Hace ya un año, el 22 de marzo de 2009, escribí una carta al Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, tras su paso por España. Me parece que el lector de El Imparcial disfrutará leyendo lo que escribí once meses atrás pues revela muchas de las cosas que desde entonces hemos padecido. Decía yo:
“Mi admirado profesor: No recuerdo bien pero me parece que le saludé por primera vez cuando ganó el Premio Príncipe de Asturias hace cuatro o cinco años y se declaró inmensamente satisfecho con el galardón. Después le dieron el Nobel. Suscita usted controversia pero, sobre todo, admiración: su nueva teoría del comercio y su economía geográfica se han convertido en centro de estudios y tesis doctorales. Empresarios y economistas se licuan cuando hablan de su libro The return of depression economics. Sus reflexiones sobre el crecimiento de las economías emergentes del Extremo Oriente, sobre todo China, son sagaces y han resultado anticipadoras. Se ha convertido usted en un icono ante el que se postran genuflexos los políticos pelotas y los intelectuales de pitiminí. Pero, al margen de tanta pirueta ridícula, nadie serio discute su categoría.
Me gusta especialmente de usted, querido profesor, que en lugar de despreciar la cátedra del periodismo se haya sumado a ella convirtiéndose en espléndido columnista de The New York Times. Frente a los farragosos tratados económicos, la agilidad punzante del comentario periodístico. Se ha cachondeado usted de Bush II y nadie lo ha hecho con semejante descarga de ironía y mordacidad.
Por España ha pasado usted como un ciclón cantando las verdades del barquero y cegando las madrigueras de los políticos ocurrentes. “La situación es aterradora -ha declarado- Especialmente para España”.
Pero no se ha quedado en el discurso agorero y vaina. Ha dado soluciones. Y bien simples, las puede entender la calle más canalla: reducir salarios y aumentar la productividad. Con dos dídimos. No se puede resumir mejor lo que se debe hacer.
Zapatero, claro, se encampanó. Si reduce las prestaciones sociales será derrotado de forma inmisericorde en las elecciones generales. El presidente circunflejo prefiere que se resquebraje aún más la estabilidad económica de España a fragilizar su política de compra de votos que tan buenos resultados personales le ha dado. Todavía mantiene ante un Solbes atribulado la dádiva de los 400 euros. Así es que ya puede usted decir misa, que Zapatero no le hará caso. Tampoco se lo hará a Felipe González que ha coincidido con usted en un espléndido artículo titulado Crisis global y respuestas. La crisis se ha convertido en una pandemia que ha provocado incluso una extensa necrosis empresarial. Para González es imprescindible mejorar la productividad por hora de trabajo porque en otro caso la política keynesiana no serviría para nada. El que fue presidente del Gobierno español le ha tendido la mano, querido profesor, desde un artículo periodístico.
Sin embargo, el optimismo zapateresco colisiona con el realismo implacable de sus previsiones. El tiempo nos dirá a quién asiste la razón”. Hasta aquí lo que publiqué hace un año. (El Imparcial)
de la Real Academia Española
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