LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA
Cómo se construye la historia
Por Horacio Vázquez-Rial
Cito de memoria a María Elena Walsh, que ha muerto hace poco, para decir que la historia se construye como los poemas y como los nidos, con plumas caídas, ramitas, basuritas ofrecidas por el tiempo, la incuria municipal y el olvido de la mayoría: cosas que se van juntando para hacer un relato. |
Cuenta Herodoto que Tales de Mileto –sí, el del teorema– predijo un eclipse de sol en el año 585 a. C., y que el fenómeno tuvo lugar exactamente el día en que medos y lidios se aprestaban a librar una gran batalla. Tanto impresionó el hecho a los combatientes de los dos bandos, carentes de saber astronómico, que depusieron las armas y pactaron allí mismo una paz, provisoria, como todas, pero que salvó a los circunstantes de una espantosa carnicería. Tales podía predecir un eclipse, pero no podía, obviamente, fechar un acontecimiento así de acuerdo con ningún calendario posterior, juliano o gregoriano. Más tarde, una vez atada la historia de Occidente –y, por derivación, todas las demás– al día del nacimiento de Jesús –arbitrariamente establecido, porque el Jesús histórico nació probablemente en el año 6 de su propia era–, y fijada la regularidad de los eclipses, se vio qué había ocurrido con ellos en la época de los medos y se pudo establecer con toda exactitud que la batalla que no se libró fue un acontecimiento ocurrido el 28 de mayo de aquel año. Ello permitió, a su vez, tomando el día del eclipse como referencia, fechar hechos de antes y de después.
Por supuesto, ni medos, ni lidios ni griegos sabían que aquel día era el 28 de mayo de 585 a. C., porque no había mes de mayo, no había acuerdo sobre la duración del año y, desde luego, no podían conocer una temporalidad que no existió hasta que un concilio de una Iglesia que no existía en su tiempo, nacida en Judea y consolidada en Roma (que tampoco era Roma para aquellos medos y lidios, ni para los griegos), determinara volver a contar el tiempo con arreglo al nacimiento de un Mesías del que poco podían siquiera intuir, más o menos mil años después de aquel eclipse. La historia es un relato y, como tal, se divide en capítulos, no siempre estables.
Al decir que la batalla de medos y lidios no se libró el 28 de mayo de 585 a. C. no estamos cambiando el relato, sino haciendo inteligible su sentido; no variando su estructura, sino incluyéndolo en un lugar preciso del orden general. Una vez hecho esto, aunque las divisiones formales –que se mantienen, sobre todo con fines didácticos, durante siglos– cambien y dejemos de llamar Edad Media a una época que ya no está en medio, entre la Antigüedad y la Modernidad, cada hecho conservará su lugar en el tiempo.
En 1789, precisamente cuando se iniciaba la mayor operación conocida de reescritura de la historia, escribió Friedrich von Schlegel: "El historiador es un profeta que mira hacia atrás". Al narrar la Revolución Francesa, se suele decir que ocurrió el 14 de julio de aquel año. Al escoger la toma de la Bastilla como fecha de la revolución estamos ignorando voluntariamente que, en realidad, fue un proceso larguísimo –contando desde la convocatoria de los Estados Generales hasta la llegada al trono de Bonaparte, como mínimo–, que no llegó a realizarse por completo, cuyo núcleo ideológico pasó lentamente a formar parte de la vida del mundo –y no por entero–, al igual que la de su precedente, la Revolución Americana de 1776. La toma de la Bastilla, un acontecimiento condenado a formar parte de la mitología, más que de la historia, fue exagerada en su desarrollo y en sus consecuencias. En este caso, se trataba de contribuir no sólo a un determinado orden del relato, también a la propaganda de la causa, dando al pueblo, a los sans-culottes, un papel protagónico que en realidad no tuvo, porque los dirigentes no estaban haciendo historia, sino política: estaban administrando la historia como podían o querían. Al considerar todo esto, la frase de Schlegel cobra todo su sentido.
No es posible conocer una época sin abolir la noción de pueblo como entidad activa y consciente. Tales de Mileto es una figura de trascendencia indiscutible, capaz de predecir un eclipse hace 2.600 años, pero no es él quien marca su tiempo, sino los hombres que corrían despavoridos al ver desaparecer el sol, seguramente por obra de unos dioses que ya sólo recuerdan unos pocos. Tales es un héroe del saber, pero lo es hoy, porque sus contemporáneos en general lo desconocieron y sólo otros sabios le dieron un lugar.
El pueblo no participa conscientemente del hacer histórico. Apenas, en el mejor de los casos, de un cierto hacer político, guiado por minorías, vanguardias, élites. Stendhal, que sostenía que sólo a través de la novela es dable acceder a la verdad, inicia La cartuja de Parma con el regreso de la guerra del joven Fabrizio del Dongo, que viene de combatir en Waterloo. Fabrizio sabe únicamente que ha peleado en las inmediaciones de un pueblo llamado Waterloo, más o menos cercano a Bruselas, pero ignora la trascendencia de lo sucedido en ese sitio y hasta el sentido de la batalla. Es decir, ha vivido un hecho del que ahora sabemos que cambió la existencia de todos, pero sin saberlo, ni interesarse demasiado. Cuando Marx afirmaba que la historia la hacen las masas no se refería, como pretendieron posteriormente los marxistas, a los movimientos colectivos, sino a la suma de las acciones de los individuos, todos, que por lo general no se mueven más que por lo inmediato. De ahí su profundo desprecio por el proletariado –sólo comparable al que Tácito profesaba por el pueblo–, al que consideraba "suma de las alienaciones humanas". El pueblo es una creación de las élites –en 1789, la vanguardia revolucionaria de la burguesía– para mejor sostener sus aspiraciones propias con el aval general, convirtiendo la democracia en república y la república en maquinaria electoral.
Esto ha tenido consecuencias historiográficas en la posmodernidad, que han redundado en una concepción colectiva de sectores, etnias, culturas, grupos, como actores del devenir. De ahí surgió la historia de las mujeres, de los afroamericanos, de los pueblos originarios, de los homosexuales o de lo que venga a cuento político, estructuradas todas ellas de modo de librarse de la pesada carga de la historia, la "oscura historia de todo el mundo", en palabras de Braudel.
Tengo para mí que, al margen del cambio que sobrevenga –sobrevendrá– en la periodización de la historia, la construcción constante de la misma ha de continuar en el sentido de la acumulación de datos cada vez más precisos: plumas caídas, ramitas, basuritas ofrecidas por el tiempo, la incuria municipal y el olvido de la mayoría: cosas que se van juntando para hacer un relato. Todos los relatos. (IlustraciónLiberal).
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Otro articulazo de un escritor que, probablemente, echa chispas en el trato, pero que tiene un melón privilegiado. Nadie es perfecto.
No deje de leerlo.
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