jueves, 25 de febrero de 2010

ZAPATERO ARRUGADO.


EDITORIAL





Zapatero se arruga ante un tigre de papel

NADIE puede discutir el derecho de los sindicatos a convocar manifestaciones contra la ampliación de la edad de jubilación a los 67 años, por muy irresponsable que nos parezca protestar por una medida que es adecuada a la gravedad de la crisis y cuya entrada en vigor está prevista a medio plazo, en 2013, y de forma progresiva. No se puede decir que las protestas celebradas ayer por la tarde en Madrid y Barcelona -donde la manifestación se adelantó una hora porque la lucha sindical no está reñida con el amor al Barça- hayan sido un éxito de convocatoria para UGT y CCOO, sino todo lo contrario. La Policía cifró en 9.000 los asistentes a la manifestación de Madrid. El mal tiempo y la lluvia pueden ser la excusa perfecta para que las centrales justifiquen este fracaso de público manifestante, pero si los ciudadanos contrarios a este cambio en la edad de jubilación no han acudido al llamamiento de Méndez y Fernández Toxo es por la escasa credibilidad de los sindicatos, ganada a pulso con su pasividad ante el mayor drama de la crisis, que es el paro. En efecto, los sindicatos han asistido prácticamente impávidos a la mayor destrucción de puestos de trabajo de la historia en España sin alzar la voz contra el Gobierno. Solamente salieron a la calle el pasado mes de noviembre y lo hicieron contra los empresarios, en una especie de autoafirmación provocada por las numerosas críticas recibidas.

Hasta ahora, UGT y CCOO no han protestado contra el Gobierno porque Zapatero se ha plegado a todas sus exigencias y ha satisfecho todas sus peticiones, además de aumentarles la financiación. Las subvenciones directas a las centrales aumentaron el 50% entre 2005 y 2008 hasta superar la cifra de 15 millones de euros. Sería incierto concluir que las manifestaciones de este 23-F suponen una quiebra entre el Gobierno y los sindicatos. No estamos, ni mucho menos, ante una reedición -siquiera mínima- del grave conflicto que dio lugar a la huelga general del 14-D del 88 y provocó la ruptura del Ejecutivo de González con la UGT de Nicolás Redondo. Las complacientes reacciones con las que la dirección del PSOE ha acogido estas protestas, la comprensión mostrada por Zapatero y la inaudita declaración de la portavoz socialista en la Comisión del Pacto de Toledo -mostrándose dispuesta a acudir a la manifestación en protesta por una medida que propone su propio Gobierno- indican que podemos estar ante una escenificación teatral -ruidosa y con muchos globos y pancartas- de un enfrentamiento que en realidad no existe. No al menos con esa virulencia. La única voz socialista que ha recordado a los sindicatos que las leyes las hace el Parlamento, y no ellos, es la de José Bono.

De hecho, y a pesar de que el pinchazo de las movilizaciones evidencia que los otrora poderosos sindicatos se han convertido en un tigre de papel, hay algunos indicios de que Zapatero está dispuesto, si no a «rectificar» -como le exigieron los líderes sindicales en sus intervenciones-, sí a echar el freno a la iniciativa de alargar la edad de jubilación, una medida imprescindible para garantizar el futuro del sistema público de pensiones, como bien recordó ayer el gobernador del Banco de España. Zapatero dijo, incluso antes de que se celebrara la manifestación, que escuchará a los sindicatos porque su Gobierno no es de «decretazos» y que la negociación sobre las pensiones es «a largo plazo», por lo que bien podría seguir abierta hasta que acabe la legislatura. Ello indica que prefiere una paz social -por otro lado engañosa- que afrontar su responsabilidad como gobernante.

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