jueves, 27 de agosto de 2009

DIGNIDAD, LIBERTAD Y VELO.








DEBATE SOBRE EL VELO.

Albert Esplugas se remite en su blog a los argumentos que utiliza en su artículo publicado en Libertad Digital, Compitiendo contra el burka, en el que se opone a la prohibición de esta prenda en los espacios públicos, como réplica a los que expongo en Sin una ley sobre el velo, el velo será la Ley, referido al uso del velo islámico en los colegios públicos españoles.

La falta de rigor de tal extrapolación resulta evidente, por dos argumentos que sorprende que pase por alto un liberal. El primero, el caso del velo en la escuela, se refiere a menores de edad, en relación a los cuales el Estado tiene una mayor legitimación protectora; no hay liberal que niegue que los menores tienen una capacidad limitada de formar y expresar su voluntad. Y el segundo argumento, más evidente si cabe, es que cuando el Estado regula la vestimenta o el comportamiento de los alumnos en los colegios públicos no está actuando como poder coercitivo sino como titular de una red de establecimientos educativos. Sorprende que un liberal cuestione el derecho del titular de un centro a establecer las normas de conducta que han de imperar en el mismo.

El Estado tiene perfecto derecho a regular las normas de comportamiento de los alumnos en los colegios estatales y a proscribir el nudismo, la simbología nazi, las crestas multicolor o el velo islámico, con el objetivo de preservar un espacio regido por la igualdad entre los alumnos y la disciplina, y dedicado en exclusiva a la formación académica. A ello hay que añadir que difícilmente pueden alumnas tapadas con velo practicar las mismas actividades físicas que el resto de las niñas y que permitir el velo supone una desigualdad (fundamentada en unas creencias religiosas pero una desigualdad al fin), respecto a la norma que prohíbe a los alumnos ir con gorra a clase. Habrá que explicar qué tiene de liberal que las reglas de un centro sean distintas en función de las creencias religiosas de los padres de los alumnos.

Para Esplugas resulta simplista la tesis central de mi artículo sobre el velo, pero la experiencia corrobora que sin una prohibición acaba imperando una obligación de llevarlo: cuando se permitió, en el famoso caso de Fátima, que una niña hija de un islamista radical fuese a clase con velo, cediendo a la amenaza de no escolarizarla de su padre, la consecuencia fue que otras niñas musulmanas, que hasta entonces dejaban el velo al entrar en clase, empezaran a llevarlo. El velo en las escuelas no es una manifestación de la libertad religiosa, es un desafío político del islamismo hacia la igualdad de niñas y niños en los sistemas educativos occidentales.

Dejando de lado el velo de las niñas en los colegios, repasemos los argumentos de Esplugas contra la prohibición del "velo integral" (burka afgano, niqab, etc.) en los espacios públicos. Al tratarse de mujeres adultas, la argumentación a favor de la prohibición desde una óptica liberal puede parecer un desafío. No lo es tanto. El argumento central de Esplugas contra la prohibición consiste en defender la esfera de libertad individual de la mujer musulmana, siendo ésta una ciudadana mayor de edad en un régimen que reconoce las libertades individuales, incluyendo la libertad de vestuario. No basta presumir, alega el autor, una supuesta falta de voluntad de dichas mujeres, una imposición de sus maridos o de sus familias, para que el Estado intervenga en el tipo de atuendos que utilizan. Si esa presión es una mera influencia, parece insuficiente para anular la voluntad de la mujer que quiere llevar el burka. Si, por el contrario, afirmamos que se trata de una imposición, de una verdadera coacción, estaríamos ante lo que ya se tipifica como delito y no habría que prohibir el burka sino perseguir a los coaccionadores.

Comparto plenamente estos argumentos. Añado que, además, en los casos que hemos conocido públicamente, sí se trasluce que estamos ante una voluntad explícita de estas mujeres y no ante una imposición que les resulte irresistible por falta de medios económicos o de "papeles". Es perfectamente posible que sea la propia mujer la que profesa el fundamentalismo islámico y utilice el burka como manifestación de una identidad cultural antioccidental, como el caso de la profesora británica que se negaba a dar clase sin niqab o el caso del "kurkini", cuya histérica portadora ha tardado minutos en montar todo el escándalo del que ha sido capaz.

Ahora bien, rechazando la presunción de que estas mujeres son obligadas a portar el burka, una cosa es el derecho a vestir libremente de estas mujeres y otra cosa bien distinta son las reglas que la sociedad tiene derecho a establecer en los espacios públicos: las calles, las piscinas públicas y las escuelas. Porque de la misma forma que yo puedo tener derecho a tener en mi propiedad una bandera nazi, la sociedad tiene derecho a prohibir su exhibición en público. Incluso en el supuesto de que fuese un judío o un homosexual quien exhibiese una cruz gamada, no es su protección lo que nos lleva a prohibirlo, sino el deseo de la sociedad de no ser agredida moralmente en los espacios públicos. Lo mismo sucede con el nudismo o con las pancartas proetarras.

La utilización de estos "velos integrales" es un símbolo político. El burka, sea una imposición o una elección de las mujeres que lo usan en Europa, representa el integrismo islámico y la esclavización de la mujer que rigen allí donde ese velo integral es la regla. Allí donde se ha impuesto el velo integral, se han promulgado las más represivas penas contra las mujeres que se atrevan a salir a la calle solas o sin tapar. Es esa opresión, y no la de la mujer que individualmente (y por las razones que sean) lleva el burka, la que quiere impedir Francia en sus espacios públicos. Y tiene derecho a ello.

Desligar el burka de la situación de la mujer allí donde se utiliza no tiene nada de liberal sino que, al contrario, supone utilizar las libertades conquistadas por Occidente como coartada cultural o religiosa de la opresión de la mujer y del odio a Occidente. En la Revolución islámica de Irán el velo comenzó siendo un símbolo de rebelión que utilizaban las jóvenes contra el poder y ha acabado siendo la coartada de latigazos y penas de prisión. En Afganistán, el burka sigue siendo una imposición que la Ley no ha podido impedir y seguirá siéndolo si no se prohíbe su uso con el fin de "destalibanizar" Afganistán como se "desnazificó" Alemania o como se intenta liberar al País Vasco de la opresión que ETA y su entorno ejercen sobre los individuos. Ninguna de las tres situaciones son opresiones estatalistas contra el individuo sino intentos de garantizar la libertad individual en culturas opresivas.

Basta ver la reacción del islamismo cuando Europa cuestiona la proliferación del velo para darse cuenta de que no estamos ante un problema de vestimenta o de culto, sino ante una ideología de dominación. Sin ir más lejos, las palabras de Sarkozy afirmando que "el burka no es bienvenido en el territorio de la República francesa" conllevaron, de inmediato, una amenaza terrorista de Al Qaeda a Francia. Y, años antes, todo el escándalo que se montó en Francia cuando se prohibió el velo en la escuela fue organizado no por niñas deseosas de expresarse culturalmente en las escuelas sino por los imanes que pretendían usar el velo de las niñas como barrera a la integración. ¿Qué más necesitamos para darnos cuenta de que cada burka en Occidente es una victoria del islamismo y no un ejercicio de libertad individual?

Temo no compartir tampoco el optimismo de Esplugas sobre el triunfo gradual de los valores occidentales en el mundo, su segundo argumento. Sí, el mundo se moderniza, pero no se occidentaliza. Desde los años 90, el islamismo no ha hecho sino aumentar en todo el mundo árabe. En la práctica totalidad de países musulmanes donde ha habido elecciones, han ganado grupos islamistas más opuestos a Occidente y con una interpretación más radical de la Ley islámica que los gobernantes anteriores. Los regímenes árabes con mayor crecimiento económico no hacen sino ceder cada vez más poder al integrismo que nace de las calles, con el fin de apaciguarlo. El velo se ha convertido en un arma política de los integristas; incluso el conflicto nacional palestino se islamiza y, por primera vez, vemos en Gaza a las mujeres con burka en la playa bajo la amenaza de la Guardia islámica (Le Monde, 3 de agosto de 2009).

En sentido contrario, afirmo que sí existe una fuerte influencia del islamismo sobre Occidente que Albert Esplugas niega, no sobre los occidentales pero sí sobre los musulmanes que viven en Occidente. Pongamos por caso el Reino Unido. Puede afirmarse que los inmigrantes de origen musulmán que llegaron a Gran Bretaña hace varias décadas no presentaban ningún rasgo de integrismo islámico mientras que, hoy, las segundas y terceras generaciones de musulmanes se declaran cada vez más contrarias a Occidente y comprensivas con el terrorismo. Se pregunta el autor por qué quienes ponemos como modelo a Estados Unidos en otros asuntos no lo hacemos en relación a la inmigración. La respuesta es sencilla: en Estados Unidos sí existe una auténtica integración política de los inmigrantes en los valores americanos y, por tanto, no hay necesidad de plantear este debate. No existe el odio a América entre los musulmanes estadounidenses. El problema ha surgido en la Europa multicultural, y aquí los españoles podemos elegir entre dos modelos, el británico, que ha tratado de acoger la diversidad identitaria con base en las libertades individuales como propone Esplugas, o el intento de integración francés.

Es verdad que, como afirma Esplugas, en las afueras de París los jóvenes de origen inmigrante protagonizaron varias quemas de coches. Pero se olvida el autor de explicar que en el Reino Unido, que considera la integración un atentado a la libertad individual de los musulmanes, cuatro jóvenes británicos de origen islámico, nacidos y educados en este país, se inmolaron en metros y autobuses causando más de medio centenar de víctimas mortales. Procedían de familias inmigrantes musulmanas moderadas y fue en el Reino Unido donde se radicalizaron (new-born muslims).

En Francia vemos algún burka en los Champs-Élysées; en Londres hay barrios enteros que parecen salidos de la frontera entre Afganistán y Pakistán. En Francia no se han celebrado manifestaciones a favor de Al Qaeda; en el Reino Unido sí, y el 31% de los jóvenes musulmanes justifica los atentados terroristas del 7 de julio. En Francia no hay mezquitas saudíes; en el Reino Unido sí, y varias cámaras ocultas han descubierto la propaganda terrorista que se difunde en el interior de estos "templos". Que nos expliquen qué tiene de liberal el modelo británico y por qué debe el liberalismo defender la fragmentación cultural y el burka, que lleva implícito un apartheid, y no la universalidad de los valores que le dieron lugar.

Álvaro Vermoet Hidalgo es presidente de la Unión Democrática de Estudiantes, miembro del Claustro de la Universidad Autónoma de Madrid, consejero del Consejo Escolar del Estado y autor del blog Cien Mil Objeciones.

Nota: El autor autoriza a todo aquel que quiera hacerlo, incluidas las empresas de press-clipping, a reproducir este artículo, con la condición de que se cite a Libertad Digital como sitio original de publicación. Además, niega a la FAPE o cualquier otra entidad la autoridad para cobrar a las citadas compañías o cualquier otra persona o entidad por dichas reproducciones.

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¿COMPETENCIA CULTURAL O INTEGRACIÓN FORZOSA?





Álvaro Vermoet escribe una réplica a mi artículo Compitiendo contra el burka después de que hiciera un comentario crítico a su artículo en defensa de prohibir el velo islámico en la escuela pública.

Según Vermoet, mi crítica a la prohibición del velo omite dos cuestiones relevantes desde un punto de vista liberal: hablamos de menores de edad, sobre los cuales el Estado tiene potestad para dictar normas de comportamiento; y el Estado es el titular de las escuelas públicas, luego tiene derecho a establecer las normas que estime oportunas.

Ninguno de los dos argumentos me parecen coherentes con los principios liberales. En efecto hablamos de menores de edad, pero son los padres y no el Estado los que deben decidir sobre la educación de sus hijos. El Estado no tiene ningún derecho a interferir en tanto no se produzca maltrato o abuso, y hacer una excepción para determinados colectivos religiosos no sólo vulnera sus derechos sino que sienta un precedente que puede volverse en tu contra (como de hecho ocurre con asignaturas como Educación para la Ciudadanía). Es ingenuo pensar que el Estado va utilizar el poder que se le ha concedido en la dirección que uno personalmente desea.

No basta que alguien sea el titular de una propiedad para reconocer su derecho a establecer las normas, hace falta que sea titular legítimo. Si Pedro me roba el coche no tiene luego ningún derecho a llevarlo al desguace. El Estado, que usurpa a los padres el poder decisión en el ámbito educativo (y, vía impuestos, los medios económicos para tomarla), es la antítesis del propietario legítimo. La educación debería privatizarse y desregularse completamente, permitiendo que el mercado ofrezca una amplia variedad de modelos educativos. La competencia fomentaría la excelencia y presionaría los precios a la baja. Los padres, y no el Ministerio de Educación, decidirían lo que es mejor para sus hijos.

Este es el escenario ideal, extremo que quizás Vermoet no comparte. Pero no es el escenario actual, ¿qué normas de conducta deben regir en la enseñanza pública mientras ésta exista? Yo soy partidario de conceder autonomía a los padres dentro del sistema público: si se recluta a sus hijos, al menos que puedan elegir en la medida de lo posible. Si quieren que lleven un crucifijo o un velo por motivos religiosos, creo que es razonable permitirlo. El laicismo en la escuela no es neutro, también implica una imposición de valores (a saber, impone un ambiente no-religioso que los padres a lo mejor no desean). El argumento de Vermoet de que no puede cuestionarse el derecho del Estado a imponer normas de conducta va en contra de su defensa del derecho de los padres de elegir la lengua oficial en la que sus hijos deben estudiar. ¿Acaso no cuestiona que la Generalitat excluya el castellano de las aulas, aludiendo al derecho a elegir de los padres?

Lo mismo respecto a las calles y otros espacios públicos (que también privatizaría). Me inclino por la tolerancia de comportamientos pacíficos en espacios públicos, entre ellos vestir un burka. Por otro lado, tampoco hacen faltan leyes para prohibir el nudismo o los emblemas nazis, basta la costumbre (o el sentido del ridículo), que es lo que guía la mayoría de nuestros comportamientos. El código penal no prohíbe ir desnudo por la calle, y en Barcelona hubo asociaciones nudistas que incluso promocionaron ir por la vía pública sin ropa. Todavía no he visto a nadie paseando como vino al mundo.

Dicho esto, el burka y el nudismo no son equiparables. La razón por la que algunos quieren prohibir el nudismo (o el burkini en las piscinas públicas) es de tipo higiénico, o porque se considera de muy mal gusto, poco decoroso, etc. Dejando a un lado si este argumento justifica la prohibición del nudismo en la calle, las razones que se utilizan para defender la prohibición del burka suelen ser otras (pues vestir un burka es literalmente lo contrario que ir desnudo): opresión de la mujer por parte del marido, sumisión al Islam etc. Es decir, se pretende prohibir el burka por motivos paternalistas (para proteger a las mujeres de su propio adoctrinamiento y religiosidad, o porque se asume que están siendo coaccionadas, etc.).

Vermoet, no obstante, rechaza el argumento paternalista y defiende la prohibición de los velos integrales en base a su condición de "símbolo político". Pero no parece darse cuenta de que entonces entramos en el terreno de la libertad de expresión. Si es legítimo prohibir el burka porque "representa el integrismo islámico y la esclavización de las mujeres", ¿por qué no prohibimos las camisetas del Che, que representan la mayor tiranía que ha asolado la humanidad? Numerosos símbolos, propaganda y opiniones políticas tienen una influencia bastante más devastadora que el burka, pero obviamente no se prohíben porque sería una atentado contra la libertad de expresión.

Vermoet habla de "destalibanizar" Afganistán como se "desnazificó" Alemania, algo que Estados Unidos está lejos de conseguir después de ocho años de ocupación y que va a la raíz del problema: el burka es una manifestación externa de determinados valores, y no vas a cambiar esos valores arraigados prohibiendo sus manifestaciones externas. De hecho puede que tenga el efecto contrario, al percibir los afectados que se ataca su religión y su identidad. Alemania se "desnazificó" porque los alemanes mismos repudiaron esas ideas, no porque se prohibieran los símbolos nazis o se llevara a cabo una "reeducación forzosa".

Vermoet dibuja un cuadro bastante negro de la situación actual: fundamentalismo en auge en el mundo musulmán, radicalización de las minorías en Occidente. La no-integración de muchos musulmanes no es un problema baladí, y el fundamentalismo islámico es preeminente en varios países. Pero la realidad sigue siendo que los países musulmanes más retrógrados son también los más atrasados, y los más avanzados (Turquía, Jordania, los emiratos del Golfo) están muy influidos, en distinto grado, por nuestra cultura y son bastante más tolerantes y cosmopolitas. En Gaza puede que se vean mujeres con burka en la playa, pero en Dubai se puede llevar bikini. Creo que es obvio cuál de las dos regiones es la más pujante.

Como apuntaba en mi artículo anterior, la influencia de nuestros valores en Oriente Medio es tan intensa (a través del cine, la televisión, la música, la literatura, el deporte, la moda, los negocios) que los gobiernos se ven obligados a censurar los medios para que la sociedad no se "corrompa". En Occidente ni nos planteamos la censura en esos términos, porque los mensajes reaccionarios de Mahoma o el Corán no tienen ninguna acogida entre nosotros. Así es como se demuestra la superioridad de los valores occidentales.

Aún más difícil es aislarse del influjo de nuestra cultura si se trata de un musulmán viviendo en Occidente. En la medida en que sus hijos vayan a la escuela con otros niños nativos, tengan amigos de otras creencias religiosas, vayan al cine o a jugar al parque, vean la tele, se conecten a internet, lean la prensa, vayan a la universidad, trabajen en empresas o monten un negocio... nuestros valores harán mella. La intolerancia se cura interactuando con gente que piensa y actúa distinto. La guetización dificulta esa interacción, pero no creo que la mayoría de familias musulmanas puedan aislarse herméticamente con éxito aunque quieran, sobre todo en el caso de los más jóvenes. No en vano han inmigrando a Occidente con el fin de prosperar y eso normalmente implica ir a la universidad, participar en el mercado laboral o comerciar con gente diversa.

En mi crítica resaltaba el hecho curioso de que se tome como referencia el modelo de integración francés y no el de Estados Unidos, donde la prohibición del velo ni siquiera es debate. Al fin y al cabo Estados Unidos no padece los problemas de inmigración que tiene Francia, pese a tener una proporción mucho mayor de inmigrantes. Vermoet responde que en Estados Unidos sí hay integración política y los musulmanes no odian los valores del país, pero la razón por la que esto es así quizás hay que buscarla precisamente en la actitud americana más respetuosa con la diferencia. En Estados Unidos no tienes que renunciar a tu identidad o a tu cultura para ser considerado americano y, recíprocamente, considerarte americano. En Francia se exige una asimilación más fuerte si quieres ser considerado francés. La integración muchas veces requiere también de una actitud abierta o respetuosa por parte de la sociedad receptora. Sobre todo se trata de no fomentar estereotipos que alienen a los inmigrantes más susceptibles de dejarse influir, y de tenderles la mano o incluso encontrarse a mitad del puente si hace falta. Si perciben rechazo y hostilidad de entrada es probable que se autoexcluyan.

Vermoet habla del Reino Unidos y de Londres, ciudad en la que vivo. Tiene razón en que hay muchos guetos, mezquitas y una minoría radical, pero en general (y pese a los atentados terroristas de 2005) su modelo de integración funciona mejor que otros. Londres es un mosaico de culturas y nacionalidades conviviendo en casi perfecta armonía. No hay disturbios racistas, se puede pasear tranquilo por cualquier barrio (los ricos dejan sus Ferrari y sus Bentley aparcados en la calle, sin temor a que nadie los raye, robe o queme) y rebosa vitalidad, contrastando con un París envejecido y a ratos conflictivo. Londres es una ciudad internacional con conciencia de serlo. París es una ciudad francesa con inmigrantes. (Albert Esplugas)

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DIGNIDAD, LIBERTAD Y VELO.

Este tipo de debates dicen mucho a favor, no sólo de los autores de los artículos en cuestión, sino del periódico que las publica. En este caso, Libertad Digital. Que cada uno asuma sus propias responsabilidades y decida lo que le parece más justo a la luz de estas, y otras, opiniones.

Por supuesto, no es necesario adoptar, en este problema, una decisión exclusivamente moral, al margen de cualquier otra consideración. Algo así como la máxima de Kant: 'Fiat justitia, pereat mundus'. 'Hágase la justicia aunque perezca el mundo'. Puede haber, y las decisiones políticas (me refiero a decisiones políticas respetables) pueden tener unos gramos de pragmatismo. Y a veces es deseable que lo tengan. Depende del contexto, del tiempo y lugar y de muchas otras consideraciones.

El título del artículo de A. Esplugas me lleva a decir que plantea mal el problema, aunque su artículo es bueno e interesante. En el caso del velo islámico, no estamos en presencia de una competencia cultural que merezca ser tenida en cuenta. Si es que tenemos que llamarle 'competencia cultural'. Podríamos decir algo parecido de los cien latigazos que recibirá una mujer por haber bebido una cerveza. Por supuesto, no en la decadente sociedad occidental sino en Arabia Saudita, creo recordar. Los cien latigazos tampoco son una competencia cultural. Sajar el clítoris a las niñas, tampoco. ¿Por qué?

Porque las únicas competencias culturales que merecen este nombre son aquellas que no violan nuestras Constituciones democráticas, que no están (por definición) en contra de las exigencias de los Derechos Humanos. Este tipo de competencias culturales son buenas. Las otras, las que limitan o restringen la libertad y la dignidad de las personas, no lo son.

Alguien podría decir, 'Pero ellos no lo ven así'. Entonces entraríamos en un debate acerca del relativismo moral, en el que no voy a entrar. En mi blog he publicado artículos sobre esta cuestión. No discutiré que la libertad es mejor que la no libertad, que la democracia es mejor que el totalitarismo, que la igualdad jurídica entre hombres y mujeres es mejor que lo contrario. Etcétera.

Por tanto, no se trata de 'integración forzosa', como dice el título del articulo. En primer lugar, partimos de la base de que los nativos (sean españoles o australianos) no han llamado a los inmigrantes. Por el contrario, los emigrantes han salido de su tierra sin que les hayan llamado. ¿Qué significa esto? ¿Que tienen que cambiar su forma de vestir, de comer, de bailar, de relacionarse, de celebrar fiestas, etcétera? No, no es eso. Pero sí tienen la obligación de respetar los valores básicos que constituyen el fundamento jurídico, político y moral de la sociedad que les acoge. No sólo tienen derechos. También tienen deberes. Como los demás ciudadanos. Por cierto, aunque les hubiéramos llamado tendrían que respetar los valores constitucionales básicos.

El que no esté dispuesto a integrarse en estos aspectos básicos, se convierte en un 'mal ciudadano'. Quiere las ventajas pero no acepta lo que considera inconvenientes. Creo que se hace un flaco favor a la democracia y a la libertad, permitiendo conductas que violan estos valores básicos. Porque estas conductas atacan nuestras reglas básicas de convivencia. ¿No podemos y debemos defendernos? ¿Aceptarían ellos que fuésemos a su casa y nos comportásemos de forma que ellos considerasen grosera e inmoral?

Finalmente, si el velo islámico fuese solamente una forma de vestirse no produciría tanto debate, ni tantas emociones intensas. Es un elemento religioso, y esto es muy importante. El problema es que va ligado a la consideración de la mujer en los países islámicos. Y tal consideración no es de igualdad jurídica entre hombres y mujeres. Pero en las sociedades democráticas occidentales esta igualdad entre hombre y mujeres, no es negociable. Es una conquista irrenunciable a favor de la libertad y la dignidad de las mujeres. Porque los hombres no podemos ser verdaderamente libres y dignos, si las mujeres no lo son. Estamos en el mismo barco.


Sebastián Urbina.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Deberían prohibir también las faldas, los tacones, el maquillaje, los pendientes, etc. que suponen una forma diferente de vestir hombres y mujeres.

En las playas debería estar prohíbida la parte superior del bikini, que no llevan los hombres.