PLAN C DE CENSURA.
Pocas cosas añora tanto la izquierda como esa época dorada en la que supuestas limitaciones técnicas, una aplastante soberbia normativa y su habitual desparpajo intelectual le otorgaban un control casi absoluto de los medios de comunicación.
Combinado con la hegemonía universitaria y con el apoyo del complejo artístico-intelectual no resulta extraño que el PSOE gobernara, lo raro es que dejara en algún momento de gobernar.
No es que la cosa haya mejorado mucho pero durante los últimos años los avances tecnológicos han logrado crear finas grietas de libertad en el grueso muro del progresismo. Cuando sólo había cinco cadenas de televisión era fácil lograr que todas y cada una de ellas suministrara socialismo torrefacto con sutiles variaciones aromáticas.
Hoy, la televisión digital ha hecho mucho más difícil organizar el corralito y cadenas como Intereconomía o Veo7 se han sumado al desplante intelectual que desde algunas cadenas de radio, señaladamente esRadio, desde ciertos periódicos y desde innumerables trincheras interneteras se realiza al socialismo rampante y, como dicen en mi tierra, rampioso.
Una situación de incipiente libertad con la que naturalmente pretende acabar la izquierda, no sea que arraigue. Echa de menos la "izquierda reaccionaria" como la llama Horacio Vázquez Rial aquella Arcadia feliz en la que Polanco emitía su Ukase el lunes, Cebrián y Pradera publicaban el editorial el martes, que repicaba Gabilondo el miércoles y abría el Telediario el jueves para devenir Decreto-Ley en el Consejo de Ministros del viernes.
Lo curioso es que la izquierda sigue manteniendo una superioridad descomunal. De controlar el 95% de cuanto se emitía ha pasado a controlar quizá el 90%. Inaceptable para quien no desea ser sacado de su sopor dogmático, ni mucho menos, de su Corte de Versalles. Lo que apetece la izquierda es un mundo en el que como reclamaba Auguste Comte el intelectual se sitúe en la cúspide política para poder mediante sus opiniones regular la sociedad. Una sociedad que asuma silente y agradecida el credo ideológico que aquel le envía por medio de periodistas de partido convertidos en mulas de consignas.
Y por eso cualquiera que expresa una opinión discrepante está haciendo algo más que discrepar, está atentando contra ese orden sagrado y debe ser tratado con la severidad y público descrédito reservado a los herejes. El último ejemplo es la campaña realizada contra Xavier Horcajo por un comentario sin gracia pero sin la menor trascendencia. La reacción histérica de la izquierda busca en primer lugar silenciar al disidente y después crear un ambiente que justifique futuras campañas, multas y eventuales cierres contra el medio que ose amparar opiniones discordantes.
Prueba de lo que digo es que esta misma semana Santiago Segura llamaba "cara de culo" a Leire Pajín en un acto al que asistía la misma ministra Sinde que organizó un intolerable boicot al Alcalde de Valladolid por palabras un orden de magnitud menos ofensivas (aunque, reconozcámoslo, también menos certeras) que las de Segura. Dado que atacar al actor no cumpliría objetivo político alguno la reacción a sus palabras ha sido nula.
Los socialistas, a un año de las elecciones, tienen en marcha un plan para "con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, avisar silencio o amenazar miedo" a todos aquellos periodistas y medios que no resulten obedientes al poder. Cubrir de cagadas de titiritera paloma a cualquiera que ose abandonar las pretísimas filas es el principio, detrás vienen los cambios de frecuencia, el hostigamiento mediante multas y revisiones de licencias y la amenaza de instaurar un Consejo Audiovisual en toda España. Con ello sueña Rubalcaba aquellas noches plácidas en las que no sueña con faisanes. Una larga lista de fechorías entre las que sobresale el Antenicidio debería recordarnos como las gasta el socialismo cuando le tocan las cosas de comer. (Humberto Vadillo/ld)
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