El presidente Zapatero tuvo una ocurrencia el verano pasado. La persona ideal para recuperar la Comunidad de Madrid era Trinidad Jiménez, su ministra de Sanidad, zapaterista convicta y confesa. Así es que concedió una audiencia a Tomás Gómez para comunicarle su decisión. Gómez, poco conocido por entonces de la opinión pública, tuvo la desfachatez de no plegarse dócilmente a las enseñanzas zapaterescas y le dijo al presidente dadivoso en su palacio de la Moncloa que no estaba de acuerdo con la elección a dedo de la paniaguada presidencial y que debían decidir los militantes del partido.
“Este Gómez se va a enterar de lo que vale un peine”, dijo Zapatero a su entorno y ordenó que el entero aparato de Ferraz se volcara en contra del amotinado y en favor de Trinidad Jiménez, la cual no quemó la nave de Sanidad sino que se mantuvo en el ministerio, no fuera a ser que los militantes del PSOE hicieran una pirueta a Zapatero. “Vas a ganar con un 90% de los votos”, dicen que el presidente aseguró a su ministra.
Pues no. Al presidente le quedan ya pocas ocasiones de equivocarse pero no desperdicia una. Los socialistas madrileños no le han dicho que no a la pobre Trinidad Jiménez. Le han dicho que no a Zapatero, hartos de las ocurrencias, los despropósitos y las contradicciones del faro de la Alianza de las Civilizaciones. Por mucho que el presidente, tras tirar la piedra haya escondido la mano, por mucho que se convierta en avestruz en su madriguera monclovita, todo el mundo sabe que en las elecciones del domingo sólo hubo un perdedor: José Luis Rodríguez Zapatero, humillado y vejado por los socialistas madrileños. (El Imparcial)
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