DEGRADACIÓN DEMOCRÁTICA.
Domingo, 13-09-09
HAY que preguntarse hasta qué punto tendrá que descender la impunidad antisistema en España para que la propia democracia española reaccione antes de desaparecer.
Pues de tolerarse que se quemen banderas españolas o se abuchee al Rey, hemos pasado a que cualquier alcalde convoque consultas independentistas, a que los dirigentes políticos proclamen que no respetarán las sentencias judiciales y a que se hagan serias advertencias al Tribunal Constitucional para que dictamine en un sentido u otro. En cualquier democracia digna de tal nombre, eso sería coacción a los jueces, uno de los delitos más graves. Pero aquí no ha pasado nada, como no ha pasado nada con ese referendo pro independentista de Areyns de Munt, excepto que puede no celebrarse en la Casa Consistorial promotora del mismo. Pedro Pacheco, siendo alcalde de Jerez, dijo que la Justicia española era un cachondeo. Hoy, el cachondeo es la democracia española, como empieza a serlo España misma, que ya no sabe si es nación, Estado o la carabina de Ambrosio, con todo el mundo haciendo y diciendo lo que le da la gana, empezando por los alcaldes y terminando por los ministros. Lo malo es que, como sabemos por experiencia, los cachondeos en España suelen terminar a bofetadas.
«Menos mal que estamos en Europa», me decía un amigo. Pero tampoco Europa puede librarnos de nuestros demonios, de ahí mi pregunta de hasta dónde tenemos que descender para que acabe esto. Y me pregunto tristemente si no será la crisis económica la que tenga que poner fin a la insensatez de los extremistas, alentada por la incompetencia e irresponsabilidad de los políticos. Si el empobrecimiento general no hará ver a los independentistas y a quienes se están aprovechando de ellos que separados no vamos a ninguna parte, que esta crisis sólo se supera estrechando lazos y uniendo esfuerzos, porque estamos todos en el mismo bote.
La última Diada ha mostrado del modo más plástico el divorcio que existe hoy entre la clase política catalana, muy peripuesta ella poniendo coronas a un señor cuya trayectoria se ha inventado, y el pueblo catalán, que está perdiendo empleo a chorros. Como se demostró ya en el referendo sobre el nuevo Estatut, aprobado con una participación ridícula, éste no es la prioridad de los ciudadanos catalanes. Y si eso ocurrió hace tres años, en plena bonanza, es fácil imaginar lo que piensan hoy al respecto. Por no hablar, naturalmente, de lo que piensan el resto de los españoles. Sin embargo, los políticos catalanes siguen poniendo ese Estatuto a la cabeza de sus prioridades, con advertencias al Tribunal Constitucional que encierran amenazas. Y eso no es lo peor. Lo peor es que el Gobierno de la Nación no dice nada al respecto. Claro que, ¿cómo va a decirlo, si él fue el promotor de esta tormenta con aspecto de convertirse en huracán? (José María Carrascal/ABC)
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