viernes, 24 de febrero de 2017

LA OPRESIÓN NACIONALISTA EN CATALUÑA.









LA OPRESIÓN NACIONALISTA EN CATALUÑA.

Mariano Gomá (Barcelona, 1952) particpa el lunes en una mesa redonda en Madrid con el título «El fortalecimiento del coraje cívico en la defensa de España», que organizan la Fundación Villacisneros y Valores y Sociedad. Gomá preside la plataforma Sociedad Civil Catalana, que aglutina a personas «trasversales» cuyo nexo común es que se oponen a la independencia de Cataluña. Son más de 20.000 socios, de los cuales, entre 5.000 y 6.000 aportan una contribución económica. «No es cuestión de cifras», afirma Gomá, convencido de que son mayoría entre los catalanes. «Todos los balcones de Barcelona que no tienen la bandera estelada son de los nuestros, estén afiliados o no».

—¿El independentismo catalán es mayoría o acapara el foro público?

No, se la arroga pero no la tiene. La gran mayoría de los catalanes no está por la independencia. Hay gente dentro de esa bolsa a la que han vendido un derecho a decidir, pero todo es humo. En realidad, Cataluña vive muy tranquilamente dentro de España. El Gobierno tiene la caja y domina los medios, que machacan la oreja de todos, y la gente menos preparada se lo acaba creyendo. 

—Entonces, ¿hay una mayoría silenciosa o silenciada?

Las dos cosas. Los catalanes siempre hemos tenido sentido común y orden en nuestra vida. Pero esto está alterando nuestro gen. La sociedad está atónita, incrédula. Muchos dicen «esto no llegará al final», es una aventura estúpida. Y se callan pensando que volverá la normalidad, que alguien le pondrá el famoso seny.
«Muchos se callan pensando que volverá la normalidad, que alguien le pondrá el famoso seny»
Por otra parte, cuando los tentáculos independentistas dominan las instituciones, los medios, la economía, la educación, esa sociedad se halla silenciada por obligación. A ver qué funcionario se atreve a ser un disidente de la tesis oficial
 —Algunos ejemplos hay.

—Sí. Dolores Agenjo, la única directora de un instituto que se atrevió a no entregar las llaves de una institución pública de enseñanza para un acto ilegal (el referendum del 9-N). También los empresarios, que nos dan golpecitos en la espalda por nuestro trabajo, pero no se manifiestan porque el Gobierno controla el entramado económico. Hay sociedad silenciosa y silenciada. 

—¿Hasta dónde llega el deterioro de la convivencia diaria?
En estos momentos los catalanes nos miramos de reojo.

—¿De desconfianza? 

—Exacto. Estás en una boda y en tu mesa te miras de reojo porque no sabes si los de al lado son independentistas o no. En la familia está prohbido hablar de política. Han conseguido que el pueblo catalán se mire de reojo cuando antes siempre habíamos sido gentes de bien, plurales, abiertos, comunicativos, orgullosos. También han conseguido que renunciemos al orgullo del catalán de haber sido la comunidad más culta y más abierta de España. Cataluña era la vanguardia, ahora cansamos. La gente cambia de canal cuando se habla de Cataluña. Es muy grave porque no somos así.

—¿Atisban signos de agotamiento o el suflé sigue alto?
Lo que hay son signos de desesperación. Todo el movimiento independentista ha vendido una película que es irrealizable y no tiene fin. De perdidos al río. Saben que van contra un muro y tienen que buscar salidas dignas... Pero tienen unos acólitos y apóstoles y seguidores a los que no pueden dejar y lo que hacen es estirar de la cuerda lo máximo, para hacerse más víctimas de una afrenta u opresión. Es la manera de salir airosos. Para luego decir: «Nos han oprimido, no ganado». De ahí esa tensión máxima de ahora, ese apretar el acelerador hasta el máximo para ver si al romper hace más ruido. 

¿Comparte entonces la mano tendida del Gobierno de Rajoy?

—Me parece muy bien. Ya es hora de que el Gobierno entre en la cancha de Cataluña de verdad y no piense que es un problema periférico. Sino que es muy serio y absolutamente central de la vida española. El Gobierno debe tomarse esto muy en serio. 

—¿Se han sentido abandonados?
Sí, sin duda, descuidados. El Gobierno ha pensado que Cataluña era algo periférico, pero no le han dado la importancia que realmente tenía. Y el gobierno ha confiado en que la Generalitat de Cataluña era un apoyo fiel y leal, pero no lo ha sido. El Gobierno ha sido excesivamente generoso en ofrecer competencias al gobierno autónomo catalán. Y este ha ido tejiendo esa red en la que nos encontramos. 

(Itziar Reyero/ABC)

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