martes, 26 de marzo de 2013

SOCIEDAD MIERDOSA



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 (España, sociedad mierdosa, con las excepciones de rigor. La clase política, aún más, también con las excepciones.

Lea lo que, mayoritariamente, se hace, o se deja de hacer, con las víctimas del terrorismo. Tenga a mano una cervecita y unas anchoas. Lo necesitará para recuperarse de tanta miseria moral.

Estos orinales no bastan. Para nada. Es sólo un ejemplo de las necesidades más perentorias de esta sociedad mierdosa. Y los políticos, más.)




 sala vip
El olvido del terrorismo
JAVIER MONTILLA
Iñaki Arteta se queja de que no hay interés por sufragar su filme sobre ‘1980’ .
·  ·  Días antes de iniciar la invasión a Polonia, en agosto de 1939, Adolf Hitler reunió a sus lugartenientes y para convencerlos de que su plan de aniquilación judía funcionaría, les dijo: «¿Quién se acuerda del exterminio armenio?». 20 años después nadie se acordaba de que un millón de armenios había sido exterminado a manos del Ejército turco de la manera más cruel posible durante la Primera Guerra Mundial.

Como la Historia forma parte de nuestra memoria colectiva y la llevamos a cuestas, corremos el riesgo de repetir los mismos errores. Y, por desgracia, eso es lo que está pasando en España con el terrorismo de ETA. Lejos de aprender de los errores ajenos, nos dirigimos a pasos agigantados a que las próximas generaciones desconozcan qué ocurrió en España con una banda terrorista que asesinó a no pocos españoles en general y vascos en particular. 

Esto mismo lo hablaba hace algunos días con el director de cine, Iñaki Arteta, que me confesaba con la voz entrecortada que no hay interés en la sociedad española en hacer memoria del infierno vasco. No sólo porque la clase política ha empezado la cruzada de la amnesia, sino porque la sociedad no se rebela contra los propios fines del proyecto totalitario de ETA, tan despreciable como las formas de llevarlo a cabo.

Esta y no otra es la razón por la que el director vasco está rodando 1980 un documental sobre ese año, que fue el más sangriento de la banda terrorista. 89 asesinatos y 22 secuestros, de los cuales cuatro terminaron con la muerte de la víctima.


Un año, 1980, en el que el nacionalismo vasco mostró a todas luces de lo que era capaz y los complejos de un Estado en el que algunos agitaban el árbol mientras otros recogían las nueces. Todo un reto para la joven democracia, una prueba moral para la ciudadanía, como bien dice en el corto de presentación que ya se distribuye. 
Lo más deleznable es que, mientras se subvenciona hasta el tuétano el resto del cine español, no hay ningún interés por parte de las instituciones en sufragar el proyecto e Iñaki Arteta tiene que acudir a la financiación popular para llevarlo a cabo. Acaso porque, embaucados en el lenguaje orwelliano, quieren que olvidemos, que comulguemos con las ruedas de molino de que a los de la ETA buena hay que condonarles el pasado, que debemos olvidar los trescientos crímenes que todavía están por esclarecer. Que la paz requiere de amnesia. 

Sin embargo, algunos nos negamos a olvidar. Aunque sólo sea por el pequeñísimo detalle de que las víctimas del terrorismo no son cifras en medio de obituarios destinados a los libros de historia. 

Las víctimas tenían rostro, sonrisa, miradas y proyectos. Y pese a tanta infamia algunos quieren que miremos hacia el futuro. Pero algunos no podemos dejar de pensar en las víctimas inocentes de la casa cuartel de Vic, donde murieron nueve personas, cuatro de ellas niños. Ni tampoco las veinticinco vidas que De Juana Chaos y Troitiño sesgaron al filo de las ocho de la mañana de aquel 14 de julio de 1986 en la Plaza de la República Dominicana de Madrid. Ni tampoco podemos borrar de la memoria al matrimonio Jiménez Becerril, ni al doctor Muñoz Cariñanos, ni a Fernando Múgica. Ni a las veintiuna víctimas de Hipercor. Ni a Ramón Blagietto, cuya viuda –Pilar Elías– tuvo que sufrir la humillación de que el asesino de su marido viviera en su mismo inmueble. Ni a Fernando Buesa y su escolta Jorge Díaz. Ni a Gregorio Ordóñez. Ni a las víctimas de la casa cuartel de Zaragoza y Ángel Alcaraz. Ni a tantos otros. Tantos como 857.

Si ya es triste que este mutismo se haya producido con el beneplácito de una sociedad vasca conformista, obediente, manejable y que no se ha rebelado contra el nacionalismo, sino que se ha convertido a él para vivir sin miedo, más grave es que se haya ejecutado con el silencio y la complicidad de la clase política. Y con un guión nada original.

ETA no sólo no se disuelve, ni se arrepiente, ni pide perdón, sino que en el colmo de la infamia y la humillación a las víctimas se vanagloria de homenajear a los asesinos. Y mientras tanto, Bolinaga liberado por humanidad; Usabiaga, excarcelado para cuidar a su madre; José Luis Álvarez Santacristina, alias Txelis, libre por ser una “persona distinta”; la Tigresa, redimida para cuidar perritos en una cárcel de cinco estrellas. De Juana Chaos, el mismo que conmovió a la izquierda patria con su huelga de hambre, huido de la justicia. Y Txapote no es detenido para no entorpecer el falso proceso de paz. 

Mucho me temo que cuando se renuncia a ser una referencia moral para las víctimas, se intenta blanquear un final del terrorismo sin vencedores y vencidos, se permite con una tupida alfombra roja la entrada del brazo político en las instituciones y se pacta con el diablo un final acordado, la factura a pagar suele ser muy cara. Aunque como ya es sabido, luego vendrán los lamentos.

Javier Montilla es periodista y escritor. (La Gaceta)

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