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miércoles, 5 de febrero de 2014
HAY QUE SER CARADURA
(Más de un tertuliano y más de dos han voceado que ETA está derrotada. Tengo muy mala opinión de esta gente. Si pudiera les enviaría a vivir allí.)
HAY QUE SER UN CARADURA PARA DECIR QUE ETA ESTÁ DERROTADA.
El concejal del PP en el municipio navarro de Echarri-Aranaz, Juan Antonio Extremera, ha contado en Es la Tarde cómo vive tras las amenazas recibidas por parte de grupos proetarras. La localidad está gobernada por Bildu y cuenta con un sólo concejal del Partido Popular.
Juan Antonio Extremera ha afirmado que no ve que "ETA esté derrotada" y que no ve "normalidad". Ha denunciado también que los proetarras están "muy subidos". El concejal del PP ha indicado que "donde gobierna Bildu el miedo ha aumentado" porque "sólo trabajan para los suyos, no condenan el terrorismo y apoyan asociaciones proindependencia".
Tras las amenazas recibidas el concejal popular, que se presentó voluntario, ha asegurado que mucha gente le ha pedido que abandone pero él ha explicado que "la gente que votó al PP merece que les representen y tengan su voz en el Ayuntamiento".
"Cuando estás en un sitio complicado como un feudo batasuno, no te quieres esperar las amenazas pero sabes que algún día puede pasar" ha añadido Juan Antonio Extremera en esRadio. El concejal del PP en este municipio navarro cree que esas coacciones vienen porque los proetarras "están cabreados" ya que él ha "defendido la libertad y denunciado lo que es apología del terrorismo".
(Es.radio.)
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Rubén Múgica es hijo del socialista Fernando Múgica, asesinado por ETA un 6 de febrero de 1996 de un tiro en la nuca en plena calle delante de su propio hijo José María. Dieciocho años después, este abogado víctima del terrorismo y afiliado de UPyD en Guipúzcoa le recuerda a través de esta emotiva carta que publica Periodista Digital:
Shalom, Fernando:
Hoy hace dieciocho años fuiste asesinado por ETA en San Sebastián. Te acecharon desde un portal, salieron a la acera tras tu paso y te dispararon a su manera: por la espalda. Días después hicieron pintadas en la casa familiar, escupieron a tu viuda por la calle y a tus tres hijos nos pusieron escolta policial.
Algunos llaman a eso conflicto, y los más pretenciosos hablan de conflicto irresuelto, o algo así de hueco. No fuiste el primero ni el último: muchos fueron asesinados antes, y muchos después.
Dispongo de pocas líneas, y sólo puedo mencionar a los heridos, a los amenazados, a los extorsionados, a los silenciados, a los que hubieron de marcharse, y a todos los que de mil maneras han padecido la persecución totalitaria de estos aldeanos embrutecidos alrededor del crimen y de la sangre.
Más de uno querrá partirme la cara por escribir así en San Sebastián, ahora que la mugre política y la manoseada corrección imponen el idioma de la paz, la convivencia, la normalización, la reconciliación, e incluso las pomposas sensibilidades; como si los pistoleros tuvieran alguna.
Trampas del lenguaje de cartón−piedra, empleado con fingida solemnidad por los que desviaban su mirada ante los cadáveres; los que nunca tuvieron que mirar a sus espaldas o los bajos de su coche, ni callar, ni bajar la voz, ni buscar compañías discretas a las que confiar sus opiniones.
Nunca nadie les ofendió, ni lo temieron, e incluso de algún crimen tuvieron noticia en la sidrería o al volver de la playa. En su indolencia sugieren que las víctimas del terrorismo somos un obstáculo para eso que llaman paz: paz por aquí, paz por allá, paz a todas horas, paz hasta en la sopa, paz vestida de fiesta con procesos, ponencias y foros. Ponen la guinda unos telepredicadores que suelen visitarnos desde lugares remotos, con amplias sonrisas y mayores bolsillos.
Para qué querrán tanta paz, me pregunto, si los muertos os limitabais a aguardar el turno de vuestro asesinato, ordenadamente y sin protestar; cada uno a su tiempo, cada uno en su lugar.
Los tuyos seguimos como hace dieciocho años: ni olvidamos ni perdonamos. Expresión de un pasado que no añoramos, que lanzamos al futuro para que la memoria permita siempre identificar y señalar a los criminales. Y desde la acera en que fuiste derribado, frente a los profetas de una paz de neón.
Lejaím, Fernando.
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