jueves, 8 de septiembre de 2016

LA NUEVA DERECHA EUROPEA.






LA NUEVA DERECHA EUROPEA.
 
Durante el breve pero intenso tiempo que dedicamos a comentar las elecciones generales alemanas, los españoles no prestamos mucha atención a uno de los aspectos, desde mi modesto entender, más relevantes: la emergencia de una nueva fuerza política denominada Alternativa por Alemania.
 
Nacida del seno de la Unión Cristiano-Demócrata y con un catedrático de Economía al frente, Alternativa se distancia de su formación original por rechazar la viabilidad del euro y de la Eurozona como instrumentos adecuados para garantizar el progreso y bienestar de la sociedad alemana.

 No son euroescépticos en sentido literal –contrarios al proceso de integración europeo–, sino sólo en lo referente al euro, a la política monetaria y fiscal. Creen que se estableció prematura y artificiosamente, que se permitió el acceso a Estados cuyas economías no estaban preparadas para asumir los criterios de estabilidad aprobados y que su desarrollo hace inevitable un continuo sangrado de las cuentas públicas alemanas, desviando recursos hacia Estados meridionales que ven cómo, año a año, su deuda aumenta al tiempo que son incapaces de contener el déficit público.

El segundo pilar del programa de Alternativa es la inmigración, tema que inevitablemente lleva al debate sobre la identidad nacional, debate que comenzó hace años en ese país y que afecta tangencialmente a organizaciones políticas de derecha y de izquierda. Alternativa destaca por la claridad de su rechazo a la política vigente y por su exigencia de una normativa clara y una aplicación tajante.

Hemos escrito mucho sobre el hundimiento de los liberales, que han desempeñado un papel fundamental en la formación de mayorías desde la constitución de la República Federal de Alemania. Pero apenas hemos hecho referencia a que su fracaso reside en los votos que Alternativa le ha arrebatado. No estamos ante una formación populista, euroescéptica y más o menos de extrema derecha, como algunos han querido dar a entender, sino ante un partido que atrae voto elitista y con capacidad para ampliar sensiblemente su espectro político. Sacó tantos votos como el Partido Liberal, quedó a las puertas de entrar en el Parlamento y robó también unos 250.000 votos a los cristiano-demócratas.

La integración europea es un pilar central de la estrategia alemana al tiempo que la vía para superar dos guerras mundiales, el nazismo y la Shoá. Pero para un número creciente de alemanes esa opción, que ha sido tan positiva durante décadas, empieza a poner en peligro la viabilidad del Estado de Bienestar y la propia identidad alemana. Las próximas elecciones europeas, con distrito único por cada uno de los Estados miembros, puede deparar unos resultados aún mejores para esta formación.

La inviabilidad del modelo de Estado de Bienestar que hemos conocido, los problemas derivados de la integración de emigrantes, el estancamiento del proceso de construcción europeo y, en general, la crisis de valores que se enmarca en lo que hemos dado en llamar relativismo están en la base de una crisis del sistema de partidos políticos que sin duda caracteriza nuestro tiempo.

 Desde el dogmatismo de la corrección política, que trata de salvar un edificio en ruinas mediante el control de la opinión pública, se intenta deslegitimar estas nuevas formaciones como si todas ellas fueran una excrecencia populista, y no es así. Recogen un abanico ideológico tan amplio que no es posible reducirlo a un solo movimiento. En general podríamos hablar de dos vetas: una enraizada en viejos movimientos populistas o directamente fascistas y otra de carácter liberal-conservador.

Alternativa para Alemania pertenece al segundo grupo, como es el caso del Partido de la Independencia británico, escisión del Partido Conservador y que está teniendo un sorprendente éxito entre un electorado cansado de eternos e infructuosos debates sobre el papel del Reino Unido en la Unión Europea. 

La Europa hanseática y protestante está viviendo también la emergencia de formaciones de estas características, que empiezan a ser ya habituales en la formación de mayorías y Gobiernos y que suponen un interesante revulsivo para la adaptación y modernización del discurso político. Lo que está ocurriendo en la Europa central y meridional es otra historia, de la que ya tendremos tiempo para ocuparnos en otra ocasión.

(Florentino Portero/ld.)
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