martes, 28 de febrero de 2017

EL AUTÉNTICO PERIODISMO.


 (Hay que distinguir entre 'la Prensa' y los periodistas. La Prensa es fundamental para el buen funcionamiento de la democracia.


Pero esto no significa que atacar a un periodista- incompetente y falsario- sea lo mismo que atacar a la Prensa. Habitualmente, el corporativismo imperante en todos los ámbitos, lo confunde.

Defendamos y apoyemos a la Prensa y a los periodistas competentes, libres e independientes.)




EN HONROSA COMPAÑÍA.

Nunca en esta democracia en España, como en los últimos años, se ha visto un maltrato semejante del periodismo por parte del poder, o los poderes. Una agresión tan descarada. Aquel objetivo elemental, que era obligar al lector a reflexionar sobre el mundo en el que vivía, proporcionándole datos objetivos con los que conocer éste, y análisis complementarios para mejor desarrollar ese conocimiento, está en peligro. Y más en estos tiempos de intenso tráfico de información, no siempre seria, a través de las fácilmente manipulables redes sociales.

El hecho básico es el mismo: el poder y cuantos aspiran a conservarlo u obtenerlo un día no están dispuestos a pagar el precio de una prensa libre, y cada vez se niegan a ello con más descaro. 

Saben que el periodismo solvente, lúcido, culto, eficaz, independiente, es garantía de una democracia sana y saludable. Sin ese contrapoder, la libertad, la democracia, la decencia, son imposibles. Por eso me preocupa la docilidad con la que a veces, en los últimos tiempos, el periodismo se pliega a la presión económica del poder. Nunca se ha visto tan frecuente mansedumbre, tanta complicidad. Y en algunos casos extremos ni siquiera se trata ya de hacer reflexionar al lector sobre esto o aquello. Se trata de imponerle una supuesta verdad. No ayudar al ciudadano a pensar con libertad. Sólo convencerlo, adoctrinarlo.

Así, con frecuencia, asuntos importantes se transforman, no en debate razonado, sino en rifirrafe bajuno del que están ausente el rigor y el sentido común. Diálogos de sordos y demagogia. Destaca significativa y terrible, como he escrito más de una vez, la necesidad de encasillar. En España parece imposible que alguien no milite en algo; y, en consecuencia, no desprecie o ataque cuanto queda fuera del territorio delimitado por ese algo. Aquí, reconocer un mérito al adversario -los españoles no reconocemos adversarios, sino enemigos- es tan impensable como aceptar una crítica hacia lo propio. Eso agota al lector, al oyente, al telespectador de buena voluntad. Lo aburre y lo aparta del debate, desinteresándolo de la política, haciéndolo atrincherarse allí donde las palabras reflexión y lucidez desaparecen por completo, o sumiéndolo en la peligrosa frivolidad de los 140 caracteres de Twitter.

Para cualquier lector atento de medios informativos serios, resulta evidente que el periodismo se ha contaminado de ese virus peligroso. Y tampoco la crisis económica contribuye a la libertad ni la independencia. Los ingresos publicitarios se desploman, lo que aumenta la tentación de cobijarse bajo los poderes establecidos; de modo que el periodismo como contrapoder se vuelve un ejercicio casi heroico. Y así, los partidos, las grandes empresas de la banca, las comunicaciones y la energía, entre otras, aprovechan la dependencia de los medios para dar por supuesta, cuando no imponer, la autocensura en las redacciones. La adscripción disimulada o sin complejos de cada diario a quien lo sostiene o le facilita la vida.

Por eso estoy tan satisfecho de escribir cada semana, desde hace casi un cuarto de siglo, en «XL Semanal»: la revista dominical que sale con los diarios del grupo Vocento y algunos otros asociados.

 Porque se trata de un territorio transversal, diverso, no acotado por banderas ni etiquetas ideológicas concretas o comunes. Aquí el conjunto es amplio y los puntos de vista variados; y como tales, enriquecedores. Porque la libertad real ciudadana, la opinión libre y lúcida que de ella proviene, no la hace en este caso un solo periódico, sino la coexistencia respetuosa de muchos de diversa orientación y variados intereses. Voces distintas, respetables y siempre de calidad -se compartan sus puntos de vista o no-, que permiten al lector razonar, elegir, comparar. 

Estoy a gusto así, y por eso sigo aquí semana tras semana con mi Patente de Corso, confiando en que todos esos periódicos amigos, cuya compañía dominical me honra, sean capaces de afrontar los nuevos retos y sobrevivir en este mundo cada vez más difícil e incluso hostil. En este territorio donde nunca nadie, en dos décadas y media de artículos no siempre cómodos para quien los alberga, me ha pretendido orientar, influir o censurar jamás. Ni una sola vez. Nunca.

La transición del papel a lo digital, los productos de pago en la red, la eventualidad de que nuevos filántropos, capital riesgo y empresarios particulares unan sus esfuerzos para mantener un periodismo solvente y de calidad, son posibilidades ilusionantes; esperanza para quienes creemos que sólo un periodismo que pide cuentas al poder, en cualquier forma de soporte inventada o por inventar, tiene futuro. Ésa es, y será siempre, la verdadera fuerza del periodismo y de quienes lo practican: pelear por la verdad, la independencia y la libertad de información. La garantía es una prensa plural e independiente que mantenga a raya a los demagogos, a los oportunistas y a los canallas, y sostenga el futuro de los hombres libres. Confío en que los diarios del grupo Vocento sigan siendo, en la medida de sus posibilidades, esa honrosa garantía.

(Arturo Pérez Reverte/ABC) 



¿Y SI TRUMP DERROTA A LA PRENSA?

Permítame la generalización del titular, eso de "la prensa". Me limito a presentar a "la prensa" tal como lo hacen los medios progresistas de EE.UU., como si la confrontación de Donald Trump con los medios de comunicación fuera con todos ellos y no con los de izquierdas en exclusiva y como si hubiera "una guerra a la prensa" de Trump, que es como describen el enfrentamiento entre algunos medios y la Casa Blanca.

El enfrentamiento entre Trump y esos medios, los que le atacan día tras día y, además, publican noticias falsas sobre él, tiene un interés que va más allá de Estados Unidos porque refleja algunos problemas de los medios de comunicación de los que se habla poco y muestra un nuevo comportamiento por parte de un político que pudiera darnos grandes sorpresas en este terreno, en el del papel de los medios de comunicación y su relación con los ciudadanos. Me refiero a tres problemas: el desequilibrado peso de la izquierda mediática en algunos países, Estados Unidos lo mismo que España, la debilidad de los principios éticos en parte de esos medios y la llamativa pérdida de confianza ciudadana en la prensa que va camino de igualar la pérdida de confianza en los políticos.

En las últimas elecciones de EE.UU. ha ocurrido, por ejemplo, lo mismo que en España en varias elecciones, que los medios de comunicación han apoyado desproporcionadamente a un partido o a un candidato, Clinton en su caso, y, sin embargo, ha ganado el otro. O, lo que es lo mismo, que hay una brecha entre los medios y los ciudadanos. De tal manera que en España la denostada Fox News fue el medio fundamental para informarse de los votantes republicanos (un 40% de ellos) seguida muy de lejos por la CNN (un 8%). La mayoría de los medios apoyaron a Clinton pero resulta que los votantes republicanos se concentraron en los pocos que apoyaron a Trump (Pew Research Center, enero, 2017).
Datos como los anteriores llevan a Trump al enfrentamiento abierto con varios medios progresistas, porque sabe que sus votantes no los consumen. 

 Y, no sólo eso, sabe también de la tremenda erosión de la confianza ciudadana en los medios en los últimos años. Según una encuesta de Gallup de septiembre pasado, esa confianza cayó en Estados Unidos a su mínimo histórico en 2016, al 32 por ciento, cuando había sido del 72 por ciento en 1976. Pero, además, con una enorme diferencia entre votantes demócratas y republicanos: los primeros mostraban una confianza del 51 por ciento frente al 14 por ciento de los republicanos.

Y eso tiene que ver con su desproporcionado apoyo a los demócratas como en España a la izquierda, pero también con la falta de principios éticos de algunos de ellos, los que les llevan, por ejemplo, a publicar supuestas noticias de fuente desconocida y más que sospechosa. Lo paradójico de este enfrentamiento es que lo protagonice un político, Donald Trump, caracterizado por la misma falta de principios éticos, como demostró en 2012, cuando atacó a Barack Obama por su supuesto nacimiento fuera de Estados Unidos a partir de fuentes anónimas y, por supuesto, falsas.

Lo nuevo de Trump no es su superioridad moral, ciertamente, lo nuevo es el atrevimiento de un político a confrontar abiertamente con una parte de los medios de comunicación. Y lo nuevo es que, por primera vez, cabe la posibilidad de que gane claramente el político, de que sea el político quien lidere a la opinión pública y no los medios. 

Porque esos medios comienzan a tener un problema de imagen comparable al de la élite política, con la diferencia de que aún no son conscientes de ello.

(EDurne Uriarte/ABC)

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