martes, 7 de julio de 2015

UN PLEBISCITO.


 (El autor nos dice lo que cualquier persona con un mínimo sentido común debería saber. Que ninguna consulta al pueblo puede decidir que sean los vecinos los que paguen nuestras deudas.


Sin embargo, he seguido- con esfuerzo- algunas tertulias y los tertulianos progresistas no lo entendían, o no lo querían entender. Hablaban todo el tiempo de dignidad y orgullo. Y de democracia. Para ellos, que los griegos quieran que los vecinos paguen sus facturas es democracia. Pero no les parecía bien que los vecinos votasen si querían seguir pagando al que no devuelve el dinero prestado. Esto ya no era democracia.


¿Son idiotas o, simplemente, hacen el idiota porque les gusta? No lo sé. Al menos, le ruego, que no trague sus estupideces. La política real no puede ni debe suponer que todos somos como Teresa de Calcuta. A la gente normal le gusta que le devuelvan el dinero prestado.


Que los 'buenismos' tan del gusto de lo progres no son exigibles a los demás. Si los progres quieren dar su dinero a los griegos, que lo hagan. Pero que no nos den la tabarra con su falso 'buenismo'.)









UN PLEBISCITO.
 
El señor, cuyo santuario está en Delfos, ni dice ni oculta, sino que da signos». Heráclito, que fue el primero en escribir en griego «filósofo», sabe cómo, tras su aparente sencillez, toda palabra es enigmática. Y es preciso descifrarla. O ser esclavo de ella. 

La palabra «referéndum» ha sido santo y seña para trocar la realidad griega en invisible. Y suplantarla por una pieza teatral de parvulario. «El pueblo es soberano» flamea sobre Atenas, como una de esas grandes banderas que, al restallar en el vacío, tanto conmocionan a quienes quieren ser conmocionados. El lema impone su devoción, como indignada evidencia que dice rechazar el frío análisis. Pero, en rigor, es «signo». De un engaño. ¿Es el pueblo soberano? Según. 

Según lo que hayamos hecho comparecer bajo la máscara de las palabras «pueblo» y «soberano». ¿Es soberana una comunidad de hombres para decretar la llegada de la lluvia o la sequía? Eso imagina la tribu que alza cánticos y danzas bajo la milagrera guía del brujo venerado. ¿Es soberana una comunidad nacional para decidir que sean sus vecinos quienes paguen las deudas que ella sola contrajo? Es lo que los danzantes de la tribu Syriza y los danzantes de la tribu neonazi Amanecer Dorado invocaban, unidos, este domingo pasado en Grecia. Siendo muy bondadoso, puede llamarse superstición a eso. Aunque hay nombres más feos. El pueblo es soberano, para configurar las determinaciones que están bajo su potestad: las leyes que codifican su potencia constituida. Sólo.

En rigor, un referéndum no tiene más función que la de ratificar –o no– la hipótesis previamente elaborada por las instituciones del Estado. En el caso que nos afecta, un referéndum popular en Grecia estaría capacitado para «refrendar», por ejemplo, la decisión que tomase un Gobierno griego de abandonar la UE: podría gustar o no, pero nada cabría oponer a ello. ¿Qué sucede, por el contrario, cuando aquello que se pregunta no está en la potestad de aquel a quien se le pregunta? Sucede que eso no es una pregunta. Ni la consulta es un referéndum. Plebiscito, si acaso: mecanismo al cual son de lo más adictas todas las dictaduras, y mediante el cual una pregunta fingida enmascara el llamamiento a la fusión sentimental con el gobernante, en cuya guía todos deben ceder, para su bien, cualquier voluntad propia. El plebiscito es así –y el siglo veinte está lleno de ejemplos que triunfaron– la vía real a la esclavitud.

No deberíamos engañarnos. Esas apelaciones a fundirse en uno con el jefe funcionan: llámese este Franco o Tsipras. El amor a la servidumbre es un maldito enigma de la mente humana. Ayer, los griegos ejercieron su derecho a ser siervos del populismo. Y de la ruina. Podían hacerlo. Pero no podían imponer que los ciudadanos europeos se avinieran a mantenerlos a ellos. Esto requeriría una consulta en toda la UE. Y me da que el resultado sería previsible. Grecia rechaza el euro. Vuelta al dracma.

«Referéndum», dicen ellos. Y ¿qué dicen? No dicen. Nada. Nada ocultan. Dan signos: todo es gratis, nadie paga.


(Gabriel Albiac/ABC)

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