sábado, 22 de mayo de 2010

LA SOPA BOBA.






LA RELIGIÓN CIVIL DE ZAPATERO.


Crisis política, crisis económica. Pero ¿hay o no en España crisis social, crisis de identidad colectiva y de valores? Puede afirmarse que también existe, que están conectadas, y que la ha conseguido fraguar el conjunto de determinadas políticas de Rodríguez Zapatero que ha optado por las llamadas ultra-soluciones, es decir, por maximizar la radicalidad de sus opciones éticas. La famosa activación de las minorías –la ideología de identidad de género, el matrimonio homosexual, las distintas formas de familia, el laicismo sobrevenido— ha conformado una España que, en determinados aspectos, es más descreída y relativista que cualquiera de los países de nuestro entorno. Y ahora viene la ley de libertad religiosa para sancionar este vuelco social y ético en España.

De la encuesta European Mindset de la Fundación BBVA que ha testado los criterios de 21.000 europeos en 12 países de la UE más Suiza y Turquía se obtienen a estos efectos conclusiones interesantes. Se elaboró a finales del pasado año y la primera de las observaciones que se deduce es que España se aleja de la religiosidad media de los países europeos, lo cual es relevante porque la dimensión religiosa de algunas decisiones afecta a su contenido moral.

Estamos en la media europea en la aceptación del aborto (5,1 sobre 10), pero muy por encima en la de la eutanasia (6,8 sobre 10), vemos con mejores ojos que la media de los continentales el matrimonio homosexual (5,7 nosotros, frente al 4,2 de los europeos), también el hecho de que adopten niños (5,3 en España; 3,9 en la UE). La paternidad gay obtenida por donación de semen u óvulos nos merece un criterio similar a la de nuestros vecinos. Estos vectores conforman una mentalidad “progresista” frente a opiniones colectivas europeas más conservadoras.

Poca identidad nacional exclusiva

Por otra parte, estamos perdiendo identidad nacional: somos muy europeístas, viajamos poco pero somos de los europeos que tienen más parientes en países extranjeros. Como ‘sólo españoles’ se definen el 26% de los consultados (frente a la media europea que asume su identidad nacional exclusiva el 45%); el 38% se percibe más español que europeo y el 27% tan español como europeo. Lo cual no impide que pensemos mayoritariamente que Europa se construye a nuestras espaldas. En otros aspectos, pensamos parecido a los demás continentales: los derechos humanos, la libertad de expresión, la democracia, la tolerancia y el pacifismo. Pero –he aquí la diferencia de nuevo- ofrecemos menos peso que el resto en la influencia y peso de la cultura y vivencia cristianas.

Cuesta entender por qué España ha desarrollado este trote hacia los llamados valores “progresistas” cuando otros países de democracias más maduras y añosas se resisten a abandonar un modelo de valores más conservador, más resistente a determinados cambios y, sobre todo, menos veloz en las transformaciones sociales. Creo que el factor es histórico y es político. Histórico por la contención abusiva del franquismo, elemento que debemos comenzar a ir descartando porque hace 35 años que falleció el dictador y las nuevas generaciones casi carecen de memoria para interiorizar las convulsiones de su régimen.

El factor esencial es el político: esta transformación forma parte de la España de Zapatero, de ese país que el presidente, con un discurso melifluo e inconsistente, ha ido moldeando hasta hacer de los españoles una sociedad que carece de criterios comunes sólidos y compartidos. Nos parece bien todo lo que sea nuevo por el hecho de serlo; o aceptamos lo subversivo –en el sentido etimológico del término— por el sólo hecho de que contraviene lo anterior, lo establecido, dando por sentado que lo pasado siempre fue peor.

El debate religioso, en puertas

La consecuencia es que estamos quedándonos sin referencias e incurriendo en graves contradicciones. Hemos pegado un ‘pendulazo’ de órdago, seducidos –muchos, no todos— por el presidente del Gobierno que ha planteado determinadas medidas como soluciones de mínimos cuando lo eran de máximos. Ahora nos advierten de nuevas leyes que volverán a sacudir la conciencia colectiva (la ley de libertad religiosa, por ejemplo, de cuya necesidad cabe dudar seriamente) para encapsular en debates colaterales y alejados del centro de gravedad de la convivencia la preocupación y el debate generales.

Cuando todo acabe y Zapatero sea un recuerdo, el veredicto va a ser muy estricto y severo con el Presidente del Gobierno, porque lejos de ser el gran reformador que él se percibe ha sido el gran distorsionador de un marco de valores que, necesitando ajustes y adecuaciones, requería de consenso, debate abierto, participación de todos y respeto al equilibrio entre tradición y contemporaneidad. Por eso, no sólo hay que valorar la crisis política en sus aspectos institucionales, sino también en los de carácter ético y moral que repercuten, y de qué modo, en la económica.

Por ejemplo: en el regreso de la corrupción; en la desacralización de la vida –a su inicio y en su final-, en la protección a la familia, en la laicización extrema de la vida social y en la implantación de una ideología de género cuyos beneficios están por ver en una España pendular y desorientada. En este contexto desorientado va a insertarse el debate de religión sí o no en el ámbito público. Y está claro que –al margen de toda trascendencia sean cual fuere su marchamo confesional—Zapatero quiere imponer una religión civil que es la no religión –ninguna— en absoluto. Otra polémica de muchos decibelios en ciernes. (José Antonio Zarzalejos/El Confidencial)
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¿País melifluo e inconsistente a la altura del discurso zapateril, melifluo e inconsistente?

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