viernes, 18 de febrero de 2011

HORACIO VÁZQUEZ RIAL


María Teresa Cortés entrevista a Horacio Vázquez Rial.

«UN ESCRITOR NO ESTÁ JAMÁS AL MARGEN DE NADA»

M.T.G.C.: ¿Hasta qué punto consideras que la creación literaria libera o esclaviza, tanto al autor como a los lectores?

H.V.R.: El acto de escribir es siempre liberador, como también lo es la lectura. Hablo, por supuesto, de escribir la verdad, o lo que uno cree la verdad. Porque hay tantas escrituras como personas, y la mayor parte de lo que se escribe tiene poco que ver con la verdad, es pura escritura política, de partido en un sentido amplio. Esa escritura no libera, es generada para esclavizar a un determinado lector potencial.

Pero cuando la escritura es catártica, cuando es pura búsqueda de verdad, sea en una novela, en un poema, en un estudio histórico o filosófico, o en un discurso, libera, repara, pone orden en lo real, y hasta cura, el alma y el cuerpo. ¿Dónde está el límite entre la escritura de la verdad y la escritura política? Es algo difícil de establecer.

Theodore Sorensen y Arthur Schlesinger escribieron la mayor parte de los discursos de John F. Kennedy. Eran los habitantes del Ala Oeste en la época. Sorensen es el autor de dos de las frases más célebres de Kennedy: “Soy un berlinés” y “No se pregunten qué puede hacer su país por ustedes, sino qué pueden hacer ustedes por su país”. La suya era, pues, escritura política, pero era también escritura de la verdad. A Lincoln, nadie le escribía los discursos, pero la Oración de Gettysburg y otros textos suyos, políticos en origen, han pasado a la historia de la literatura moral. Churchill era un inmenso escritor, y nadie puede borrar de la historia de la literatura y de la cultura al político por excelencia, Maquiavelo. Ni al padre Suárez, ni a Juan de Mariana.

Pienso que hay una escritura política de la verdad, tan pasional y catártica como la más radicalmente individual en lo sentimental y en lo intelectual. El gran modelo en este sentido es el verdadero padre fundador del género confesional, San Agustín, tan “moderno” en 401, año de su gran libro, como Platón o Cervantes. Y no tengo la menor duda de que Agustín se liberó escribiendo, y liberó a muchos lectores hasta hoy mismo.

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Horacio Vázquer Rial es autor de muchas novelas de gran éxito pero, seguramente, el libro que más repercusión ha tenido es 'La izquierda reaccionaria'. Me refiero a la repercusión política.



El 11 de septiembre de 2001 sabía ya, por ejemplo, que la izquierda tradicional, fuese comunista, socialista o socialdemócrata, era antisemita, explícita o implícitamente, de forma consciente o inconsciente, pero ignoraba hasta qué punto. Sabía que esa izquierda no se había hecho cargo de problemas como la inmigración, el funcionamiento democrático o las relaciones entre países, asuntos en los que había salido al paso con respuestas tan ridículas como inadecuadas, del tipo del multiculturalismo, la política de masas o el pérfido imperialismo, cuando no con alianzas perversas con gobiernos de países expulsores de emigrantes como Cuba o Marruecos, pero no conseguía distinguir con claridad, o me negaba a ello por oscuras razones afectivas, que esas respuestas eran producto de un odio a Occidente –a la cultura de la que nació el pensamiento progresista, a la cultura de la Ilustración y la razón, y a las sociedades abiertas en las que prosperó– rayano en lo patológico y, desde luego, profundamente irracional. Sabía, en suma, que la izquierda había devenido reaccionaria, pero desconocía la medida real de su reaccionarismo. Pero entre el 11 y el 20 de septiembre de 2001, aproximadamente, esta se definió con toda precisión

La izquierda reaccionaria (2003)


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