domingo, 31 de octubre de 2010

¿MERCADO O ESTADO?





¿MERCADO O ESTADO?

Jordi Sevilla analiza, junto a Lorenzo Bernaldo de Quirós en el libro ‘¿Mercado o Estado?’ (a la venta el 6 de abril), las causas que han provocado la recesión. Además, expone sus propuestas para que España no vuelva a cometer los mismos fallos. El ex ministro propone una acción pública ambiciosa y coordinada que limite los excesos liberales, y

Lorenzo Bernaldo de Quirós culpa al creciente intervencionismo público de todos los males que han asfixiado a la economía y aboga por un Estado fuerte con funciones limitadas que permita dar rienda suelta al libre mercado. También pide humildad a los Gobiernos y exige un reequilibrio presupuestario urgente para empezar a acometer reformas

¿Un Estado unido para limitar al mercado…?, de Jordi Sevilla en Mercados de El Mundo

Nadie pasa por la crisis económica más importante de los últimos 70 años sin que le afecte de manera radical. Y no sólo por el profundo impacto coyuntural que significa, en términos de desempleo, quiebras empresariales, deuda pública y pérdida de riqueza, sino porque luego nada vuelve a ser como antes. Aunque todos los expertos dicen [...] que las crisis son oportunidades, a la mayoría de los seres humanos nos gusta más tener otro tipo de oportunidades, que no vengan acompañadas de tanto sufrimiento. Pero las cosas [...] son como son.

Pero, ¿cómo son las cosas? Hay dos principios organizativos de la vida social que debemos mantener siempre presentes: todo lo que ocurre tiene una explicación racional [...] y, en segundo lugar, podemos ser los dueños de nuestro destino. [...]

Los cisnes negros existen, pero explican muy poco en comparación con otras teorías de la organización social y del juego de intereses, incentivos e instituciones que ponemos en marcha a lo largo de la historia. Desde ese punto de vista, construimos nuestras crisis al igual que trabajamos en su solución dentro de los márgenes que nos delimita el mundo globalizado en el que hemos decidido vivir. [...]

Soy más partidario de buscar soluciones que culpables. Pero de nada valen algunas soluciones si no modificamos, a la vez, aquellas actitudes y comportamientos que nos han conducido a una situación, no deseada, de crisis. Y, con mucha frecuencia, estos cambios que alteran posiciones de privilegio para algunos sólo se pueden llevar a la práctica desde el carácter imperativo de la ley y las normas. Es decir, desde la acción del Estado que, en la medida en que sea democrático, tiene un alma más humana que la del mercado cuya finalidad es, sólo y exclusivamente, ganar dinero persiguiendo, con egoísmo, el interés propio.

La socialdemocracia moderna persigue tres objetivos alcanzables mediante una acción pública racional: libertad real para llevar adelante el proyecto de vida que cada uno decida, igualdad efectiva de oportunidades [...] y fraternidad entre quienes compartimos un proyecto constitucional con normas y procedimientos compatibles con distintas visiones sobre la vida, la religión o la moral. Remover los obstáculos sociales que impiden desarrollar ese proyecto y promover todas aquellas reformas institucionales que lo hagan posible [...] es un programa político, pero también moral. [...]

Estamos muy lejos de vivir en una sociedad perfecta. Ni tan siquiera, de hacerlo en una sociedad justa o, incluso, la menos mala de las posibles. Por eso, el impulso reformista debe desplazar al conformismo. [...] Las crisis demuestran con evidente contundencia que las cosas no están fijadas para siempre. Que es posible el cambio. La cuestión es decidir quién dirige ese cambio y hacia dónde.

¿Se podía imaginar alguien, hace muy pocos años, que en EEUU o en Gran Bretaña se iban a nacionalizar los grandes bancos? ¿Estaba el destino de China como potencia mundial escrito en los libros? ¿Conocemos todos los cambios económicos y sociales derivados del envejecimiento de la población en los países europeos? Las decisiones humanas configuran el mundo en que vivimos más de lo que, a menudo, nos gusta reconocer. Y ello nos lleva de manera inmediata a otra pregunta: ¿Quién y cómo se decide?

Es obvio que [...] hemos construido un mundo con profundas relaciones económicas de ámbito mundial. Relaciones desequilibradas en las que la libertad de movimientos de capitales es casi total, la de mercancías y servicios bastante elevada, mientras que la libertad de circulación de trabajadores está fuertemente limitada. En esas condiciones, con ausencia de mecanismos eficaces de gobernanza internacional de los mercados, se ha producido la actual crisis financiera internacional que ha golpeado también a España, disparando sus propios factores diferenciales que han agudizado los efectos y ralentizado la salida.

España llevaba varios años de bonanza económica asociada al ingreso en el euro [...]. Analizado con perspectiva y sabiendo lo que sabemos ahora, se puede defender que en esos años los sucesivos gobiernos -y los ha habido del PP y del PSOE- han ido ignorando los síntomas que reflejaban problemas de fondo en nuestra estructura económica y en las reglas de juego institucionales: pérdida paulatina de competitividad y excesiva dependencia del ladrillo como motor de la creación de empleo y de los superávit presupuestarios. Han sido años de satisfacción por los datos, pero de ausencia de reformas estructurales. [...]

Ahora estamos a punto. Después de dos años con caídas del PIB, siete trimestres de crecimiento negativo, más de dos millones de parados adicionales y un déficit público que supera el 10% del PIB, es inaplazable hacer algo que nos permita salir de la recesión con un modelo de crecimiento suficiente y sostenible. Y para ello, el método del pacto institucional es imprescindible. [...]

No es la hora de abundar en lo que nos separa, sino de confluir en lo que nos une. Necesitamos acuerdos que están más allá de la izquierda y de la derecha. [...] Y acuerdos que deben incluir complicidades explícitas con la sociedad civil, los empresarios y los trabajadores para los que debemos articular mecanismos de participación novedosos que ayuden a modernizar, también, nuestras anquilosadas estructuras democráticas.

Este espíritu es el que nos hizo grandes en la transición política y económica que experimentó España a partir de 1975. Pasados 30 años, debemos volver a él porque de nuevo confluye una profunda crisis económica, con algunos síntomas evidentes de agotamiento parcial en el modelo político puesto en pie entonces. Hacen falta reformas económicas (innovación, ley presupuestaria, administración, mercado laboral, etc.) y reformas políticas (educación, justicia, federalización del Estado autonómico, ley electoral, etc). Estamos a punto para dar un nuevo salto cualitativo como país, si somos capaces de recuperar la lógica del interés general. [...]

De que lo hagamos o no dependerá en buena parte por dónde transcurra nuestro futuro inmediato poscrisis. Por ello, está en nuestras manos. También en la suya. Y es mejor que así sea y así lo asumamos, porque lo contrario es que lo depositemos en manos impersonales que persiguen otros objetivos y a las que llamamos mercado. [...] La verdad, puestos a elegir, prefiero que sean los ciudadanos, que se expresan mediante la política democrática y el Estado, quienes decidan nuestro futuro ahora que estamos a punto.

¿…O un mercado libre para frenar al Estado?, de Lorenzo Bernaldo de Quirós en Mercados de El Mundo

En marzo de 2012, la economía española estaba al borde del colapso. La recesión del bienio 2009-2010 se vio seguida por un periodo de débil crecimiento, inferior al 1,5%, e insuficiente para crear puestos de trabajo. En esos momentos, el paro afectaba a más de cinco millones de españoles. El déficit público se había estancado en el 11% del Producto Interior Bruto (PIB) y la ratio deuda/PIB se acercaba al 100%. Las dudas sobre la solvencia del Reino de España se habían disparado y el crédito al país se había recortado de modo sustancial. Casi la mitad de las cajas de ahorros habían sido intervenidas con un coste exorbitante para las depauperadas arcas del Estado. Desde el inicio de la recesión, las familias habían perdido la mitad de su riqueza financiera e inmobiliaria. En el denominado invierno del descontento (2011-2012), a pesar del volumen de fondos recibidos del Gobierno durante el segundo mandato socialista, los sindicatos no pudieron parar una huelga general convocada de manera espontánea a través de internet y una masa ingente de miembros de las clases medias protagonizaron una cacelorada histórica por el madrileño Paseo de la Castellana. Era la expresión de la desesperanza y también una moción de censura al socialismo reinante».

Y después de esa foto de economía-ficción, qué hacer…

Ninguna ley inexorable, ninguna enfermedad crónica, ninguna maldición condena a España a la decadencia económica. El país ha mostrado en otras ocasiones una extraordinaria capacidad de reacción si se le dota de un marco de condiciones adecuado para crecer, crear riqueza y empleo.

Sin duda, la situación es delicada y la crisis profunda y duradera, pero quizá sirva para extraer de ella una importante y, tal vez, perdurable lección: los gobiernos han de ser humildes. Su capacidad de controlar la economía es limitada y, en la mayoría de las ocasiones, el intento de hacerlo resulta dañino.

El país necesita una política menos ambiciosa que redefina con mayor modestia la misión de los poderes públicos en una economía moderna: prevenir y eliminar la emergencia de circunstancias lesivas para el crecimiento de la economía, de las cuales una de las peores es la existencia de un abultado endeudamiento del sector público.

Si se acepta este a priori, el equilibrio presupuestario ha de ser restaurado como el principio regulador básico de las finanzas públicas para establecer un entorno de estabilidad macroeconómica dentro del cual las familias y las empresas planifiquen su futuro, tomen sus decisiones de trabajo, de ahorro y de inversión sin que éstas se vean alteradas por decisiones discrecionales del Gobierno.

Por su parte, corresponde a las políticas de oferta o microeconómicas, como la reforma impositiva, la laboral o la apertura de los mercados a la competencia, proporcionar los incentivos adecuados para estimular la asunción de riesgos, la innovación, la creatividad, la generación de crecimiento, riqueza y empleo.

Se trata de aplicar el mayor grado de libertad económica posible dentro de un marco de firme disciplina financiera, y si bien éste no es el lugar para formular un detallado programa económico, sí conviene señalar que la economía española necesita una profunda terapia liberalizadora y un fortalecimiento institucional. Precisa un Estado fuerte pero con funciones limitadas.

La agenda política de la izquierda española refleja un pesimismo radical sobre las posibilidades de España, sobre la capacidad de los individuos, de las familias y de las empresas de ser los motores del desarrollo y de la modernización de su economía, cuando la experiencia muestra todo lo contrario: la vigorosa reacción de las fuerzas productivas cuando se les concede libertad.

El dirigismo e intervencionismo del socialismo celtíbero son una expresión clásica de paternalismo y extienden un certificado de minoría de edad a los ciudadanos de este país que, sin la tutela del Estado, no serían capaces de conseguir sus objetivos ni responsabilizarse de su propia vida. Para protegernos de nosotros mismos necesitamos, de la cuna a la tumba, la asistencia y los cuidados de unos déspotas benevolentes. Eso no es así.

Desde amplios sectores de la opinión, incluidos muchos de quienes campan en los terrenos del centro-derecha, se considera que la española es una sociedad de izquierda o de centro-izquierda sin posibilidades de redención.

Esto convierte en políticamente inviable cualquier tipo de alternativa que desafíe de manera frontal sus graníticos principios ideológicos o se atreva a cuestionarlos.

En este sentido, si la derecha, el centro-derecha, el centro-reformista o cualquiera de las terminologías utilizadas para designar al partido de los no colectivistas, aspira a gobernar, sus aspiraciones han de limitarse a ser un gestor competente del vigente modelo socialdemócrata. Con independencia de la veracidad de esta tesis, cuya discusión sería interminable y poco fructífera, es importante realizar un comentario.

Aunque disguste a muchos intelectuales y académicos, los cambios de opinión suelen ser producto de la experiencia más que de la teoría o de la filosofía. Casi siempre han sido las crisis las que los han provocado, unas veces para bien y otras para mal.

En estas circunstancias, por resignación o por convicción, la mayoría de los ciudadanos están dispuestos a aceptar o apoyar programas inimaginables y los partidos se ven forzados a poner en marcha medidas que ni soñaban sus más ardientes defensores ni consideraban con posibilidades de aplicación sus detractores.

El hundimiento registrado por la economía española desde 2008 y el fracaso del social-keynesianismo en reactivarla abren una oportunidad de oro para aplicar un programa consistente de reformismo liberal. Ésta es la consecuencia de una crisis agudizada y prolongada por una continua sucesión de estrepitosos fallos de Estado. (Reggio's)

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