sábado, 2 de marzo de 2013

EL RETRETE IDENTITARIO. CAT




 (Observe el lector no catalanista que el rollo de papel higiénico solamente les dura un día. Pues bien, los catalanistas no ven papel higiénico sino flores de Monserrat. Hasta ahí llega la enfermedad identitaria.¡Qué aromas de independencia!)







 EL RETRETE IDENTITARIO. CAT


Ayer contábamos aquí las cuitas de la periodista catalana Anna Grau por no ser independentista. Hoy Anna nos envía un artículo sobre la dificultad en la que se encuentran tantos catalanes empujados fuera de su tierra. Un texto muy revelador. 

¿Es posible que sin darnos ni cuenta Cataluña se haya convertido de repente en una, grande y libre? ¿En un monolito independentista puro, de una supuesta pieza, como la senyera gigante del Camp Nou? Una empieza a echar cuentas de los años que hace que vive fuera y lejos (aunque nunca creyó que tanto…) y hormiguitas de sudor frío le andan por la espalda y con su leve peso le curvan el espinazo. ¿Y si fuese verdad que no hay vuelta de hoja? ¿Que ya todos y cada uno de los catalanes –menos yo– quieren ser otra cosa de la que son, quieren ser distintos?

¿Cómo se llamaría un homeless de país? ¿Countryless? Se me objetará que qué maldita falta hace decirlo en inglés. No son tanto ganas de presumir como de buscar refugio en una lengua más o menos franca, sospechosa quizás de arrogancia, pero no de tener arte ni parte en esta trifulca. Y además supongo que me rebota por las paredes del cráneo cierta hermosísima novela de Jonathan Lethem que se titula Motherless. Sin madre.

Am I a Catalanless? ¿Una sin Cataluña? ¿Tengo definitivamente que elegir? ¿O me abstengo de ser española o quedo despojada para siempre de la tierra y del paisaje emocional en el que nací? Es curioso: a día de hoy es más descansado hacer un discurso independentista catalán en medio de la Puerta del Sol de Madrid que un discurso no independentista catalán en la Rambla de Catalunya. Lo primero provoca alguna que otra acusación delirante de deicidio pero básicamente suscita curiosidad y hasta morbo. Lo segundo lleva en línea recta al ostracismo. Al exilio exterior e interior.

No es una manera de hablar. Es un hecho la negación de la mayor, el arrinconamiento de la catalanidad no ya antiindependentista, sino simplemente escéptica, simplemente distinta. La que en mi opinión saldría masivamente a flote si mañana (¿por qué no hoy?) se celebrara el maldito referéndum que nadie desea menos que quien lo pide. Es como el mito de que sin España desaparece la pobreza: no es verdad, pero, ¿cómo demostrarlo sin haberlo probado? Y como en la práctica es tan inmensamente difícil que se llegue a probar nunca…

Ahí está la gracia del envite… bueno, ahí y en la asombrosa incapacidad de mucha gente para ponerse las pilas. Oído recientemente en Madrid, en una situación lo bastante extraordinaria como para juntar a Felipe González, José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez-Rubalcaba, amén de otros ilustres asistentes a no importa qué. Y va Rubalcaba y no sólo manifiesta su convencimiento de que la secesión catalana puede ser un hecho, sino que expresa su temor de que “los vascos vengan detrás”. Con federalistas así da gusto, oye.

Pero lo esencial es cierta disimulada pero tenaz mala hostia… en el patio de casa. Cierta combinación de síndrome de Estocolmo y complejo de quinta columna. Somos unos cuantos, unos muchos, los que hemos llegado a temer en algún momento si no seríamos unos autistas, descolgados atónitos de una muchedumbre en trance. Los únicos y las únicas que por lo que sea no llegamos a este orgasmo militarizado. Como si nos faltara, qué sé yo, clítoris nacional. Punto G colectivo.

Una colega y amiga me remite un artículo que escribió dando cuenta de ciertas dudas de ciertos sectores clave de la sociedad catalana, dudas que por supuesto se expresaron en cenáculos privados, muy restringidos “Ay, temo haber metido la pata”, me escribe azorada mi colega y amiga. Una de sus altas fuentes la acusa de traición. Si lo piensas, se comprende: ¡están las cosas en la Cataluña palaciega como para significarse diciendo lo que uno de verdad piensa sobre esto de la independencia!

Primero aconsejo a mi colega y amiga no inmutarse. Y acto seguido me empiezo a inmutar yo. ¿Qué es esto, la ley de todos los silencios? ¿El retorno a la clandestinidad a estas alturas? Ser catalán estuvo prohibido. Significó y simbolizó en su día toda una resistencia, toda una tensión moral. ¿Hay que volver ahora a las trincheras del antifranquismo? Una de las sentencias más memorables de Santiago Carrillo es esa en la que se quejaba de haber empezado su larga vida encerrándose a fumar a escondidas en el retrete… y haberla tenido que acabar igual. Pues eso. ¿Quieren que nos encerremos ahora a ser catalanes y españoles a escondidas?


La buena noticia es: mientras se siente la necesidad de arrollar y aplanar tanto algo es que la rugosidad y la diferencia se sienten. Y escuecen. Insisto: en más de 40 años (más de un franquismo) vivido entre las Cataluñas y las Españas, nunca sentí tanto sudor frío como ahora. Tantas sospechas de que la vieja bestia intolerante vuelve a estar en celo. Una amenaza existencial tan directa. Y, para variar, la amenaza ya no viene de Madrid.

Habrá que tenerlo claro y empezar a defender en público lo que se piensa en privado, como en estos casos recomendaba el viejo Bertolt Brecht.
Anna Grau (La Gaceta)

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