Rosa Díez, síntoma del odio a España.
En opinión del filósofo escocés David Hume, a largo plazo un régimen político sólo puede sobrevivir mediante la aquiescencia de la mayoría de sus ciudadanos. De este modo, un régimen político que cercenara las libertades de los individuos sólo podría implementar sus medidas represivas con la complicidad de una mayoría de esos individuos; en cuyo caso, la cuestión debería ser por qué esa mayoría termina aceptando –e incluso apoyando– que una camarilla de políticos ataque las libertades de sus vecinos, amigos y familiares; por qué una sociedad termina detestando ciertas manifestaciones de la libertad individual aun cuando no perjudiquen directamente a nadie.
Y la respuesta, más allá de casos puntuales y concretos, sólo cabe buscarla en el odio. Si ese sentimiento de repulsa consigue prender entre la mayoría de la sociedad, cualquier medida política que sirva para canalizarlo, con independencia de lo lesiva que sea para las libertades individuales, terminará prosperando. Todos los totalitarismos en algún momento han tenido que promover el odio de clase, de raza, de religión o de nacionalidad para asentarse y justificar sus atropellos.
En ciertas regiones de España, salvando unas distancias cada vez más estrechas, también se ha ido cultivando un odio hacia todo lo que simboliza lo español. La lengua y literatura castellanas o el himno y la bandera nacional se han convertido en ciertas partes del país en anatemas que son sometidos a todo tipo de abucheos, pitadas, censuras o quemas. El nacionalismo ha convertido el odio a España en su estrategia para consolidarse en el poder; pues en la medida en que los partidos no nacionalistas sean vistos como invasores o incluso agresores de las esencias comunitarias, sólo la propia tribu tendrá legitimidad para controlar las instituciones.
De ahí que tanto los partidos estrictamente nacionalistas como los asimilados hayan cultivado con dedicación el odio a España y a los españoles y de ahí que tras 30 años de adoctrinamiento haya aparecido toda una legión de jóvenes radicales que, empleando los métodos típicos del fascismo y del comunismo, exterioricen aquellas ideas y sentimientos que el sistema de educación público les ha imbuido.
En otras palabras, para que en Cataluña se pueda perseguir a quienes rotulan en castellano o para que se pueda impedir a los padres escolarizar a sus hijos en la lengua familiar es necesario que el odio hacia España se encuentre muy extendido entre la sociedad catalana. Así, no es de extrañar que una parte de esa sociedad, la más ideologizada y totalitaria, convierta ese odio en agresiones físicas y trate de impedir que se exprese cualquier persona que ponga en cuestión todo el entramado de intereses creados en torno al nacionalismo.
Rosa Díez ha sido la última que, hasta el momento, ha recibido los frutos de ese modelo de sociedad que ha venido planificando y construyendo el nacionalismo: una sociedad rencorosa y asentada en el odio hacia sus conciudadanos. Como ella misma ha reconocido, "unos echan la leña y otros encienden la hoguera". El nacionalismo catalán –como en sus respectivas regiones, el vasco o el gallego– ha venido echando leña a la hoguera antiespañolista y poco ha costado que algunos hayan encendido ocasionalmente la hoguera.
Se trata de unos síntomas que, además de inadmisibles para un gobierno democrático que merezca tal nombre, deberían hacer reflexionar a la mayoría de los catalanes sobre los extremos a los que los ha conducido el nacionalismo. Una sociedad abierta no puede asentarse sobre un acorralamiento permanente del que discrepa de la verdad oficial, sobre todo cuando esa discrepancia supone defender una ampliación de las libertades.
Lo peor de las agresiones contra Rosa Díez es que muchos en Cataluña (y fuera de Cataluña) las encontrarán justificadas y proporcionales; las verán como una justa respuesta a una provocación anterior, a un ataque previo. Y ese es el drama de Cataluña y en general de todas las sociedades modernas que aceptan la represión estatal como principio rector: que la defensa de la libertad individual es vista como una ofensa. El odio les ciega y les impide ver más allá de los hombres de paja que les han colocado estratégicamente los nacionalistas.
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Partido Socialista del Odio Español
PorFederico Jiménez Losantos.
Lo único que le queda ya de español al Partido Socialista es el odio. Odio a Aznar, odio a la derecha, odio al PP, odio a los que han sabido perder tan elegante como injustamente estas elecciones manchadas de sangre, odio a los que han sabido gobernar para elevar el nivel de los más pobres, odio a los que han sabido crear empleo, odio a los que no han robado, odio a los que no han matado, odio a los que, en fin, han demostrado ser mejores que ellos en todos los sentidos: moral, ético, político y social. Y que, además, no les odian a ellos. Eso es quizás lo que más odio les produce. Pero el que siembra, sin duda, recogerá.
Lo único que hasta ahora sabemos del atentado del 11-M es que le ha servido al PSOE para ganar las elecciones. La mayoría no se recatan en reconocerlo. Tampoco se recata Blanco en reconocer que ha sido Polanco la clave para manipular el dolor y el luto de los españoles en vísperas de la campaña electoral. Se inventaron islamistas suicidas, se inventaron una respuesta de Al-Qaida, no hablaron nunca de marroquíes (con lo que le gusta hacerlo a la Voz de Ab-Delkader) y, lo que acabará siendo más grave, supieron siempre antes que el Gobierno lo que estaba haciendo la policía con la investigación.
Como han llegado al poder en lo más parecido a un golpe de Estado político-mediático, culpando al Gobierno de los muertos de los marroquíes (a saber quién les organizó la masacre), es normal que multipliquen las insidias acusando al Gobierno sin ningún fundamento de haber «acariciado» la proclamación del Estado de excepción, que, lo mismo que el aplazamiento de las elecciones, hubiera podido ser perfectamente defendible.
Pero no existió y ellos lo saben. Sucede que así, en el mejor estilo soviético, ponen a la Derecha a la defensiva en lugar de soportar su ataque, como sería de rigor.
Lo de Álvaro Cuesta, como antes lo de Tura, y lo de Almodóvar y lo de toda esta izquierda que vive del odio y para el odio, que no tiene más ideología que el odio, que no tiene más programa de Gobierno que el odio, y el odio a lo que es mejor que ellos, anuncia un futuro de linchamiento mediático y político de la Derecha como ésta no se ponga de una vez a defenderse de la única manera eficaz, que es atacando. Y la verdad, no sabe uno si el nuevo equipo de Rajoy es el más adecuado para algo distinto y políticamente mejor que meditar serenamente cómo poner la otra mejilla.
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La corrosiva antiespaña
No hace falta ser el observador más agudo del mundo para advertir las líneas maestras que han inspirado la propaganda y la política de los izquierdistas españoles en los últimos treinta años.
A saber: Primero, el intento de destruir hasta los cimientos cualesquiera vestigios de patriotismo y de religiosidad que vayan quedando en España.
Segundo, la lucha por debilitar al máximo la institución familiar como pilar básico del tejido social, pues se trata del mecanismo por excelencia de solidaridad y amparo.
Y en tercer lugar, por supuesto, el consabido antiamericanismo, que se explica por el odio instintivo que profesan a todo lo que suene a capitalismo y, especialmente, por el papel crucial que han jugado los EEUU a la hora de denunciar, detener y derrotar a las huestes marxistas en su terrible confabulación para dominar y esclavizar el planeta.
Todas estas líneas maestras estarían al servicio de un objetivo previo, necesario para alcanzar el anhelado proyecto totalitario socialista: eliminar las principales fuerzas que históricamente se han venido resistiendo a él. Se trataría, tal y como a como les gusta expresar en explícitos términos bélicos, de socavar y destruir "los bastiones de la reacción".
Cuando los socialistas y los comunistas fueron derrotados en su intento de implantar el marxismo en España hace más de sesenta años, tomaron buena nota de cuáles habían sido las grandes ideas que sirvieron para galvanizar la resistencia. Adquirieron, de ese modo, especial inquina contra la idea de España y decidieron conjurarse para que ser español y defender la idea de una nación occidental y cristiana, dejase en el futuro de constituir motivo de orgullo para los habitantes de "este país". De este modo, y ya durante la transición, vinieron atizando los más radicales separatismos. Esto sigue siendo cierto todavía hoy en una buena parte del PSOE, que dirigen en la sombra González y Cebrián, quienes pidieron la cabeza política de Redondo Terreros por defender, precisamente, lo español.
Ha sido ese odio a la patria española, ese anti-españolismo, el que ha llevado al diario El País, el buque insignia de la antiespaña, a insertar en sus páginas durante la reciente crisis de Perejil una sostenida propaganda pro-marroquí. Desde artículos defendiendo las "razones históricas" marroquíes en sus pretensiones de soberanía sobre el islote, a otros que denunciaban la intervención del Ejército español en defensa del territorio nacional. Claro que igual de increíble se antoja que los lectores sigan adquiriendo una publicación tan "notable". Como el protagonista de aquel relato ruso, sus oraciones parecen ir dirigidas a Dios para que les quite un ojo, con tal de que a sus compatriotas les salten los dos.
Algún parlamentario comunista dijo hace bien poco que la patria española no merecía que se vertiese ni una gota de sangre en su defensa. Ver las Canarias bajo dominación musulmana (para que los mapas delante de los que se fotografía Zapatero sean pronto incorporados a nuestros atlas) o San Sebastián convertida en avanzadilla principal del castrismo en Europa -para que así Madrazo e Ibarreche se sientan definitivamente en casa-, sería para ellos, desde luego, una dulce revancha. Si todo ello se combina con un pueblo que está en vías de sustituir los naturales principios del bien y del mal por un relativismo moral en el que lo único absoluto es la adoración al Estado y en el que todo es tolerable salvo la excelencia, parece que, por fin, los enemigos de la libertad y de España tienen el camino expedito. Y si, por añadidura, socavando la familia y persiguiendo la propiedad, consiguen que el sentimiento de desamparo se generalice en la ciudadanía y ésta clame por más y más mecanismos de "solidaridad" e intervención estatal, es hasta posible que las termitas sean recibidas como salvadores por las víctimas.
Confiemos en que todavía estemos a tiempo de evitarlo. Como dijo un liberal español, seguir pidiendo permiso para actuar y perdón por triunfar es síntoma de que algo no marcha.
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1 comentario:
Pues yo hoy he colgado en el facebook el himno de España, y sorprendentemente nadie ha rebuznado...
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