domingo, 27 de noviembre de 2011

¿ES LA IZQUIERDA UN PELIGRO?






ECONOMÍA



La izquierda, por desgracia, sigue contando


Por Juan Ramón Rallo






Tras las abrumadoras victorias del PP en las elecciones generales y en las autonómicas de hace medio año, pareciera que toda la responsabilidad para salir de la crisis recaerá sobre sus hombros; la izquierda, descompuesta cual ejército de Pacho Villa, habría dejado de ser relevante y podríamos dejarla en un rincón.






Desde luego, en parte la situación es así: si el PP no deja de gastar desde la Administración mucho más de lo que ingresa, y si no elimina todas las regulaciones que impiden al sector privado reajustarse, entonces, en efecto, nos vamos al hoyo. Mas no deberíamos permitir que el árbol del poder absoluto popular nos impidiera ver el bosque de nuestra economía y nuestro régimen político.






El PP tiene cuatro años por delante para aplicar las reformas, y cuatro años son mucho tiempo. No, ciertamente, para quienes analizan la solvencia de nuestra deuda a diez años... En ocasiones se suele acusar a los especuladores de cortoplacistas o de impulsivos por los vertiginosos movimientos de la prima de riesgo, pero tengamos presente que esa prima de riesgo se computa a diez años vista y que, por tanto, muchos de quienes la determinan están pensando a largo plazo.






Y la izquierda, para nuestra desgracia, sigue poseyendo una significativa influencia sobre la solvencia a largo plazo de nuestro país: visto lo visto (el PP apenas ha cosechado 550.000 votos de los más de cuatro millones que ha perdido el PSOE), no es para nada descabellado pensar que en una legislatura –o en dos– los socialistas podrían regresar al poder. ¿Y entonces qué? ¿Darían marcha atrás en todas las medidas de austeridad y de liberalización que, tal vez, implanten los populares? ¿O por el contrario las mantendrían, con algunos parches intervencionistas propios del socialismo?






Ninguna sociedad puede ser de fiar si pende de un solo hilo.






Ahora mismo, en el parlamento tenemos una amalgama de grupos de extrema izquierda cuyas ideas liberticidas y totalitarias producen desazón a cualquier persona con dos dedos de frente. El único consuelo es que son absolutamente irrelevantes, aunque en el caso de Izquierda Unida –un partido que ha propuesto nacionalizar una parte del Ibex 35– esa irrelevancia viene por el número de escaños que ha obtenido y no por el número de votos, que supera ampliamente el millón y medio, lo cual sugiere que una parte de la sociedad española está dispuesta no sólo a suicidarse, sino a suicidarnos a todos.






La auténtica incógnita, la que cuenta de verdad en un país como el nuestro, en que la filiación política guarda inquietantes paralelismos con la filiación futbolística, es qué tipo de PSOE emergerá del congreso de febrero: si decide echarse al monte o, como ha reclamado él mismo durante años al PP, opta por arrimar el hombro. Y aquí el problema es que la carta populista sería probablemente lo que mejor resultado le daría, aunque hundiera al país; en cambio, la carta de la responsabilidad, la del plegarse a la fuerza de los hechos, no sólo le rendiría un magro provecho electoral, sino que, al jugarla, probablemente facilitaría el engorde a la izquierda aún más extrema.






No parece haber soluciones sencillas, básicamente porque una porción muy importante de la sociedad española sigue anclada ideológicamente en la lucha de clases y no sentiría el menor reparo en destruir la división del trabajo y decretar la omnipotencia gubernamental con tal de arramblar con una pequeña parte de los escombros. No se ha hecho la menor pedagogía política cuando tocaba y ahora podría ser demasiado tarde. Digo "podría" porque cabe consolarse pensando que CiU, pese a efectuar recortes tremendamente impopulares, parece haber logrado que la ciudadanía entienda la necesidad de los mismos.






El PP debería ser consciente de que tan importante como las reformas será el que la ciudadanía entienda y acepte la necesidad de emprenderlas. En caso contrario, en cuatro años podemos tener a una izquierda todavía más irresponsable, manirrota y radicalizada de vuelta en el poder. Todo lo contrario de lo que a buen seguro desea el pequeño o gran inversor, nacional o extranjero, que duda si prestar dinero a nuestros políticos o mantenerlo bien alejado de sus zarpas.






Para salir de la crisis necesitamos reformas, aceptación social para esas reformas y una izquierda que no desee tumbarlas o que, deseándolo, no posea la menor posibilidad de hacerlo. Por desgracia, ahora mismo ni siquiera estoy seguro de si cumpliremos alguna de esas condiciones.





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