CÁLCULO INFINITESIMAL.
El cálculo secesionista contaba con una España frágil, quebradiza.
Preveía pronto graves conmociones por toda la piel de toro, fruto del paro
desatado y de la desesperación de grandes capas sociales. Se daba por hecho el
rescate europeo y, con ello, un gobierno títere en La Moncloa dedicado a
administrar un protectorado.
No comprendieron que las protestas harían tanta mella, o más, en su
propia solidez política, que los maestros y los policías, los médicos y los
proveedores, los desempleados y los recortados locales iban a reclamar en
primera instancia a su gobierno. No vieron que la fórmula mágica de la
irresponsabilidad (España nos roba, todo lo malo viene de Madrid, con la
independencia seríamos prósperos) sólo convence a los convencidos.
Sus bonos son basura, no pueden recurrir más que al Estado del que
abominan; sus empresarios serán cobardones, pero lo cierto es que no han
comprado la aventura; Rajoy ha eludido el rescate, España se financia en los
mercados internacionales, Europa reconoce el esfuerzo con el déficit y las
agencias de calificación nos aprueban. Después de todo, el viejo Estado Nación
no era tan frágil. Cuando Oriol Junqueras, el aliado trampa de Artur Mas, nos
perdona la vida anunciando que la Cataluña independiente ayudará a España a
salir de la crisis, apenas provoca sonrisas compasivas.
El cálculo secesionista contaba con un PSOE sin ADN. Pensaban que la
izquierda española les debía algo, quizá la promesa incumplida de Zapatero, que
al final no aceptó el Estatuto salido del Parlamento catalán y prefirió pasarle
el cepillo de Alfonso Guerra.
Situándose, sabe Dios por qué, al margen de la
historia española contemporánea, observaban como vecino extraño a un país
cainita donde los socialistas eran capaces de cualquier cosa con tal de
zancadillear a la derecha. Que alguien les explique, por favor, su propio papel
en el guerracivilismo. Díganles que don Manuel Azaña culpó en 1937 a la
Generalidad, de forma directa e inequívoca, de la contienda. Está en La velada
en Benicarló. Ahora deploran con las más ultrajadas expresiones lo que era un
hecho sabido, bromitas aparte: que el PSOE no sólo es un partido español hasta
la médula, sino que nuestros últimos cuarenta años no se explican sin él; que
el PSOE, fíjate, ha articulado España.
Diré más: si existe algo parecido al nacionalismo español, está más
presente en el PSOE que en el PP. El nacionalismo catalán puede haber abducido
al PSC, sí. Pero eso, cuando se pone en entredicho la soberanía, sólo va a
servir para corregir de una vez por todas el error histórico de la excepción
socialista catalana. Al tiempo.
El cálculo secesionista contaba con la existencia de una masa
crítica suficiente, después de la Diada de 2012, para amenazar a España con
imprevisibles consecuencias si no se hacía la voluntad de los nacionalistas
catalanes: primero vino el ultimátum del «pacto fiscal»; luego, in crescendo,
ha llegado el órdago del derecho a decidir la independencia, declaración de
soberanía mediante. Es raro que, tan calculadores, descuiden la aseada
aritmética parlamentaria: los diputados por un Estado propio son uno menos tras
las elecciones anticipadas. Así que la gran manifestación y la conversión
telúrica de Artur Mas sirvieron, básicamente, para que un montón de
convergentes se pasaran a ERC y para que Ciudadanos triplicara su fuerza a
costa del PSC.
El cálculo secesionista contaba con el miedo natural a los choques
de trenes. Pero el Estado desconoce el miedo, que es cosa muy personal. El
Estado es una máquina programada para no ceder su territorio así como así.
Llena de laberintos donde el incauto se pierde sin remedio. Ay. (Juan Carlos
Girauta/ABC)
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