domingo, 27 de noviembre de 2011

PAÍS DE MIERDOSOS






OKUPANDO A GÓNGORA.

Varias veces les he hablado en esta página del barrio de las letras de Madrid, donde hace tres siglos se cruzaban cada mañana, camino de comprar el pan, los periódicos o lo que se comprase entonces, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y el buen don Miguel de Cervantes, entre otros. Cada cual, como españoles de fina casta que eran, con sus fobias, envidias, desprecios y descalificaciones mutuas a punto de nieve.

También comenté en alguna ocasión que si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas. Pero donde está es en Madrid, a ver si me entienden. Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera. Así que pueden imaginar la diferencia.







Una de esas diferencias ocurrió hace unos días. Y lo más simpático no es la anécdota, sino su desarrollo y posterior tratamiento mediático. Un grupo de okupas se había instalado, mediante el procedimiento tradicional de patada a la puerta y de aquí no me saca ni Kristo bendito, en una casa de la calle Huertas en la que vivió Góngora después de que su enemigo mortal Francisco de Quevedo comprase su anterior vivienda, a fin de darse el gustazo de echarlo a la calle.
 
 La casa -ya hemos precisado que hablamos de Madrid- estaba hecha una piltrafa, decrépita y llena de escombros. Así que los okupas se instalaron tan ricamente con su parafernalia habitual, también llamada ajuar perroflauta de toda la vida.
 
Con la seguridad, por otra parte, que a cualquier okupa bien informado le da saber con certeza absoluta que en España, líder mundial en libertades y derechos del hombre y la mujer, si te metes por el morro en una casa ajena, es seguro que entre el hecho, la demanda del propietario, la decisión judicial y la ejecución de la sentencia de desalojo, si llega a producirse, y dependiendo de que el juez sea compañero de carrera o colega de universidad del abogado de una parte o de la otra, pueden transcurrir veinte años. O más. 
 
( Arturo Pérez-Reverte/XLSemanal)

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