“La trampa de los liberados o el abuso de los eres son calderilla menor
al lado del gran negocio de los cursos de formación”, me decía un
exdirigente sindical, avergonzado por la voracidad de UGT y CCOO para
trincar dinero público. Los liberados forman parte de la camelancia de
las centrales, que disponen, gracias a ellos, de gentes que nutren sus
manifestaciones a las que los trabajadores cada vez acuden menos. El
bocadillo, la dieta y el autobús gratis de Solís Ruiz han sido
sustituidos por la trapisondería de que la empresa pague a los caraduras
para que no den un palo al agua y, a cambio, acudan a las
concentraciones sindicales. Esperanza Aguirre denunció con dos tacones
la sinvergonzonería y en algunas Comunidades se ha empezado a restringir
el número incontable de los liberados.
Los eres sangran en la conciencia de las centrales. A costa del dinero
público destinado a aliviar la situación de los parados, algunos
sindicalistas se han forrado los bolsillos y los sindicatos han pagado
facturas de actividades tan ejemplares como viajes gratis total,
banquetes suculentos o mariscadas en que no falte de nada.
Pero el dinero de verdad no está ahí. El dinero incesante fluye de los
cursos de formación que en gran parte se han convertido en una
desmesurada camelancia para colmar los bolsillos sindicales del dinero
que procede de unos contribuyentes sangrados hasta la hemorragia por los
dirigentes políticos. Difícil contabilizar los miles de millones
-¡miles de millones!- que en los últimos años se han derrochado en los
llamados cursos de formación destinados en teoría a preparar a los
desempleados para futuros trabajos. Sin negar que se han organizado
cursos serios, los sindicatos se han mofado de la opinión pública, para
justificar el dinero embolsado con otros cursos no tan serios como
risoterapia, gimnasia mental, acoso moral, asilo presencial,
globalización…
Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo saben ya que, desde diversas
instancias, se han puesto en marcha equipos de investigación para
denunciar los abusos cometidos y denunciar ante la opinión pública y
ante los jueces el destino de una parte de la colosal cantidad de dinero
derramado sobre las centrales sindicales. Cándido e Ignacio han puesto
sus barbas a remojar. No les llega la chupa al cuerpo. Si alguien tira
de verdad de la manta de los cursos de formación, el escándalo puede
fragilizar definitivamente la imagen de los sindicatos.
En la Comunidad de Madrid se manejan datos demoledores. Por lo pronto,
Ignacio González ha dejado en 4 los 71 cursos de formación que los
sindicatos impartían y ha reducido en un 90% el dinero público del que
Méndez y Toxo se beneficiaban: de 2.600.000 euros se ha pasado a
196.000. Valencia ha emprendido el mismo camino. Otras Comunidades
estudian la situación. Y también numerosos municipios, aparte la
Administración central. Las denuncias de abusos han alcanzado tal
volumen que en cualquier momento un juez, o una juez con los tacones tan
bien puestos como Alaya, puede iniciar la investigación judicial, lo
que convertiría al magistrado o magistrada en estrella rutilante de la
judicatura. Me consta, por otra parte, que algunas investigaciones
periodísticas están muy avanzadas.
Los sindicatos son piezas esenciales en una democracia pluralista. Por
eso hay que andar con mucho cuidado con las denuncias. No se trata de
destruir a los sindicatos. Se trata de regenerarlos y democratizarlos.
Se han convertido en un suculento negocio y en agencias de colocación.
Una lástima. Desempeñaron un papel esencial en la Transición. Y tanto
Nicolás Redondo, el grande, como el inolvidado Marcelino Camacho, un
hombre honrado, constructivo e inteligente, contribuyeron de forma
decisiva al trasvase sin violencia de una dictadura atroz de 40 años a
una democracia plena.
La tembladera sindical ante la investigación sobre los cursos de
formación ha dejado sin aliento a Méndez y a Toxo. El incesante maná del
gran negocio puede cesar de raíz. La espada de Damocles se balanceará
sobre las cabezas de los sindicatos si se pone en marcha la maquinaria
de la justicia. Los gansos sagrados del Capitolio sindical graznan ya
sin cesar, advirtiendo a Toxo y a Méndez del asalto de jueces y
periodistas”.
(Luis María Ansón/El Imparcial)
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