista en algunos ámbitos del PP,
comenzando por el propio Font sobre el cual debe haber pasado el
camión por encima de su córpora puesto que cuestiona su lengua, la
lengua que hablaban y le legaron sus padres, el mallorquín que ha
sustituido por el catalán, metabolizando esta gran estafa que ha
practicado el catalanismo quintacolumnista que financia la Generalitat
catalana y la Generalitat balear, que todo se andará como los
castellers como expresión del pueblo mallorquín.
Esto es lo malo: que el PP -las ideas que representa y el electorado
que le vota- no asuma de una vez la condición de dispensador de bulas
democráticas y las del buen mallorquín. Comenzando por la denominación
de la lengua, que no es una cuestión «científica» sino histórica y
política: llamamos mallorquín al mallorquín porque así lo hemos
llamado durante 700 años. Y acabando por un hecho ominoso: lo que
defienden UM, el PSOE, la turbamulta calalano-ecoló-comunista, el
tránsfuga Miguel Munar, Última Hora, el Baleares, Diario de Mallorca,
Llorenç Riera, Joan Riera, Jaume Font, Rana (Nanda) Ramon, etc… es lo
siguiente:
1) Negativa a que esta sea una sociedad y un régimen autonómico bilingües.
2) Negativa a que la Administración de exprese en las dos lenguas
oficiales de Baleares.
3) Negativa a que los padres puedan elegir la lengua vehicular de la
enseñanza. Imposición del catalán en el 90% de la enseñanza pública.
5) Oposición a que los ciudadanos, en su calidad de personas, sean los
titulares, únicos y en exclusiva, de los derechos y libertades.
6) Odio a las denominaciones de mallorquín, menorquín e ibicenco, un
auténtico patrimonio cultural y lingüístico que han conseguido
laminar.
7) Odio a las «modalidades» en todas sus proyecciones léxicas,
sintácticas y expresivas, con una feroz represión a través de
comisarios políticos instalados en las instituciones.
8) Expulsión del castellano como lengua «propia» -junto con el
mallorquín, menorquín e ibicenco- de estas Islas, a pesar de que lo
hablan la totalidad de sus habitantes y, de forma exclusiva, más de la
mitad de los mismos.
Todo este catálogo de represiones, imposiciones, atentados a la
libertad, a las elementales normas de un estado democrático y de
derecho es lo que defienden todos estos partidos y personajes que
insultan al PP, a Bauzá y a Delgado por defender las libertades sin
atacar a nadie -salvo a los fascismos explícitos o implícitos- ni
excluir lengua alguna. Los extremistas del catalanismo son los que
intentan proyectar su extremismo a demócratas impecables que
institucionalmente han dirigido y protagonizado el paso de una
dictadura a un estado democrático y que, allí donde han gobernado,
desde Marratxí a Calvià han sido, además de eficaces, respetuosos y
veladores del estado de derecho.
Este orgullo de practicar y defender los principios y valores del
estado democrático es lo que echo de menos en un PP que todavía no se
ha sacudido de encima ciertos absurdos complejos cuando tiene todos
los números para enseñar democracia a estos fascismos que siguen
latentes, aquí y en el resto de España. Y que no teman: los que les
insultan -periódicos y políticos- no les votan ni les votarán nunca.
Toda esta historia de las «sensibilidades» es como el «regionalismo»
que ahora se sacan de la manga: nadie sabe en qué consisten y menos
aún los que propagan estos conceptos. Cuando el PP ha perdido unas
elecciones ha sido porque se ha pasado al bando de las
«sensibilidades» del fascismo reptante en lugar de defender sus
principios. (Antonio Alemany)
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De la unidad lingüística a la uniformidad pancatalanista.
Mis temores se confirmaron hace unas semanas cuando una filóloga de lengua catalana que ejerce de profesora en
educación secundaria me informó que, a diferencia de Valencia, en Baleares no se adaptaban a nuestras modalidades
lingüísticas los libros de texto que provenían de Cataluña. Sencillamente se certifica fraudulentamente que son textos
adaptados sin adaptarse lo más mínimo a las formas propias del mallorquín, menorquín e ibicenco aceptadas también,
cabe recordarlo, por los sumos sacerdotes de la lengua catalana. En Valencia, señalaba la filóloga, antes de convertirse
en libros de texto aptos para la enseñanza, estos textos son corregidos de cabo a rabo para, lógicamente, adaptarlos al
valenciano.
Con el reciente anuncio de Antoni Martorell de que IB3 prescindiría de nuestras variedades dialectales y que
progresivamente adoptaría el catalán estándar los catalanistas dan otra vuelta de tuerca más y confirman a las claras
que detrás de la defensa a ultranza de la unidad de la lengua siempre se ha ocultado un objetivo más ambicioso: la
uniformidad lingüística de todos los territorios de lengua catalana.
La sacrosanta unidad de la lengua que ha concitado el consenso de todos los partidos políticos -el PP incluido- no era
más que la coartada y la antesala para un ambicioso plan de ingeniería sociolingüística con objeto de sustituir con el paso
del tiempo el mallorquín que siempre hemos hablado por el ortopédico catalán estándar que nos intentan endosar
desde la administración, la escuela y ahora los medios de comunicación públicos. Conscientes del rechazo que suscitan,
nuestros catalanistas habrían estado jugando al despiste, a la ambigüedad, sin señalar sus objetivos finales para no
asustarnos, ganar tiempo y hacernos pasar así el anzuelo poco a poco. Que si el mallorquín era lo mismo que el catalán,
que la denominación de catalán no era relevante y que lo importante era hablarlo, cada uno en su propio dialecto,
etcétera, etcétera.
Podía ser lo mismo pero una cosa estuvo clara desde el principio: debía llamarse catalán. Zanjado
con un argumento de autoridad, la verdad filológica se imponía.
Ahora bien, nunca pensé que los catalanistas llegarían tan lejos como pretender sustituir el mallorquín hablado -éste es
el último estadio al que nos dirigimos inexorablemente- por el catalán estándar. Por una cuestión de edad, a algunos
no nos afectará en absoluto y seguiremos hablando el mallorquín de siempre. Pero el plan sociolingüístico no va dirigido a
nosotros. Puesto que es un objetivo a largo plazo, la sustitución del mallorquín hablado por el catalán normativo se
perpetrará sobre aquellos que ahora mismo están aprendiendo el catalán: los niños en edad escolar, los inmigrantes
a los que este Govern quiere cohesionar socialmente a través del catalán o a las cincuentonas que se han acogido al
tren catalanista a última hora como la consejera Bàrbara Galmés.
Es decir, este plan de estandarización afectará en
mayor grado a aquellos nuevos catalanohablantes cuyas familias no hablen mallorquín puesto que el único catalán que
aprenderán será el estándar, a diferencia de los pueblos interiores de la isla que seguirán distinguiendo los dos
registros: el mallorquín dialectal restringido cada vez más a un ámbito doméstico-familiar y el literario-culto donde
utilizarán el catalán estándar.
Para esta última felonía, en el camino los catalanistas han contado con la ayuda impagable de los tontos útiles como
estos alcaldes del PP que no han entendido nada de nada del asunto al creer que el punto cat era un mero dominio
lingüístico y no político-territorial. Sampol afirmaba hace poco en el Parlament que nadie hablaba mejor catalán que él
cuando hablaba su mallorquín de Montuïri. Sin embargo, los hechos ya invitaban a la suspicacia. Si nuestra izquierda
hubiera apreciado el mallorquín, el menorquín y el ibicenco, si lo que de verdad les importaba, como establece el Estatut,
es que hablemos y conservemos el mallorquín, ¿a qué viene tanta histeria cuando el PP decidió darles carta de nobleza
en el nuevo estatuto, responsabilizándole de resucitar debates ya superados y estigmatizándole como secesionista
lingüístico por no respetar el consenso logrado sobre la unidad de la lengua? ¿Por qué tantos golpes de pecho entre
desgarros de vestidura en defensa de una unidad de la lengua que nadie había puesto en entredicho?
Todos estos interrogantes invitaban a la suspicacia. Ahora todo encaja. Ya sabemos qué se oculta detrás del consenso de la unidad de la lengua catalana. No es una cuestión filológica y científica, no. Esto ha sido la coartada. Es un proyecto político-cultural que a largo plazo tiene como objetivo lograr la uniformidad lingüística en el marco de los Països Catalans. Si nuestras modalidades no existen oficialmente, son invisibles, no tienen ninguna carta de nobleza en los
medios formales -prensa, radio, escuela, televisión, administración, editoriales-, la desaparición del mallorquín, menorquín e
ibicenco hablados es una mera cuestión de tiempo.
Entre los posibles nuevos hablantes del mallorquín se perderán bastantes por el camino por dos vías de escape: algunos sencillamente preferirán por despecho el español antes de
aprender el catalán estándar en el que no se reconocen -como ya sucede- y otros sencillamente hablarán el catalán estándar que les enseñen.
Esta nueva traición auspiciada por toda nuestra clase política consolida el proceso de dialectalización del mallorquín,
relegándolo al ámbito doméstico-familiar, condición en la que ya estaba antes de la llegada de la democracia. Y
segundo, impulsa la lógica de una construcción nacional de los Países Catalanes en base al mito romántico: un territorio,
una lengua uniformizada, un estado.
Puesto que las lenguas nacionales estandarizadas (alemán, italiano, francés,
español) no han nacido espontáneamente, sino que son fruto de un constructivismo racionalista de las elites en pos de
la homogeneización lingüística que en su momento arrambló con los dialectos regionales.
Como sucederá con el catalán
estándar, ni más ni menos. Sólo que a mí conservar el mallorquín sí me importa, pero construir una nación catalana no me interesa en absoluto. ¿Y a ustedes?
Joan Font Rosselló.
Ciudadanos de Menorca.
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6 comentarios:
Només una pregunta a questes dues fantàstiques llumeneres: quina modalitat del castellà s’ensenya als centres educatius de les illes? Eh? No són més curts perquè no s’entrenen.
Para el anónimo catalanista.
Ya que es 'anónimo' sea un poco educado. O diga su nombre y primer apellido. Si insulta a estas personas (que no son nada 'curtes' como usted dice falsamente) no le publicaré sus comentarios.
Por otra parte, usted ni entiende ni, que es lo más importante, quiere entender. Es una especie de frontón. En todo caso, estos y similares artículos no van dirigidos a ustedes.
No insult, només manifest una realitat poc discutible. És una cosa pareguda al que fa vostè tractant-me de catalanista a partir només d’una oració. Quina és aquesta realitat? Que determinats individus només apliquen un criteris a allò que els interessa mentre que no els apliquen si no els interessa.
Que no vull entendre? Argumenti, home, argumenti. Llibertat? Drets personal? Bla, bla, bla... Encara no hi ha hagut cap dels anomenats “lliberals” (són lliberals quan la llibertat va a favor seu) que m’hagi contestat la pregunta que he fet. S’ha de tenir barra per afirmar que la normalització lingüística és un projecte político-cultural, sense no dir res del projecte político-cultural del deure de conèixer el castellà, que de fet no és un projecte, és un fet des de fa molts d’anys. Fa reiure llegir això d’un “un territorio,
una lengua uniformizada, un estado”, perquè tots sabem quina és la lengua uniformizada que hem se saber, per collons, tots.
No, és evident que no escriuen per a gent com jo. Escriuen per aquesta guarda d’ovelles de la que vostè posa tantes fotografies.
Es la última vez que le contesto. Usted habla mucho de 'cojones' y yo creo que está fuera de lugar.
Aunque proteste y se indigne, la realidad es que los catalanistas, con la ayuda de los 'tontos útiles', están imponiendo el catalán en las escuelas desde hace mucho tiempo. De manera abrumadora. Sin importarles la libertad de los demás.
No, Urbina, la realitat és l'article 3 de la Constitució. I ja en poden fer de potadetes.
Per cert: argument, cap ni un.
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