sábado, 6 de febrero de 2010

DELINCUENTES POLITICOS.


Sábado , 06-02-10
Quién lo iba a decir hace todavía dos años. Resulta que hemos pasado del España se rompe al España se hunde. Con dos grandes diferencias entre una y otra. Sólo algunos creían en la primera, muchos creen en la segunda. Sólo algunos temían la primera, todos temen la segunda. Derecha e izquierda, elites de todos los ámbitos y ciudadanos, votantes del PP y votantes del PSOE.

Que España se rompa, no está descartado. No hay más que contemplar los esfuerzos de Montilla para lograrlo. Pero hay que reconocer que tal posibilidad preocupa lo justo. Incluso los hay que mantienen un secreto y perverso deseo de que los que quieran se vayan de una vez. Y la mayoría conserva la confianza en unas instituciones del Estado que, en último extremo, serían capaces de reaccionar e impedirlo.
Que es exactamente la confianza que se ha perdido en la solución de la crisis económica y política actual. Con una fuerte percepción, por primera vez desde el inicio de la Transición, de que nos dirigimos irremisiblemente hacia la decadencia y la pérdida del progreso y de los avances logrados en estos 35 años.

Y con una extensión de esa percepción, también por primera vez desde 2004, entre los votantes socialistas. «A ver quién es el más facha» ironizaba un admirador de Zapatero esta semana sobre lo que considera competición entre la derecha para destacar los datos negativos sobre España. Una ironía repentinamente obsoleta en un ambiente social en el que los «fachas» y los «antipatriotas» de izquierdas empiezan a ser tantos como los de derechas.

Y la guinda de la crisis económica que, al igual que en la territorial, la culminación de la catástrofe depende en buena medida de los partidos nacionalistas. De su sostenimiento del Gobierno, en este caso. Y, obviamente, no sólo les encantaría que España se rompiera, sino que les importa un comino que se hunda. Edurne Uriarte/ABC)
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DELINCUENTES POLÍTICOS Y MASAS.

Vivimos una grave situación económica y político-institucional. Que a estas alturas, el rojerío nos venga con que es un 'facha' el que destaque los reales problemas que tiene España y de acusar, primera y primordialmente, al gobierno, muestra la profunda idiotez sectaria de la izquierda española. Lo de 'española' es por decir algo.
Con una izquierda tan sectaria es muy difícil hacer las cosas bien. Recordemos que en la crisis econmómica de 1993-1994, con Felipe González y Solbes, este último aconsejó a los españoles que se acogieran a planes privados de pensiones porque la caja de la seguridad social no tenía ni una peseta. Estábamos arruinados.

Hoy, con otro socialista en el gobierno, tenemos el mayor paro de toda Europa y somos el único país (de los importantes) que todavía no ha salido de la recesión. Los inversores internacionales no se fían de España y su gobierno. Por supuesto, todos son 'fachas'.
Los socialistas han probado repetidamente que saben muy bien cómo llevarnnos a la ruina. Pero los ciudadanos, a pesar de estos hechos y del GAL y de otras delicadezas, sigue votándoles. Bien, es lo que nos merecemos.

Y, por otro lado, tenemos a una derecha que, excepto en el caso de Aznar, sigue arrodillada y pidiendo perdón. Una derecha estúpidamente acomplejada. Basta ver y oir a Rajoy. Yo no dudo de que es una persona honesta e inteligente. Es Registrador de la Propiedad y ha dirigido tres Ministerios. Pero ser líder del principal partido de la oposición requiere, además, otras cosas. Por ejemplo, aclarar a los españoles qué piensa de la energía nuclear, cómo solucionaría el problema de la reforma laboral, de las pensiones, etcétera.
Pero no a la gallega A las claras. Sin miedos.

El gran peligro es que los ciudadanos, en general, estemos a la altura de los políticos. ¡Ojalá no sea cierto! ¡Ojalá los ciudadanos no se conviertan en masa, en masa orteguiana! O sea, ciudadanos-oveja.
Hay que reaccionar. Los políticos no son la solución. Son parte del problema. Si esperamos sentados en el sofá, nos iremos hundiendo cada vez más. Porque, finalmente, están los nacionalistas. Una enfermedad virulenta que los dos grandes partidos (antes nacionales) no han querido atajar. Merecen todo mi desprecio.

Sebastián Urbina.

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