CARLOS DÁVILA Y EL ENTIERRO DE MONTESQUIEU.
Cuando publiqué Los mitos de la guerra civil, que acabó de echar por tierra la falsificación, tan radical como en el fondo idiota –porque no se puede calificar de otro modo que de idiota la tesis de que el Frente Popular defendió la democracia-- que desde la transición nos ha servido la izquierda con la aquiescencia de una derecha envilecida, Carlos Dávila me llevó a su programa en TV2 El tercer grado.
Así, por primera vez en muchos años un público amplio pudo comprobar la inconsistencia y falsificación deliberada de la historia por intelectuales y políticos apesebrados, la mayoría de los cuales, para más INRI, procedían del régimen franquista o habían hecho en él carreras políticas o administrativas muy sustanciosas. Increíble, si se piensa un poco. Y prueba de una corrupción intelectual que se extiende a los órdenes económico y sexual (generalmente va todo mezclado).
Pues bien, la reacción de la progresía fue, salvando las distancias, muy similar a la del caso Solzhenitsin, y algunos de los más radicales fueron precisamente derechistas como el democristiano Javier Tusell, escandalizadísimos de que en la televisión pudieran presentarse tesis distintas de las suyas. Llevaban muchos años todos ellos dominando los medios de masas, y no podían digerir que se hubiera abierto aquel espacio de libertad para decir cosas que ellos nunca pudieron luego rebatir. El hipócrita Gabilondo fulminaba sus rayos, y así muchos otros. El Chafardero Indomable, alias El País, me negó el derecho de réplica a las sandeces que en él publicaban sus paniaguados. Todo sin un solo dato, sin un solo argumento racional, entre poses de indignación, chillidos emocionales y acusaciones a los responsables de tal desafuero, a Dávila en primer lugar. “El entrevistador, yo, qué quieren que les diga, soportó la más feroz campaña que se haya urdido nunca. El más atrevido llegó incluso a solicitar ¡mi extrañamiento!” (C. Dávila, Toda una época, p. 324). Una delegación de UGT y no sé si también de CCOO fue a las Cortes a solicitar no sé qué medidas de castigo, para que no se repitiese un atentado semejante a sus chorradas ideológicas, pues realmente no pasan del nivel de chorradas, y hoy lo sabemos bien. Así las gastan estas mafias autodenominadas progresistas.
Ahora, Dávila se encuentra sometido a una nueva campaña, esta vez judicial. Un juez le pide un millón de euros de fianza por una información sobre el posible uso ocasional de cocaína por Marichalar. La información puede no ser cierta; o sí, porque es sabido que el consumo ocasional y menos ocasional de cocaína está muy extendido en España, creo que nuestro país es uno de los primeros consumidores del mundo, desde muchas discotecas a las fiestas de la llamada “alta sociedad”. Además, el consumo no es delito, según tengo entendido, sino solo el tráfico. Por consiguiente, se trata, en el caso de ser falso, de un delito de menor enjundia por parte de Época. ¿Cómo, entonces, se le impone una fianza tan desmesurada, un acto que posiblemente sea por sí mismo una prevaricación? La única explicación posible es que se trata, no de hacer justicia, sino de escarmentar y silenciar una voz que resulta muy incómoda al poder. A un poder que pisotea la Constitución y colabora con los terroristas, no lo olvidemos, porque todo va junto.
Las fechorías de estos politicastros no tienen fin, y uno de sus objetivos cruciales ha sido la liquidación de la independencia judicial, como anunciaron con desvergüenza ya desde los tiempos de Alfonso Guerra. El resultado es que hoy no existe seguridad jurídica en España y que la Justicia es una de las instituciones menos apreciadas por la población, aunque, de vez en cuando, algunos jueces cumplen con su deber, como en el caso del siniestro Garzón.
Contra tales desmanes es precisa la solidaridad de los buenos, generalmente demasiado pasivos. La progresía invoca mucho la palabra solidaridad, pero conviene saber con quiénes se solidariza: por lo común, con los delincuentes, los terroristas y las dictaduras tercermundistas. Es preciso dignificar el vocablo. (Pio Moa).
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