miércoles, 27 de marzo de 2013

FUGA HACIA ADELANTE. CAT





('Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable.')
(Voltaire)







LA TRANSICIÓN NACIONAL DE CATALUÑA.

La noticia sobre la constitución del Consejo para la Transición Nacional de Cataluña, como organismo pensado para "identificar e impulsar las estructuras de Estado" y " llevar a término la consulta sobre el futuro estatus político" de tal territorio, llena de perplejidad a un observador ecuánime. En primer lugar, esta iniciativa es la muestra de que el President Mas no tiene la menor intención de concederse un minuto para la reflexión y sigue empeñado en una irresponsable fuga hacia adelante, que dificulta un escenario de resolución a la crisis catalana que no sea la confrontación.

 Pero lo cierto es que además, tan difícil de asumir como la oportunidad en la circunstancia actual del Consejo para la Transición Nacional, es la presencia en el mismo, al lado de algún reputado colega, de determinados miembros de dicho organismo, no precisamente modélicos por su cualificación y prestigio personales. Pero no quiero insistir en la crítica a la posición de Mas ni en la denuncia de la ligereza e inconsecuencia que cierta atmósfera nacionalista puede llegar a propiciar.

Lo que esta iniciativa viene a sugerir es la necesidad de incrementar la defensa ideológica de la democracia constitucional española que se encuentra seriamente cuestionada sin que se ofrezca suficiente resistencia a los intentos de su desbordamiento. Naturalmente la defensa del orden constitucional debe hacerse en el plano jurídico, donde están a disposición de los poderes del Estado diversos medios con que hacer frente a las infracciones o los desbordamientos de la Constitución. De manera que quien vulnere la Constitución debe saber que ha de encontrase en su camino con el Estado de Derecho, pues no hay infracción jurídica más grave que el quebrantamiento de la Norma Fundamental .

Con todo la protección que el orden jurídico depara a nuestra democracia constitucional no es suficiente. Pienso que se hace necesaria una defensa ideológica de la misma, en la que no deben de escatimarse esfuerzos que estén a la altura del desafío secesionista, subrayándose la mayor racionalidad de la unidad frente a las disfunciones de la opción independentista, mostrándose que los costos del independentismo en el orden económico, cultural etc.. son muy altos y además perfectamente evitables. La tesis fundamental a esgrimir en el debate sobre la independencia es la de la artificiosidad de la oposición entre Cataluña y España, que los secesionistas plantean en términos de suma cero. Por el contrario nosotros pensamos, que Cataluña sin España es menos Cataluña, esto es, sus posibilidades nacionales son menores; y España, como proyecto vivo de unidad plural y con futuro, es impensable sin Cataluña. 

En el terreno del debate ideológico queda mucho por hacer y el Estado español podría pensar en suministrar al respecto, como lo acaba de hacer el informe que el Gobierno británico ha presentado sobre las consecuencias de la independencia de Escocia, un libro blanco sobre el alcance que la separación de Cataluña tendría para los propios catalanes y el resto de los españoles. Sin duda el Estado dispone de diferentes instituciones técnicas y de consulta a las cuales pedir información sobre la repercusión en los diversos planos de la vida de la comunidad de la opción independentista que se pretende emprender. Es absurdo apostar por un Estado mudo, que contemple con indiferencia su propio desmantelamiento; por tanto abogar por la defensa del Estado por sus propios medios, aportando los elementos para que la discusión sobre la separación discurra sobre bases racionales, no es una infracción de la neutralidad exigida a las instituciones públicas, sino que constituye una reacción inexcusable de autoprotección.

Con todo, el esfuerzo principal de la defensa ideológica del Estado común ha de llevarse a cabo en el plano de la ética, pues el principal resorte de la política es la moral. Es en el terreno de la virtud donde los Estados se salvan o desaparecen. Llevaba razón San Agustín cuando consideraba el Estado antes de nada como una unión de hombres para realizar su idea de justicia.Y en este sentido es bien clara la superioridad ética del Estado común contra las demandas secesionistas. Madison, en el Federalista, argüía en favor de la Federación que representaba los títulos de la racionalidad y la igualdad sobre el particularismo y el egoísmo de los Estados.

 El mayor espacio de la Federación fomentaba la racionalidad del debate político frente a los argumentos interesados de los territorios, por otra parte, siempre más tentados por la corrupción de la proximidad. En efecto, concluían los autores del Federalista, la dilucidación de lo conveniente para la Nación sólo alcanzaría determinados estándares de calidad y libertad en un Parlamento de suficiente tamaño; mientras, a su juicio, la corrupción donde prende es en los pequeños Estados, pero no puede hacerse con toda la Federación, en la que la oposición de diversos intereses lleva a su neutralización efectiva.

En este orden de cosas ¿qué aparece más ajustado a las exigencias de una democracia virtuosa, la pretensión exaltada de lo propio que esgrime el independentismo o la atención a los intereses compartidos, incluyendo el respeto de los de Cataluña, que garantiza el Estado común?

 JUAN JOSÉ SOLOZÁBAL es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid

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