¡NO TENGÁIS MIEDO!
SON palabras cristianas milenarias. Sin embargo, es precisamente en el mundo marcado por sus raíces cristianas en el que más cae en olvido esta bendita consigna. Somos, lo que se ha dado en llamar Occidente, la parte de la humanidad mejor tratada en la historia. Toda la humanidad ansía vivir como nosotros. Si hay rincones del globo que no tienen pulsiones migratorias hacia el mundo occidental es porque gozan ya de sociedades inspiradas en las nuestras. Y, sin embargo, también es la sociedad occidental, la más próspera, eficaz y compasiva que jamás ha existido, la que con más facilidad cae en el desánimo y la zozobra. En miedos siempre egoístas. Lo vemos ahora en las reacciones ante el terremoto político, geopolítico, moral y cultural que sacude Oriente Medio y el norte de África y que, sin duda, cambiará el mundo. Se critica a los líderes occidentales por su complicidad con las satrapías árabes. Pero parece que es nuestra sociedad la que está angustiada por la caída de los regímenes que aplastaban a sus pueblos. La mayoría se sentía al parecer más cómoda —y se creía más segura— con la certeza de que cientos de millones vivieran sin libertad ni derechos, enjaulados por minorías a las que, a cambio, tratábamos con benevolencia pese a su desprecio a todas nuestras reglas morales.
La forma más fácil de conciliarse con la nueva situación es tomar conciencia de que es inevitable. Que las dictaduras, tal como las conocemos, pertenecerán pronto al pasado. Lamentarlo es, además de moralmente cuestionable, un inútil ejercicio de melancolía. Sin duda, debemos estar alerta ante los muchos peligros posibles. Pero estamos ante la demostración más palmaria de que la historia no está predeterminada. El futuro está abierto, para lo bueno y lo malo. Los jóvenes árabes demuestran que no estaba escrito que tengan que vivir como las generaciones anteriores bajo un poder absoluto.
Nosotros no debemos caer en el fatalismo de sus mayores. Y creer que necesariamente acabarán en manos del fanatismo islamista. Puede ser, pero no tiene por qué. Lo sucedido sugiere que más bien podría ocurrir lo contrario. Y que el islamismo fundamentalista sea la segunda víctima de esta insurrección, en esencia emancipadora. La hacen generaciones jóvenes que tienen muy presente el trágico destino de Irán bajo los ayatollahs, un factor disuasorio de toda aventura islamista. Hay razones para pensar que el régimen iraní también irá pronto al basurero de la historia. Como las dictaduras laicas y las monarquías teocráticas. Comparte esta opinión Simón Peres, presidente de Israel y uno de los pocos sabios activos en la política mundial.
Tuve el privilegio de verlo en Madrid esta semana, en casa de nuestro común amigo Mauricio Hatchuell. Y se mostró muy esperanzado. Si este judío que ha vivido siete guerras en Israel no tiene miedo, no debiéramos tenerlo nosotros. Su esperanza se basa en esos jóvenes que se juegan la vida por su derecho a vivir como nosotros. Su modelo no está en Teherán, sino en Washington, en Estambul o en Berlín.
En 1979 fue Juan Pablo II quien desató, en su primera visita papal a Polonia, el terremoto emancipador en Europa Oriental. Dos llamamientos hizo: «No tengáis miedo» y «no resigneis». Diez años más tarde caían una a una las dictaduras comunistas. Y pese a todos los temores y dificultades, ninguno de esos pueblos añora la opresión. En Iberoamérica sucedió otro tanto. Sólo queda la miseria cubana como triste recuerdo del pasado. Las nuevas generaciones árabes han aceptado el reto. Obedecen, sin saberlo, a aquellas consignas de Wojtila. Ni tienen miedo ni se resignan. Debemos hacer otro tanto. El miedo es inútil. Hermann Tertsch/ABC)
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