(Si los políticos no están para resolver los grandes problemas que nos afectan ¿para qué están?
Hasta Comisiones Obreras se da cuenta- y lo dice- que necesitamos moderación. Lo que implica estabilidad. Lo que , a su vez, implica rechazar las aventuras.
¿Estarán a la altura o tendremos que maldecirlos?
¿Esto es la democracia o una pestilente partitocracia?)
Aquí el indecente, allí el miserable
Cuando
juegan tantos con tan pocas cartas, puede pasar de todo. Hasta que los
sindicatos llamen a la moderación para evitar que huya la inversión
extranjera, como hizo ayer mismo... ¡Comisiones Obreras!
(La Gaceta)
LO IMPORTANTE ES ODIAR.
(La Gaceta)
LO IMPORTANTE ES ODIAR.
Cada vez que alguien plantea la posibilidad de una Gran
Coalición entre PP y PSOE en vistas a la estabilidad política de la
nación, dudo entre echarme a reír o a llorar. ¡Pero, hombre, si esas
cosas aquí no pasan!. Son rarezas de extranjeros, de gente razonable que
tiene claras sus prioridades: en Alemania, socialdemócratas y
democristianos han sido capaces de gobernar juntos porque allí el que no
piensa como tú es un adversario político, mientras que aquí es un
enemigo a borrar de la faz de la tierra, un fascista de manual o un rojo
de mierda; un ser despreciable, en suma, al que odias profundamente y
al que, si no hubiera consecuencias, estrangularías con tus propias
manos.
Puede que en Alemania lo importante sea unir esfuerzos para salir de
la crisis económica, pero en España lo importante es odiar, ya que el
odio nos define, nos hace sentir mejores personas y nos da la vida. Si
en la bandera de Brasil figura la leyenda "Orden y progreso", en la
nuestra –rojigualda o tricolor, da igual- debería poner "Cuanto peor,
mejor".
Si la coalición entre las dos fuerzas más votadas no tendrá lugar es porque resulta la opción más razonable hasta para quienes no hemos votado ni a una ni a otra. ¿Pero quién quiere ser razonable en España? Aquí, la derecha y la izquierda siguen como en los años 30, cargadas de odio y resentimiento, y son como el protagonista de aquel chiste eslavo en el que a un pastor se le aparece un genio y le ofrece un deseo; tras mucho cavilar, el pastor clama: "¡Que se muera la cabra del vecino!".
A nuestros políticos les gusta ganar, claro, pero aún les gusta más que el enemigo pierda y, a ser posible, se autodestruya. Lo mismo les sucede a sus votantes: basta con leer las burradas que aparecen en las redes sociales para comprobar que impera el odio al contrario y que casi todo el mundo sueña con la muerte, lenta y dolorosa a poder ser, de la cabra del vecino.
Los líderes predican con el ejemplo. Sientas a Rajoy delante de Sánchez y éste le llama "indecente" al otro, que a su vez lo tilda de "ruin" (o de "Ruiz"). ¿Cómo se van a coaligar sus partidos si ellos mismos son incapaces de mantener una cierta educación al discutir?
Ya sabemos que Rajoy no es Cameron y que Sánchez da vergüenza cuando comparas su discurso con el de Manuel Valls o Anne Hidalgo, convenientemente imbuidos de valeurs republicains, pero es que de la (llamada) Nueva Izquierda tampoco llega nada que no sea ánimo de venganza, guerracivilismo, grosera superioridad moral y un ridículo tono revolucionario que no sirve para nada en las circunstancias presentes.
La concordia en aras del bien común no es un concepto español. Aquí se impone el 'Puerto Hurraco state of mind: Te odio y si pudiera te mataba'. Y así nos va.
Si la coalición entre las dos fuerzas más
votadas no tendrá lugar es porque resulta la opción más razonable hasta
para quienes no hemos votado ni a una ni a otra.
Si la coalición entre las dos fuerzas más votadas no tendrá lugar es porque resulta la opción más razonable hasta para quienes no hemos votado ni a una ni a otra. ¿Pero quién quiere ser razonable en España? Aquí, la derecha y la izquierda siguen como en los años 30, cargadas de odio y resentimiento, y son como el protagonista de aquel chiste eslavo en el que a un pastor se le aparece un genio y le ofrece un deseo; tras mucho cavilar, el pastor clama: "¡Que se muera la cabra del vecino!".
A nuestros políticos les gusta ganar, claro, pero aún les gusta más que el enemigo pierda y, a ser posible, se autodestruya. Lo mismo les sucede a sus votantes: basta con leer las burradas que aparecen en las redes sociales para comprobar que impera el odio al contrario y que casi todo el mundo sueña con la muerte, lenta y dolorosa a poder ser, de la cabra del vecino.
Los líderes predican con el ejemplo. Sientas a Rajoy delante de Sánchez y éste le llama "indecente" al otro, que a su vez lo tilda de "ruin" (o de "Ruiz"). ¿Cómo se van a coaligar sus partidos si ellos mismos son incapaces de mantener una cierta educación al discutir?
Ya sabemos que Rajoy no es Cameron y que Sánchez da vergüenza cuando comparas su discurso con el de Manuel Valls o Anne Hidalgo, convenientemente imbuidos de valeurs republicains, pero es que de la (llamada) Nueva Izquierda tampoco llega nada que no sea ánimo de venganza, guerracivilismo, grosera superioridad moral y un ridículo tono revolucionario que no sirve para nada en las circunstancias presentes.
La concordia en aras del bien común no es un concepto español. Aquí se impone el 'Puerto Hurraco state of mind: Te odio y si pudiera te mataba'. Y así nos va.
(Ramón de España/Crónica Global.)
SU ODIO, SU SONRISA.
El programa del PSOE, y en general de toda la izquierda, parte de un único principio básico: el odio a un ente mítico conocido como la derecha. No la rivalidad, no la confrontación de ideas, sino el odio. Todo lo demás puede cambiar y mucho, de hecho, ha cambiado a lo largo de los años. Pero el odio permanece: del dóberman se pasó a llamar asesinos a los diputados del PP, el cordón sanitario, el guerracivilismo zapateril y de ahí a las últimas primarias, donde ganó, aunque después de esta campaña parezca imposible, el menos sectario de los dos candidatos.
Este principio ha sido apoyado entusiásticamente por medios de comunicación, sindicatos, artistas y demás kolectivos durante años y ha pasado a formar parte de la normalidad política. No sería admisible escuchar a cualquier dirigente del PP hablar de "la izquierda" con el mismo desprecio que tan natural parece en dirigentes de IU, ERC, PSOE o Podemos cuando hablan de "la derecha".
La izquierda es el bien y la preocupación por los desfavorecidos y la derecha el mal y el apoyo a los poderosos. Y no hay más que hablar.
El problema con el que se encuentran ahora los socialistas es que en ese juego se han visto adelantados por la izquierda por una formación política que ha explotado aún más desvergonzadamente ese odio y ha conseguido colocarlos, casta mediante, en una posición cercana, al menos propagandísticamente, al PP y por tanto a "la derecha".
Y que sus propios medios se han pasado del rojo al morado sin rubor alguno. Da lo mismo que hayan apoyado en las alcaldías a Colau, Carmena o el Kichi. Podemos ha triunfado a base de animar el enfrentamiento y aprovecharse del odio sembrado por el PSOE y sus terminales mediáticas durante décadas, hasta un extremo que asusta incluso a Gaspar Llamazares.
Ahora mismo el PSOE se ve por primera vez desde Suresnes en riesgo claro de
perder la hegemonía en la izquierda. Y el mismo odio que le ha permitido prosperar
estos años se ha vuelto ahora en su contra. No puede proponerse como
alternativa racional y socialdemócrata porque todo eso huele a derecha y,
por tanto, provoca una reacción visceral en contra entre sus mismos votantes.
Es lo que sucedió en Madrid: Carmona no fue alcalde porque el PSOE no se podía permitir recibir el apoyo de Esperanza Aguirre, posiblemente el político más demonizado de la democracia, por encima incluso de Aznar. Por la misma razón, los socialistas no pueden ni pensar en entrar en una Gran Coalición al estilo alemán, porque saben que una decisión así llevaría a los electores que les quedan fuera de Andalucía a pasarse a Podemos en masa.
Rajoy podrá estar seguro de que acabará recibiendo el apoyo de los socialistas, quienes no tendrán más remedio que dárselo por aquello de la responsabilidad institucional y de no ir tan pronto a unas nuevas elecciones donde, en lugar de sentir el aliento morado en la nuca, quizá tendrían que contemplarlos desde atrás. Pero el mismo odio contra la derecha que tanto ha alimentado ahora les ata las manos.
Dudo de que haya nada que pudiera convencer al PSOE siquiera de abstenerse. Salvo, quizá, la propia cabeza de Rajoy.
SU ODIO, SU SONRISA.
El programa del PSOE, y en general de toda la izquierda, parte de un único principio básico: el odio a un ente mítico conocido como la derecha. No la rivalidad, no la confrontación de ideas, sino el odio. Todo lo demás puede cambiar y mucho, de hecho, ha cambiado a lo largo de los años. Pero el odio permanece: del dóberman se pasó a llamar asesinos a los diputados del PP, el cordón sanitario, el guerracivilismo zapateril y de ahí a las últimas primarias, donde ganó, aunque después de esta campaña parezca imposible, el menos sectario de los dos candidatos.
Este principio ha sido apoyado entusiásticamente por medios de comunicación, sindicatos, artistas y demás kolectivos durante años y ha pasado a formar parte de la normalidad política. No sería admisible escuchar a cualquier dirigente del PP hablar de "la izquierda" con el mismo desprecio que tan natural parece en dirigentes de IU, ERC, PSOE o Podemos cuando hablan de "la derecha".
La izquierda es el bien y la preocupación por los desfavorecidos y la derecha el mal y el apoyo a los poderosos. Y no hay más que hablar.
El problema con el que se encuentran ahora los socialistas es que en ese juego se han visto adelantados por la izquierda por una formación política que ha explotado aún más desvergonzadamente ese odio y ha conseguido colocarlos, casta mediante, en una posición cercana, al menos propagandísticamente, al PP y por tanto a "la derecha".
Y que sus propios medios se han pasado del rojo al morado sin rubor alguno. Da lo mismo que hayan apoyado en las alcaldías a Colau, Carmena o el Kichi. Podemos ha triunfado a base de animar el enfrentamiento y aprovecharse del odio sembrado por el PSOE y sus terminales mediáticas durante décadas, hasta un extremo que asusta incluso a Gaspar Llamazares.
Es lo que sucedió en Madrid: Carmona no fue alcalde porque el PSOE no se podía permitir recibir el apoyo de Esperanza Aguirre, posiblemente el político más demonizado de la democracia, por encima incluso de Aznar. Por la misma razón, los socialistas no pueden ni pensar en entrar en una Gran Coalición al estilo alemán, porque saben que una decisión así llevaría a los electores que les quedan fuera de Andalucía a pasarse a Podemos en masa.
Rajoy podrá estar seguro de que acabará recibiendo el apoyo de los socialistas, quienes no tendrán más remedio que dárselo por aquello de la responsabilidad institucional y de no ir tan pronto a unas nuevas elecciones donde, en lugar de sentir el aliento morado en la nuca, quizá tendrían que contemplarlos desde atrás. Pero el mismo odio contra la derecha que tanto ha alimentado ahora les ata las manos.
Dudo de que haya nada que pudiera convencer al PSOE siquiera de abstenerse. Salvo, quizá, la propia cabeza de Rajoy.
(Daniel Rodríguez Herrera/ld.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario