miércoles, 7 de julio de 2010

SELECCIÓN ESPAÑOLA.






LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Con tal de no nombrarla

Por Horacio Vázquez-Rial

Escribió Paul Éluard un poema "Sobre algunas palabras que hasta aquí me estaban misteriosamente prohibidas". Lo que quiere decir que él se dio cuenta y los españoles no. La selección nacional de fútbol no es la selección española, sino La Roja. La bufanda de Manolo el del Bombo es sólo eso, una bufanda, no una bandera de España en forma de bufanda.

La palabra España –ya escribí hace unos años, en estas mismas páginas, sobre su devaluación por parte de la izquierda y sobre su sustitución por la fórmula "Estado español"– va siendo nada misteriosamente prohibida. Cosas del Niño de la Moncloa, que le ha dado una palmada en la espalda a Montilla y le ha dicho que no se preocupe, que él hará unas leyes destinadas a "desarrollar el Estatut", o sea, a pasarse al Tribunal Constitucional por en medio de los glúteos.

Si no queremos que España sea real, hay que empezar por no nombrarla, nunca, porque las cosas que tienen nombre existen, aunque no sean materiales. Mi memoria no logra dar con el nombre del colega que en estos días escribió acerca de lo sospechoso de la expresión "Gobierno de España", por eso le pido disculpas por no ponerle aquí. ¿Es que hay otro gobierno? Por supuesto. Otros diecisiete. En el mismo nivel institucional. Los estúpidos anuncios que llevan esa firma solemne y hueca podrían llevar la del Gobierno de Baleares, por ejemplo. Y fuera de ese sello con los colores de la bandera, todo es silencio al respecto.

Escribe don Ramón Carande en su obra clásica Carlos V y sus banqueros que era cosa del siglo XVI

la supervivencia disociada de las economías de cada uno de los cinco reinos peninsulares, sin que ninguna organización superpuesta y asimiladora abriese camino a una economía nacional unitaria (...) El aragonés era considerado extranjero por el castellano, y viceversa. Si las barreras aduaneras interpuestas los disociaban económicamente, el trato fiscal recíproco no difería del que dispensaban a los extranjeros.

Marx, refiriéndose al mismo período, anota en La revolución española que España era

una aglomeración de mal dirigidas repúblicas con un soberano nominal a la cabeza.

Ambos se refieren en sus respectivos textos al hecho de que América y el Imperio fuesen cosa de Castilla. Han pasado cinco siglos y más o menos por ahí andamos, aunque ahora sin imperio a la vista y con una Castilla triturada por los cartógrafos improvisados del régimen autonómico y sin salida al mar. Para muchos catalanes que conozco, el español de otra parte es "castellano", cosa que se adivina por la lengua, aun en el caso de que la hable un colombiano.

En los discursos de los que tienen un lugar para el discurso, desde los ministros y ministras hasta Belén Esteban, se nota el predominio de las menciones a "este país", aunque en los programas rosas suele decirse "España" para referirse al público, y de un modo obsceno, del tipo "Cuéntale a España lo que te ha hecho tu cuñado". Pese a la secularización extrema de la sociedad española –aunque asista a misa un millón de fieles cada día–, Dios al menos es mencionado a la hora de blasfemar, pero España ni eso.

En el exterior, la cosa pasa por la propaganda –que todos y cada uno de nosotros ha pagado de su bolsillo– de los gobiernos autonómicos, las embajadas regionales y las visitas de presidents y lendakaris al mundo entero. De modo tal que en mi otra patria, Argentina, hay gente que, cuando me presenta a alguien, explica que vivo en Cataluña o, ahora, en Madrid, no en España. Yo nunca oí a mi padre hablar de sí mismo como gallego, sino como español, cosa que por lo demás era lo normal en casi todo el exilio español, con la excepción de catalanes y vascos, y hasta de algún valenciano, que se identificaba como tal en su afán de no ser tomado por catalán. (Lo explico: tuve por vecinos durante muchos años en Buenos Aires a los Ramonet, una familia de exiliados valencianos cuyo padre había sido capitán del ejército de la República. Naturalmente, todos ellos hablaban "valenciano", pero no había nadie en el barrio que no los conociera como "los catalanes": desgracias de las lenguas parecidas, que a ellos les producían dolor identitario).

¿Cómo puede ser, entonces, que miles de personas se pinten la cara con los colores de la bandera de España para ir a gritarle a La Roja "¡España! ¡España!". ¿Es que la ingeniería social no funciona? Sí que funciona, pero no es capaz de borrar del todo, de ese espacio virtual innominado del cerebro, algunas inscripciones muy precoces. No sé dentro de una o dos generaciones cómo será la cosa, pero por ahora el fútbol es el único espacio en el que existe España, aunque haya tarados que se dediquen a apoyar a sus rivales, en general de ERC o de la izquierda abertzale.

Yo he de confesar que sufro por esta ausencia, que me perturban las campañas como la de los antitaurinos, que me molestan esos tipos que dicen que la bandera de la Plaza de Colón es demasiado grande. Vamos, que echo de menos a España. No quiero ni pensar lo que les debe de ocurrir a los militares con la señora Chacón al frente, prohibiendo ceremonias religiosas y tapando las verjas del Ejército en Cibeles con carteles de PhotoEspaña.

Con tal de no nombrarla, los de la memoria histórica hacen de todo y como sea, que es la norma del Pequeño Timonel. (LD/Suplementos)


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