sábado, 26 de enero de 2013

LOS NUEVOS BÁRBAROS.









 (¿Culta? No, es mucho mejor ser mona.)






LOS NUEVOS BÁRBAROS.

Esto debe ser un país asiático. Y fíjate, aquí está en un yate. Y en esta otra, haciendo senderismo. 

Alberto y Carlos, separados en la treintena, están ojeando los perfiles de una página web destinada a que adultos solteros puedan conocerse. Ante sus ojos, montones de perfiles de personas en actitud sonriente, tratando de ganar su mejor ángulo a la cámara, ofreciendo una versión favorecida de sí mismos. Abundan las imágenes en las que el fondo importa más que el primer plano, en las que la definición de sí se realiza a partir de los escenarios en que la fotografía ha sido tomada. Es una manera de decir, este/a soy yo, estos son mis gustos, estas son mis experiencias, este es mi nivel socioecónomico, y espero de los candidatos potenciales algo a la altura.

-¿Te das cuenta? Nadie se ha fotografiado a la entrada del Louvre o del Moma, en Broadway o ante el Royal Albert Hall.
Alberto explica entre risas a Carlos que la gente se hace fotos en el Taj Mahal, en el Empire State Building o en una playa desierta, pero nunca ante lugares que sean una referencia cultural y que en sus perfiles suelen reconocerse como buenos aficionados a la lectura o al teatro, pero siempre por detrás de otros como las compras (ellas), el deporte (ellos) y los restaurantes (ambos).
-Y eso es por una razón evidente: decir que te gusta la cultura es mal rollo para ligar.

No, la cultura ya no sirve para esos propósitos. También lo sabe Clara, una abogada de 30 años, que vive en Madrid, cerca de El Retiro, en un bonito apartamento donde tiene reservado un cuartito para sus cuadros, que recuerdan un poco a Magritte y a Rousseau

 
Quizá hubiese podido ganarse la vida con una afición que en algún momento fue casi vocación y que, sin embargo, en su entorno de clase alta es considerada poco más que un capricho. Su cultura está claramente por encima de la media, aunque muchos de los que la tratan lo ignoren. Ironiza: “Si hablamos de hombres, ya sabes, ’un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer’, y eso no es leer, sino hacer algo productivo. Caricaturizando un poco, en mi ambiente la gente divide a los culturetas masculinos en tres categorías ‘refinadísimas: perdedores que leen porque creen que les servirá para ligar, los que se escudan en su diletantismo porque están resentidos al ganar menos que sus padres o amigos y los rojos”.Los culturetas se dividen en perdedores que leen para ligar, resentidos y ‘rojos’.


Tampoco para las mujeres destacarse en ese plano resulta especialmente útil. En el ambiente en el que Clara se mueve, ‘culto’ se identifica con ‘friki’, con ratón de biblioteca o, en nuestro caso, con mujer sosa, apocada y con pocas habilidades sociales. En el mejor de los casos es un ‘plus’, un divertimento añadido, como podía ser antes bordar, cocinar o tocar el piano, pero no más”. Aunque probablemente lo que mejor define el pensamiento general de su entorno es la anécdota con la que cierra la conversación: “Hablaba con una amiga, que es diseñadora, sobre la necesidad o no de tener una cierta cultura para ‘estar’ en cierto ambiente. Yo le pregunté: ¿Tú crees que a las niñas pijas se les exige socialmente cierto barniz cultural? Ella respondió: Depende de lo guapas que sean”.

Fátima, amiga de Clara y también abogada, 35, casada y con dos hijos, es la otra cara de la moneda y explica en el fondo lo mismo, aunque en sus palabras no haya ni un resto de amargura. Ha leído exactamente 15 novelas en su vida, dice, y recuerda el número porque todas ellas las leyó en un lapso de seis meses, cuando tenía 17 años, como parte, casi, de un experimento. 

Lo explica con sencillez: “En un momento dado me di cuenta de que, aunque nadie de mi entorno leía, entre la gente un poco más mayor, no quedaba bien decir ‘no leo’, ni confesar que no tenías ni idea de quién era García Márquez o Henry Miller, así que me los leí. Me gustó hacerlo, no estuvo mal, era interesante”. Después, Fátima fue a la universidad, estudió Derecho, se colocó y no volvió a leer ni una línea que no fuese necesaria para su trabajo. “No me hace falta. Soy independiente, gano dinero, me he casado y, si quieres que te diga la verdad, las conversaciones en mi ambiente van sobre cualquier cosa menos sobre cultura. Alguna ‘peli’ de George Clooney y punto”. (El Confidencial)

1 comentario:

Aurora dijo...

En lo que respecta a esta Fátima, creo que lo peor de todo no es que no lea.... ¡¡¡¡ es que cree que no le hace falta !!!!

Si somos inconscientes de la enfermedad que padecemos, nunca llegaremos a curarla.