domingo, 23 de mayo de 2010

REFORMA LABORAL.










REFORMA LABORAL, O COLAPSO.

ENFRENTADO a un espejo en el que ya apenas se reconoce, y cada vez más presionado, Rodríguez Zapatero tendrá de nuevo que tomar decisiones difíciles esta semana. Tras un recorte de derechos sociales que nunca pensó tener que anunciar, se arriesga con toda probabilidad a la necesidad de regular una reforma laboral sin consenso.

Entonces, la paz social que tanto sirvió de argumento para justificar los sucesivos retrasos estará también en peligro. Es lo que anuncia el nuevo discurso de las organizaciones sindicales, en el que ya tiene cabida la expresión que el presidente más ha temido a lo largo de su mandato, la huelga general.

Desde que en 1980 el Estatuto de los Trabajadores estableció el marco de relaciones laborales en nuestro mercado de trabajo, seis han sido las reformas efectuadas. Siendo ambiciosa la que en 1994 promovió el último Gobierno de Felipe González -entonces bloqueada por los sindicatos-, fue la tercera, la llevada a cabo en 1997 por el primer Gobierno del Partido Popular, la única que logró reducir significativamente la tasa de desempleo. Los resultados hablan por sí solos.

Al tiempo que la población activa pasaba de 16,2 a 17,8 millones, la tasa de desempleo bajaba en cuatro años desde el 20 al 10 por ciento. Los objetivos declarados entonces eran reducir la contratación temporal e impulsar la contratación indefinida. Trece años después, volvemos adonde estábamos. Pero peor.

Ahora ya no puede ser el primer objetivo de la reforma la sustitución de contratación temporal por indefinida. Siendo visible a través de nuestro desequilibrio con el exterior la pérdida progresiva de competitividad, pero obligados a competir en un mercado cada vez más global y sin la herramienta fácil de la devaluación al alcance, el Gobierno lleva ya demasiado tiempo aplazando una reforma que hoy es vital.

El Ejecutivo de Rodríguez Zapatero tuvo la oportunidad de efectuar reformas más profundas en 2006, pero entonces se limitó a introducir subvenciones y a promover, durante un breve lapso de meses, la conversión de empleos temporales en fijos. La prioridad en este momento ya ni siquiera pasa por tratar de contener la destrucción de empleo. Sería insuficiente.

La reforma que exige nuestro mercado de trabajo es tan profunda que difícilmente puede salir de las manos de un Gobierno que cada día las tiene más atadas. Sin herramientas monetarias, y agotada la capacidad de gasto público, es la reforma del mercado de trabajo la herramienta más importante, y quizá ya la única que resta a este Gobierno para evitar conducirnos, en el mejor de los casos, a un largo periodo de estancamiento económico. (ABC)

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