Juan Velarde Fuertes (economista)
1. ¿Cuáles son los principales males que aquejan hoy a España?
Fundamentalmente tres. El primero, haber surgido, como pronosticaron en 1930 Keynes y Ortega y Gasset, y curiosamente ambos en Madrid, una sociedad masificada y a la par, como la bautizó Galbraith, opulenta, para la que el pecado fundamental es «no ser diferente», y que alteró todos los valores tradicionales. El segundo, una crisis económica como probablemente nunca padeció la economía española. Y el tercero, una progresiva pérdida de peso en el aspecto internacional. La prueba está en el abandono de posibilidades en el G-8, el fracaso de la presidencia española de Europa, las extrañas alianzas que buscamos en el ámbito iberoamericano, y no digamos el fracaso inherente a la política de «alianza de civilizaciones».
2. ¿Tiene sentido retomar el discurso regeneracionista?
Los regeneracionistas tuvieron algo simpático, pero adolecían de dos ignorancias. Cuando tuvieron poder, por eso, hicieron estropicios. Un caso típico de ellos, porque era un heredorregeneracionista, fue Azaña. No sabían nada de economía –caso concreto de Costa, e incluso de Lucas Mallada- y lo ignoraban todo del mundo internacional. Como vayamos así con un neorregeneracionismo fracasaremos. Añadamos que el regeneracionismo tuvo una postura laicista básica que alteró de tal manera multitud de valores que lo empeoró todo.
3. ¿Qué hacer?
Pues sencillamente reaccionar ante los tres problemas que dije al principio, que comienzan, por cierto, como plantea un catedrático de Teoría Económica, Rafael Rubio de Urquía, por la cuestión de los valores. Sin eso, se puede venir todo abajo.
Xavier Pericay (escritor y profesor)
1. ¿Cuáles son los principales males que aquejan hoy a España?
Los que resultan de nuestro actual modelo de Estado, o sea, del Estado de las Autonomías. Y no porque el modelo sea pernicioso, sino porque se asienta en un pacto espurio: el que las fuerzas nacionalistas establecieron durante la Transición con los partidos nacionales y cuyas bases han sido sistemáticamente incumplidas por esas mismas fuerzas nacionalistas. La deriva del Estado con los gobiernos de Rodríguez Zapatero, su resquebrajamiento y pérdida de identidad de puertas adentro, su inconsistencia en sus relaciones con el resto del mundo, no son sino la última expresión del deterioro del sistema que la gran mayoría de los españoles nos dimos en 1978. Un deterioro al que han contribuido asimismo los grandes partidos nacionales —y, en particular, el partido socialista— en su afán por conservar el poder a cualquier precio.
2. ¿Tiene sentido retomar el discurso regeneracionista?
Un discurso así sólo tendría sentido si fuera capaz de movilizar a un número significativo de ciudadanos. Significativo en cuanto a la cantidad y a su diversidad ideológica. Ese discurso debería aspirar a recuperar el concepto de interés común. Un concepto muy parecido al que caracterizó nuestra Transición.
3. ¿Qué hacer?
Habría que lograr ante todo que los dos grandes partidos nacionales —y cuantas fuerzas partidistas estuvieran por la labor— llegaran a un amplio acuerdo en los asuntos cruciales para la gobernación del país. Y que ese acuerdo actuara como horizonte programático y como imperativo moral, y lo mismo para nuestros representantes políticos que para el conjunto de la sociedad española.
Fernando García de Cortázar (historiador)
1. ¿Cuáles son los principales males que aquejan hoy a España?
Entre los principales males habría que subrayar la hipertrofia burocrática, la quiebra de la confianza de los gobernados en sus gobernantes, la falta de competitividad económica, el envejecimiento de la población, la erosión del patrimonio ecológico, la deficiente formación cultural de los españoles, las tendencias centrífugas maximalistas de tipo nacionalista, la ausencia de una ciudadanía fuerte defensora de los derechos propios y ajenos.
2. ¿Tiene sentido retomar el discurso regeneracionista?
En la actualidad puede servir el discurso regeneracionista solo en el sentido de animar a los intelectuales a desarrollar su función crítica respecto del poder, pero sabiendo que la sociedad actual nada tiene que ver con aquella adolescente de la época de los arbitristas, ilustrados o noventayochistas. Ahora es la sociedad española la que tiene que tomar las riendas de su propia regeneración, pero no vendría mal que los intelectuales tomaran conciencia de sus responsabilidades. Del compromiso del intelectual hemos pasado al intelectual del canapé. El intelectual puede dejar de ser un militante de partido, pero no puede renunciar a ser un educador, un dirigente cívico.
3. ¿Qué hacer?
Hay que denunciar los males que paralizan España y colaborar con los agentes sociales en la educación permanente de los españoles, canalizando las propuestas que salgan de la sociedad para preparar un mejor presente. Hay que gritar que la política tiene que ir acompañada de principios y debe devolver su prestancia a las ideologías. Hay que señalar el peligro de que la ciudadanía deje de serlo y abandone su participación política, desmoralizada por el desprestigio de la clase dirigente y la impresión de que los asuntos más importantes se deciden por fuerzas ajenas. Y hay que cerrar el paso a cualquier «cirujano de hierro».
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