domingo, 31 de marzo de 2013

SEÑORITA PEPIS AL HABLA





 (Consejos de la señorita Pepis para sobrevivir con su pareja, o alejarse de ella sin excesivos daños colaterales, propios o ajenos.)





LA SEÑORITA PEPIS AL HABLA.

Perdona, no sabía que te iba a molestar”. Quizá esta sea una de las frases más repetidas en el contexto de la vida de pareja, la excusa definitiva para justificar nuestro inadecuado comportamiento. En muchas ocasiones, se trata de un mero subterfugio porque sabemos muy bien lo que hemos hecho y las consecuencias que podría tener. Pero en otras tantas, efectivamente, no sabemos las implicaciones de lo que hemos hecho. Son todos esos actos inconscientes los que suelen sacar de quicio a nuestra pareja, y los que más le molestan en cuanto que automáticamente ponemos cara de póker cuando se nos llama la atención.

Diferentes encuestas han intentado adivinar cuáles son las actitudes, tanto masculinas como femeninas, que más molestan al otro sexo. Nos centraremos ahora en lo que más importuna a las mujeres. En primer lugar, gracias a una encuesta realizada entre más de dos mil británicas, que sintetizó en cinco puntos las quejas más habituales, pero también nos referiremos a otras investigaciones semejantes. Y las luchas suelen producirse en tres campos de batalla aledaños: el control, la comprensión mutua y la negociación de límites en la relación de pareja.
  • Que no escuchen adecuadamente. Un tercio de las participantes en la encuesta señalaban que este era el comportamiento más enervante de su pareja, algo nada sorprendente dados los estereotipos que suelen circular sobre hombres y mujeres. La psicología señala que la mayor facilidad de las mujeres frente a los hombres para realizar varias tareas a la vez explica este punto. Un lugar común que, sin embargo, fue refrendado en 2010 por un grupo de investigadores de la Universidad de Hertfordshire. Debido a que los hombres han de estar concentrados en lo que están haciendo, es más difícil reclamar su atención cuando están sumergidos en otra actividad.
  • No bajar la taza del retrete. Trivial pero cierto, esta era la segunda queja más frecuente entre las féminas consultadas. Quizá no sea más que la manifestación más clara de la disputa por la higiene y el orden en el hogar que toda pareja que convive bajo el mismo techo ha de afrontar.
  • No limpiar los pelos después del afeitado, ni las uñas después de cortarlas. Una queja bastante similar a la del punto anterior, y que vuelve a tener relación con las costumbres cotidianas. Se trata, además, de un punto conflictivo en cuanto que señalar a la pareja que su higiene podría mejorarse implica, indirectamente, adoptar el comportamiento de una madre, aquella que en primera instancia nos enseña las reglas de urbanidad. Lo cual resulta tan incómodo para la mujer como humillante para el hombre.
  • Los amigos odiosos. Si bajar la taza del retrete o esforzarse por escuchar puede solucionarse con un poco de práctica y predisposición positiva, mucho más conflictivo resulta este punto, innegociable para la mayor parte de parejas. Lamentablemente, comenzar una relación implica que no sólo has de relacionarte con la persona a la que amas, sino que también se ha de convivir con familia, amigos y otros animales de compañía. Que, en muchos casos, puede que no queramos tanto como a nuestra pareja, lo que puede tener consecuencias devastadoras en el largo plazo. Además, que el hombre prefiera una noche con sus amigos a una velada romántica no suele ser buen síntoma.
  • Quedarse con el mando de la televisión. Otro grano de arena más en la montaña de los problemas de la convivencia diaria, aparentemente superficial, pero más significativo de lo que parece. Es, en el fondo, una manera de negociar en qué invertimos nuestro tiempo libre. Y no sólo eso, sino también quién tiene el control de la relación.
  • Que las ignoren. El psicólogo Steven Stosny expone en Psychology Today los resultados de la pequeña encuesta que realizó entre sus pacientes para averiguar cuáles eran sus quejas más habituales, y se topó con que esta era la más frecuente, junto a las actitudes de control y orden. En la misma categoría se encontraban irritantes comportamientos como “responder con pocas palabras”, “decir que está sacando las cosas de quicio”, o “mostrarse frío”.
  • Que las llamen “nena”. Un estudio inglés encargado por una empresa de servicios de internet puso de manifiesto que las consultadas detestaban que los hombres se refiriesen a ellas con el término de “nena” (baby). Tampoco eran aceptadas otras denominaciones como “bebé” (baby girl), “bollito” (muffin) o expresiones intraducibles como snookums. Sin embargo, se mostraban bastante receptivas a adjetivos como “guapa”, “amor” o “bonita”. La vieja escuela siempre funciona.
  • Que las valoren antes por su cuerpo que por su cabeza. En todas partes cuecen habas, incluso en el lejano oriente. Una pequeña encuesta realizada por el investigador nepalí Vinaya Ghimire entre 100 personas señaló que la queja más habitual entre las mujeres era darle más importancia a lo físico que a lo mental, algo a lo que sucedían el “chauvinismo de los hombres” (es decir, que se consideren superiores), su fingimiento y su comportamiento abiertamente machista.
  • Pensar con la “otra” cabeza. Otra escritora, en este caso, la californiana Janell Coberly, realizó una encuesta entre sus allegadas para saber qué odiaban de sus parejas. Y, además de dejar subida la tapa del retrete (¡otra vez!) se encontró con que esta era una queja muy repetida. La “otra cabeza” es, efectivamente, lo que muchos estarán pensando: en definitiva, guiarse antes por sus apetencias sexuales que por su racionalidad, y tomar malas decisiones, como es el caso de una infidelidad.
  • ¡Las barbas! Otro estudio (hay estudios para todo) puso de manifiesto que, definitivamente, a las mujeres no les gustan las barbas. Nada menos que los Oxford Journals se preocuparon de tan vital tema. Pues bien, las encuestadas encontraron al mismo hombre mucho más atractivo cuando aparecía rasurado en una fotografía que cuando conservaba su vello facial, ya que ello les hacía parecer mucho mayores y de un menor estatus social. Así que, hipsters, andad con ojo. (Héctor G. Barnés/El Confidencial).

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Atención, terreno minado. La guerra de sexos parece ser un tema de conversación tan frecuente como anticuado, dado que las últimas décadas han visto cómo hombres y mujeres han conseguido comprenderse un poco mejor (aunque no demasiado). Ello no implica que no existan determinados puntos en los que ambos géneros sigan sin ponerse de acuerdo, especialmente en lo que concierne a aquellos comportamientos que unos perciben como algo que entra de dentro de lo normal y otros, como algo particularmente enojoso. Que los hombres y las mujeres perciban y conceptualicen la realidad de manera diferente es un factor importante, pero también lo es la forma en que ambos han sido criados y educados. 

Hace días, publicábamos los resultados de una encuesta que reflejaba cuáles eran los comportamientos frecuentemente adoptados por los hombres que resultaban más inaguantables para las mujeres.  

Hoy, revisamos cuáles son, según una encuesta realizada entre más de 2.000 hombres, los comportamientos femeninos cuya eliminación reportaría una mayor felicidad masculina.
  • Decir “estoy bien” cuando está claro que no es así. Era una de las acciones que hacían perder la cabeza a más del 40% de los hombres consultados, y la primera en el ranking presentado en la investigación. Más allá de estereotipos habituales sobre lo masculino y lo femenino, lo que es cierto es que por lo general las mujeres tienden a utilizar un lenguaje más eufemístico y a relativizar la gravedad de sus problemas con el objetivo de mantener la estabilidad de la pareja, al menos en el corto plazo.
  • Hablar demasiado. Quizá el polo exactamente opuesto del punto anterior, aunque sea compatible con este. Como han puesto de manifiesto diversos lingüistas, cuando el hombre abre la boca suele tener en mente un objetivo mucho más concreto que en el caso de las mujeres: se trata de una utilización más operativa del lenguaje. Por el contrario, el lenguaje de las mujeres es mucho más expresivo y relacionado con las emociones que el del hombre. Lo cual implica, por ejemplo, que manifestar que una se encuentra perfectamente puede implicar todo lo contrario, en cuanto que esta negación da pie a un proceso de tira y afloja que exige la participación emocional del hombre. Pero también, que debido a que la conversación no tiene un objetivo claro como el caso masculino, que esta pueda prolongarse durante más tiempo del necesario.
  • Preguntar a la pareja en qué está pensando. Una idea que puede explicarse gracias a lo expuesto en el punto anterior –es decir, a los hombres les gusta ir al grano, así que no les preguntes sobre cuestiones tan generales– pero también por su falta de seguridad a la hora de hablar de sentimientos. Nos hemos criado en una sociedad en la que el hombre no puede sentir dudas o miedo, por lo que si es esto lo que está pasando por su cabeza cuando le preguntas, es probable que no quiera confirmarlo.
  • Vencer en una discusión por ponerse a llorar. La experiencia nos dice que cuando las emociones a flor de piel hacen acto de presencia, tanto en forma de reproches exacerbados como de un río de lágrimas, resulta muy complicado reconducir la conversación a unos cauces más cabales. En muchas ocasiones, los hombres interpretan las lágrimas de su pareja como una especie de chantaje emocional que les señala que no sigan insistiendo si no quieren hacerle aún más daño, por lo que la resolución del conflicto es postergada (a veces, de manera altamente perjudicial).
  • Nunca decir “lo siento”. En el último puesto de la lista de las cinco cosas que más molestaban a los hombres se encontraba esta, que apela al orgullo tanto de hombres como de mujeres. Para todos es complicado, en un gran número de casos, pedir perdón por un comportamiento incorrecto. Sobre todo si estimamos que somos nosotros los que tenemos la razón y ha sido nuestro contrario quien se ha equivocado.
  • Que piensen que sólo quieres sexo. Esta misma semana, Angela Lansbury se manifestaba de manera muy dura con sus compañeros del sexo opuesto. Seguramente la veterana actriz se encuentre muy equivocada, ya que como muestran los resultados de la encuesta, los hombres detestan que se piense que todo su comportamiento está determinado por la intención de conseguir sexo con la mayor premura posible. Y, por eso, aprecian a las mujeres que son capaces de entender que ellos también tienen sentimientos.
  • Que no les tengan respeto. En For Women Only: What You Need to Know About the Inner Lives of Men (Multnomah Publishers), la escritora Shaunti Feldhahn se introdujo en las mentes de mil hombres diferentes, a quienes interrogó sobre lo que realmente les preocupaba. Y se encontró con que una de las posibilidades que más inseguridad les causaba en lo referente a la estabilidad de su vida en pareja es la de que sus mujeres pudiesen dejar de admirarlos, o de sentir confianza hacia ellos. Es más, preferían que les quisieran menos a que dejasen de respetarlos. Normalmente, los hombres que sentían más vida durante su vida en pareja eran aquellos que se sentían maltratados por su pareja.
  • La vanidad. Por lo general, la mayor parte de los hombres coinciden en que les gusta que sus parejas mantengan una buena apariencia que las haga deseables. Pero, al mismo tiempo, la apariencia física se convierte en un problema cuando eclipsa todas las otras posibles virtudes que una persona puede tener. En ese punto, la vanidad y dar una importancia excesiva al aspecto exterior, sobre todo cuando esto se traduce en la crítica continua a otras mujeres, puede provocar el rechazo masculino.
  • Nagging. Un estudio publicado recientemente en el Journal of Family Psychology alertaba de las graves consecuencias que puede tener que los miembros de una pareja sean demasiado insistentes con su compañero a la hora de realizar las tareas del hogar. En concreto, las personas que sufren más problemas en su matrimonio suelen mantener un 20% más de interacciones negativas que aquellas cuya relación marcha viento en popa. Y una de las manifestaciones más claras de esta comunicación peligrosa es el nagging, es decir, la “insistencia” o “pesadez” por cambiar las conductas de la pareja.

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