ZY y el laboratorio de la crispación
El laboratorio socialista es eficaz, certero e implacable. Aprovechando el desierto informativo de las vacaciones, desparrama virus con gran fuerza de propagación mediática. El más reciente es el de la crispación, un clásico de efectividad contrastada por su carácter abstracto, adaptable a cualquier circunstancia, y por su propiedad de culpabilizar al adversario de un mal genérico, subjetivo y antipático.
Como subraya Ignacio Camacho en ABC, la crispación es un mantra de amplio espectro, un argumento de recurrencia versátil, una consigna todoterreno que hostiga al rival por partida doble haciéndolo víctima de su propia protesta.
La crispación riza el rizo de la estrategia provocadora y arrincona a la oposición en un papel pasivo al atribuirle las consecuencias del acoso que previamente ha sufrido.
Cuando el Gobierno ZP fracasa, cuando encalla en sus proyectos, cuando se frustran sus expectativas, cuando se atasca en sus designios, cuando la realidad se le rebela, cuando la gobernanza se le resiste, cuando el país se le encabrita, cuando el timón se le bloquea -o sea, a menudo, cada dos por tres-, los estrategas de la propaganda desempolvan a la crispación para evitar que la oposición rentabilice su falta de acierto. Para ello es menester un trabajo previo de acoso, incordio y aprieto, nada difícil cuando se dispone de los resortes del poder, la capacidad de dar órdenes a los fiscales, manejar a los sindicatos o utilizar la Policía como brigada de pretorianos.
En verano, además, tales maniobras pillan al oponente en la playa, descuidado de atenciones y relajado de guardia, y resulta sencillo picarle como medusas en el baño. Cuando sale del agua amoratado y escocido, se organiza un coro conjuntado de voces para acusarlo de crispador, de quejumbroso, de calimero y de alarmista.
Si un dirigente del PP se queja de haber escuchado por la radio el contenido de sus conversaciones telefónicas privadas, está crispando a la opinión pública.
Si otro denuncia que la vicepresidenta azuza a los fiscales como una jauría, es un ceñudo crispador obstruccionista de la justicia.
Si a alguno le parece un exceso gratuito que paseen esposados a sus colegas como en una escena de «La hoguera de las vanidades», actúa como un airado plañidero partidista.
La protesta es crispación, la disconformidad es crispación, la sospecha es crispación, la disidencia es crispación. Hasta la pregunta es crispación.
El nasty party: un partido antipático, irritado, aguafiestas, desapacible, furioso.
Lo que no crispa, al parecer, es el paro, ni la crisis, ni la quiebra social, ni la ruina económica. Y ciertamente es así: no hay más que ver el estado conformista, depresivo y resignado de la gente, ahora llamada con mayor solemnidad ciudadanía.
Cuando los problemas se convierten en costumbre ni siquiera provocan indignación; se pasa directamente al hábito de la amargura.
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