lunes, 7 de febrero de 2011

LA MARCHA DE LA DIGNIDAD






LA MARCHA DE LA DIGNIDAD.


A no dudar, esa nota a pie de página que está llamado a ocupar el presidente del Gobierno en la Historia de España dará para un par de líneas. En la primera debería glosarse su suprema hazaña como estadista: haber logrado resucitar los herrumbrosos odios cainitas tan caros a la añeja bilis negra peninsular que todos creíamos difunta. La otra apelará a la más sangrante de las muchas cesuras que su bisoña torpeza provocó en la sociedad. Me refiero, claro, a la entente con ETA y su inesperado corolario, la conversión de las víctimas del terrorismo en protagonistas activas del debate político. Una distorsión de papeles que jamás había acontecido bajo Gobierno alguno, igual con los socialistas que con los varios de la derecha.

Y es que a ningún gobernante anterior se le pasó siquiera por la cabeza incurrir en temeridad semejante. Al respecto, y consecuencia tan tardía como imprevista del proceso, la fase agónica del zapaterismo viene hoy lastrada por la hipoteca moral que contrajo durante aquellos días de infamia. Ocurre que en el tránsito final hacía la grapización, hacia la efectiva marginalidad, de la facción criminal del nacionalismo vasco, Zapatero ha logrado atarse de pies y manos con ineptitud digna de mejor causa. Así, la extrema virulencia del acoso contra las victimas durante la primera legislatura, que alcanzaría los tintes más rastreros entre los apéndices periodísticos del Poder, suscitaría, a la larga, un efecto no deseado.

A saber, empujados desde La Moncloa a bajar al foro público, los depositarios del dolor más íntimo han devenido en el genuino baluarte ético de los españoles, por encima de cualquier otra instancia. Casi tan clamoroso como el silencio de cierta prensa dizque conservadora en las vísperas, el éxito de la marcha del sábado pasado fue muestra, otra más, de que ya nada podrá maquinarse a espaldas de esas vidas rotas. Toda tentación, pues, de reincidir en las vías claudicantes, sea cooptando a Batasuna en las instituciones, fuera a través de amnistías encubiertas, chocaría de frente, ahora sí, con la opinión pública. Porque cualquier otro dispondría de margen maniobra, por magro que fuese, ante un eventual adiós a las armas. Cualquier otro, menos Zapatero. He ahí, perentoria, la factura a pagar por tanta miseria. (José García Domínguez/ld)

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